Este artículo no es, ni pretende ser, uno más de análisis electoral. Es una reflexión sobre la importancia y lo que significa en nuestra sociedad tener una precandidata como ‘MaryChuy’. Ella, que como muchos otros -¡muchos!- hombres y mujeres aspiran a ser candidatos para ocupar el cargo de Presidente de la República. Ella, que no solo es mujer, es indígena y zapatista.
En un México donde ser indígena implica marginación, ruralidad y pobreza la precandidatura de MaryChuy es un logro en sí mismo. Sobre todo que ella, como mujer, sufre una triple opresión: la de la etnia, la de la clase y la del género.
Hace apenas 10 años que a otra indígena, Eufrosina Cruz, se le restringían sus derechos políticos-electorales por ir en contra de los usos y costumbres de su comunidad. Hito que transformó la esfera jurídica de las indígenas, a quienes se les reconocieron constitucionalmente éstos y otros derechos fundamentales por encima de las tradiciones culturales.
Sin embargo, la realidad de las indígenas mexicanas sigue enfrentándolas a tradiciones culturales perjudiciales y a la invisibilidad social, porque son mujeres, son pobres y son indígenas. Una triple opresión que nunca hemos experimentado el resto de las mexicanas.
MaryChuy, como muchas otras mujeres zapatistas, ha desafiado el statu quo y redefinido su papel como mujer e indígena dentro y fuera de su comunidad. Algo que hasta antes de la insurrección del EZLN parecía incuestionable: la pertenencia de las mujeres en el espacio doméstico; son hijas, luego esposas y finalmente madres, en una especie de destino infalible que no da espacio a la libre voluntad.
El movimiento zapatista integró a sus demandas y lucha social a las mujeres y a sus reivindicaciones, de hecho, es en el seno de este movimiento que por primera vez se habla de la triple opresión que viven las indígenas.
Es cierto que, pese a esta consciencia feminista indígena, la realidad de las indígenas mexicanas no ha cambiado significativamente, empero, la presencia de MaryChuy y otras indígenas en la esfera política nacional es un grato avance.
Uno del que quizá no seamos muy conscientes pues, pese a que México hasta antes de la colonización española era un territorio totalmente indígena, hoy vemos a las personas indígenas como los otros, los diferentes, los que se niegan a ser como ‘nosotros’. Y porque, aunque nos duela reconocerlo, somos un país profundamente racista y clasista.
En una campaña electoral que, según las primeras encuestas, la contienda parece definida entre dos hombres, la presencia de ‘MaryChuy’, mujer e indígena, es símbolo de resistencia, de empoderamiento y de que las sociedades sí pueden transformarse y trascender de sus realidades.