Por: Manuel González Ramírez.*
En este mes de junio se celebra un aniversario más del suceso que marcó el origen del bellísimo pueblo mágico de Sombrerete y también conmemoramos un aniversario del fallecimiento del historiador zacatecano Alfonso Toro Chávez, quien por cierto, escribió y nos dejó una leyenda asociada al emblemático y hermoso convento franciscano de Sombrerete, Zacatecas. Fue publicada en su libro La cántiga de las piedras, una obra interesante y curiosa donde rescata historias, leyendas y descripciones de antiguos templos de México.
Nos cuenta el maestro Alfonso que “el convento de franciscanos de San Mateo, Sombrerete, fue el escenario, en 1674, en que se desarrolló una curiosa historia que dio origen a un proceso inquisitorial, y que demuestra cuán grande era la credulidad de nuestros abuelos para admitir supuestos milagros. Como característica de la época, vamos a referirla”.[i]
Comienza diciéndonos que “un día, dos muchachos cubicularios del padre fray Esteban Benítez, franciscano, estando jugando en las cercanías del convento, quebraron una piedra, y uno de ellos hizo observar al otro que en las manchas de la quebradura se percibía una imagen que, según él, era la de la Concepción de María, a lo cual el otro asintió; y ambos fueron a comunicar su descubrimiento a su amo el padre Benítez. Este llamó a la comunidad. Los frailes recogieron las piedras, publicaron la aparición como milagrosa, la celebraron con repiques y comenzaron a pedir limosnas, dando a besar las piedras a los fieles y aun colocando una de ellas en el altar mayor. No contentos con esto, celebraron un novenario en que hubo grandes fiestas, entre ellas, una encamisada en que se sacó la piedra milagrosa en un carro alegórico, acompañada de música”.[ii]
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Después de esa emotiva manifestación “llevaron una de las piedras al convento de los franciscanos de Chalchihuites, previniendo al pueblo para que le hiciera un gran recibimiento, como lo hizo, colocándose luego el pedazo de roca en el altar mayor, en tanto que el clero salía a recibir aquella reliquia hasta la puerta, con cruz alta y ciriales, revestido fray Antonio Valdés, comisario del Santo Oficio, con gran capa pluvial”.[iii]
Todo parecía indicar que “el culto de aquellos pedruscos marcha viento en popa, las limosnas llovían en Sombrerete y Chalchihuites en los conventos franciscanos, y los hijos del Serafín de Asís creían haber descubierto en aquel par de rocas, minas más ricas que las de Pabellón o Veta Negra, que por entonces tantos duros producían –de la primera se cuenta que durante cinco años dio $20,000.00 diarios–, pero cátate que el teniente de cura de Sombrerete, que era ni más ni menos que el licenciado Robles, autor del diario famoso de donde tomamos esta historieta, no pudo ver con buenos ojos lo ocurrido, y dio aviso de todo al provisor de Guadiana, por considerar que lo que los frailes hacían era contrario al Santo Concilio de Trento.”[iv]
Nos advierte el maestro Toro que “debe tenerse en cuenta que por entonces la pugna entre el clero secular y el regular era muy viva, y que quizás las entradas del curato disminuyeron con la petrográfica devoción. Como quiera que sea, el provisor que de allí a poco se inventara una nueva aparición del mismo estilo, por otro muchacho que habitaba por el barrio de la Pila, sólo que ahora lo que se veía en la roca era una Virgen de la Soledad. Fácil es comprender que espíritus preocupados y fanáticos vieran en las manchas de una roca imágenes religiosas, como puede imaginarse cualquier espíritu ocioso y contemplativo… batallas, monstruos y paisajes, en las nubes, o en las manchas de una pared desconchada”.[v]
¿Y como creen que terminó la historia? “Esta nueva aparición, que no sólo venía a suscitar una competencia a la anterior, sino a desacreditar el milagro, haciéndolo cotidiano, dio un resultado fatal, pues el Santo Oficio se vio obligado a tomar cartas en el asunto, mandando recoger las piedras, que entre paréntesis, se negaban a entregar los franciscanos, prohibiendo su culto so pena de excomunión, y mandó iniciar un proceso, que dio por resultado que se reprendiera agriamente a fray Esteban Benítez, inventor de todos aquellos supuestos milagros”.[vi]
Antes de concluir queremos señalarles que esta leyenda, a pesar de su cándida trama, contiene una gran verdad. A lo largo de la época virreinal hubo pugnas –sobre todo, a causa de un desmedido protagonismo– entre el clero y autoridades civiles, entre el clero secular y el regular, así como entre las distintas órdenes religiosas. Así nacieron fascinantes relatos que exaltaban a una autoridad o a una orden religiosa. Así surgieron “informes” de muchas acciones o sucesos que nos resultan “inverosímiles” o hasta ridículos, pero todo se valía con tal de figurar y sacar el mayor provecho. Fue así como aparecieron mitos de gigantes, relaciones de prodigios y apariciones demoniacas… que a final de cuentas, ahora constituyen una parte del legado del pueblo zacatecano… y por algún motivo, ese tipo de relatos son los que más atraen a la mayoría de la gente de todas las edades.
*Cronista de Zacatecas.