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Lo que podemos aprender de Zinedine Zidane y su salida del Real Madrid

Ni una semana después de ganar su tercera Copa de Europa consecutiva -la décimotercera del Real Madrid-, Zinedine Zidane cimbró el mundo deportivo al anunciar su dimisión como técnico del club merengue.

Su llegada al conjunto blanco no se dio en las mejores condiciones. Al momento de su nombramiento, en enero de 2016, el equipo se encontraba inmerso en una crisis después de que la gestión de Rafael Benítez no convencía a nadie, mientras el eterno rival, el Barcelona, parecía encaminado a repetir otro triplete y provocar un tsunami en las oficinas madridistas.

Dos años y medio después, Zizou se marcha con más Champions League (tres) que temporadas como entrenador (2.5). Dirigió 149 partidos oficiales, consiguiendo 9 títulos, lo que da 1 trofeo cada 17 encuentros.

En un momento crítico, al francés se le encomendó la empresa de encomendar el rumbo de, si acaso, el club deportivo más grande del mundo, y lo logró con nota. Ahora, en su despedida, extraemos unas pequeñas lecciones de su gestión.

Ni al mejor, ni al más experto, ni al más ganador. Se necesita al indicado.

Para dirigir el rumbo de cualquier empresa, proyecto u  organización, no se precisa necesariamente de la persona más experimentada, ni la más inteligente, ni la más joven, ni la más autoritaria. Se necesita de la persona indicada según la idiosincrasia de la institución, compañía, etcétera.

Zinedine Zidane puede que no cuente con la pericia táctica de un Mourinho, ni la experiencia de un Ancelotti, ni la autoridad de un Capello; pero no lo echó en falta. Conocía al dedillo los entresijos del club, sabía muy bien dónde estaba situado, logrando dotar de una calma inusitada un club ingobernable y caótico la mayoría de las veces.

La moraleja de su historia ha calado entre los aficionados: para suplirlo, no nos traigan al más ganador, al más avezado, ni al más ganador. Necesitamos al entrenador indicado.

La Meritocracia.

Premiar el esfuerzo y trabajo de los empleados, colaboradores, subordinados, siempre retribuirá en un mejor ambiente en la empresa, lo cual favorecerá en la consecución de los objetivos de la misma

Zidane siempre lo vio así, y por eso, no le preocupó en lo más mínimo dejar en el banquillo a jugadores que costaron más de 100 millones de euros y que cobran más de 15 millones de dólares al año, si otro jugador con menos cartel hizo más méritos para ganarse el puesto.

El hecho de que el francés siempre haya sido justo en sus decisiones a la hora de alinear a sus jugadores contribuyó a un ambiente sano de competitividad en el que cada quien sabía que si no daba el máximo, no sería contemplado para salir de inicio. Y precisamente, si el jugador era relegado al banquillo, seguramente era por su responsabilidad, no por la de alguien más.

Ser honesto y saber decir adiós en el momento correcto.

Si algo ha definido en su carrera a Zinedine Zidane es su sinceridad. Se retiró como futbolista aún cuando tenía un año de contrato con el Real Madrid porque no se sentía a la altura de lo que exigía la camiseta, en un momento en el que el club entraba en una espiral autodestructiva.

Doce años después, se va en circunstancias muy diferentes,  cerrando el segundo ciclo más ganador de la historia del club. Se hace un lado porque siente que, tras dos años y medio liderando al grupo, es necesario un cambio de timón para “seguir ganando”.  No quiere interferir en el desarrollo y evolución del grupo que ha comandado. Tal vez asume que cansará a los jugadores con su voz, con su metodología, con su manera de hacer las cosas. Que necesitan algo nuevo, experimentar otros modos de trabajo que motive intrínsecamente al jugador; que  si permanecía, existía el peligro de caer en el tedio, en la rutina, en el acomodo.

Esa visión guarda similitudes con una situación que protagonizó Steve Kerr, entrenador de los Golden State Warriors -uno de los equipos más dominantes en la historia de la NBA- quien en un partido delegó su función a los propios jugadores.

“Tiene que ver conmigo tratando de llegarle a mi equipo. No he conseguido llegar a mis jugadores en el último mes. Están cansados de mi voz. Yo estoy cansado de mi voz. Llevamos tres largos años».  Tal vez Zidane piense que su voz ya no calará en sus pupilos, por lo que prefirió marcharse.

Por otra parte, se despide del club en el momento idóneo. O en el menos problemático, si se quiere ver así. Acostumbrado a que el Madrid tenga que reconstruirse tras temporadas de inmolación, el francés deja el camino iluminado, el sendero por el que transitar.

Es más fácil renovar en la tranquilidad de la cúspide que desde las urgencias de las cenizas.

 

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