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Una reflexión sosegada sobre las lecciones que nos dejó la elección

Dicen que las elecciones no se ganan ni se pierden: se explican. Y las celebradas en Aguascalientes el pasado 5 de junio dejan pocas lecciones –la mayor parte de ellas nada nuevas– y muchos desafíos por delante, que conviene examinar para dimensionar el hecho y, sobre todo, despejar expectativas.

México ha entrado en una etapa más o menos consolidada de democracia electoral, es decir, la gente vota libremente por quien le da la gana. Pero una cosa es que el ciudadano pueda ejercer su derecho a elegir, e incluso a equivocarse, y otra, muy distinta, que de allí surjan una democracia de calidad y buenas gestiones públicas o mayor desarrollo, lo cual es mucho más difícil, complejo y requiere de otras condiciones. Veamos.

Una cosa es que el ciudadano pueda ejercer su derecho a elegir, e incluso a equivocarse, y otra, muy distinta, que de allí surjan una democracia de calidad y buenas gestiones públicas.

Aguascalientes está acostumbrado a la alternancia. Desde 1995, esta situación se ha dado tres veces en el gobierno de la entidad y seis en la presidencia municipal de la capital. Por lo tanto, en estricta lógica, podría suponerse que el electorado está bien entrenado para discernir, con alguna racionalidad e información, el sentido de su voto; sin embargo, no es así y este es un hecho preocupante que podría condensarse de la siguiente manera: tenemos más estado que ciudadanía, en el sentido integral de este concepto.

La victoria panista a debate

A juzgar por los datos duros en distintos indicadores (crecimiento económico, inversión, educación, empleo, desarrollo humano, etcétera) y desde la perspectiva de su competencia política, técnica e institucional, las administraciones panistas (1998-2004 y 2004-2010) que ha tenido la entidad fueron un rotundo fracaso en materia de eficacia y transparencia. Por consiguiente, si los procesos electorales, las campañas y las biografías fueran evaluadas con detenimiento –como ocurre cuando una persona elige una carrera, selecciona un médico o compra una casa–, la decisión debería haberse fundado en elementos objetivos de juicio, como pasa en naciones civilizadas.

En Aguascalientes, ese decision making no sucedió desde luego y el PAN ganó por un margen mínimo sobre el PRI (alrededor de 2 por ciento, el más estrecho en todas las elecciones del país donde hubo alternancia) y levantó 203,000 votos, lo cual equivale a 22.5 por ciento del padrón total o 43.5 por ciento de quienes participaron en la jornada.

De aquí se desprende una primera lección: quienes van a las casillas siguen siendo los ciudadanos del “voto duro”, es decir, los que rutinariamente se van por el mismo partido, y nadie más. Pero el fenómeno se torna grave cuando ese voto duro se segmenta por nivel socioeconómico y educativo: los electores de los distritos donde viven las clases medias y altas, que en teoría están mejor informados, repiten esta tendencia, votar por costumbre y más con el hígado y el estómago que con la cabeza.

Los «incentivos perversos»

Además, ese tipo de comportamiento produce otro efecto muy pernicioso: crea incentivos perversos entre los gobernantes. Como no se premian las gestiones en las urnas ni los gobernadores tienen posibilidades, al menos hasta ahora, de reelección, entonces su trabajo no está ligado al acto eleccionario; así, les da lo mismo que sean unos u otros los votados y se entra en un círculo vicioso: si los resultados no cuentan ni son reconocidos de forma electoral, entonces hago lo que quiero.

De otra forma no se comprende que tras un sexenio de alto crecimiento y generación de empleo, un gobierno estatal bien calificado (alrededor de 60 por ciento de aprobación en algunas encuestas) y una buena candidata, política y profesionalmente, del PRI, se haya preferido otra opción.

Como no se premian las gestiones en las urnas ni los gobernadores tienen posibilidades, al menos hasta ahora, de reelección, entonces su trabajo no está ligado al acto eleccionario.

Y esta es una segunda lección observada desde por lo menos los años noventa: buenas administraciones no necesariamente transfieren votos a los candidatos de su partido; lo cual sí sucede a la inversa, como queda claro, por ejemplo, en las elecciones de Veracruz: malos gobernadores arrastran a su propio partido.

Desde luego, desmenuzar los resortes del votante requiere de todo un ejercicio psicológico –¿qué tanta empatía o antipatía generaron el gobernador actual y la candidata entre los ciudadanos?– y un análisis de los factores locales –¿qué tanto pesó el factor corrupción percibida o la intervención de la iglesia?–, que deben ser trabajados con más distancia, información más fina y más tiempo. De seguro, esto daría mucha luz para entender mejor la situación.

Lo que de verdad importa

Para efectos de lo que en realidad importa a la población, lo que viene es lo decisivo y consta de cuatro aspectos: la visión, el equipo, la competencia y la capacidad de ejecución. Vamos por partes.

En el siglo XXI, la acción gubernamental no puede ser un rosario de ocurrencias e improvisaciones y debe pensarse out of the box. Por lo tanto, es exigible saber si la nueva administración estatal tiene una visión orgánica de su proceder: qué quiere hacer en la economía, las ciudades o la educación; hacia dónde quiere llevar al estado y, tema crítico, cuáles son sus prioridades estratégicas.

Pongamos las cosas en un sentido integral: por un lado, los gobiernos no son buenos para todo, no duran toda la vida (por fortuna) y sus presupuestos no son infinitos, y, por otro, Aguascalientes ha alcanzado niveles de urbanización e industrialización muy elevados y cuenta con un tejido social de desarrollo medio-alto, lo cual plantea desafíos de todo tipo y requiere de creatividad e innovación.

Por ejemplo, ¿debe la entidad seguir creciendo en dirección de la manufactura o, conservando esa dinámica, enriquecer el modelo orientándolo hacia una ciudad-estado de servicios, de valor agregado, de investigación y desarrollo?

Pienso que la segunda opción sería la mejor y los ejemplos exitosos de ello –Israel, Singapur, Hong Kong, Barcelona, Seattle, Vancouver, entre otros– debieran servir de ejemplo para definir lo que se quiere de cara a los próximos años. De lo contrario, seguirá aumentando el empleo de baja calificación, la poca productividad, los salarios precarios y, por ende, se tendrá un callejón donde crece la economía pero no la productividad, el valor agregado o las remuneraciones.

¿Quiénes dirigirán el estado?

En segundo lugar, el equipo es esencial. El candidato ganador habló de “talento local”; no obstante, el talento es un bien escaso en la entidad y, en consecuencia, hay que conseguirlo (o desarrollarlo) como sea o importarlo de donde haga falta. Con frecuencia, los políticos con carrera partidista suelen pagar facturas de campaña con cargos públicos; este es el peor error que pueden cometer y les provocará pesadillas.

Los burócratas partidistas son solo eso y, usualmente, no sirven para otra cosa. Las finanzas, el desarrollo urbano, la educación, la promoción económica o la cultura demandan expertos con visión y gran capacidad conceptual, técnica y ejecutiva. ¿Existe algo así en Aguascalientes y tendrá el gobernador electo la apertura para rodearse de gente más inteligente que él? Lo sabremos.

Con frecuencia, los políticos con carrera partidista suelen pagar facturas de campaña con cargos públicos; este es el peor error que pueden cometer y les provocará pesadillas.

Lo tercero es que los gobiernos exitosos no solo lo son porque parezcan populares, chabacanos o simpáticos, sino también porque son competentes. Es decir, saben qué hacer, entienden hacia dónde quieren ir, comprenden que gobernar es un proceso continuo de toma de decisiones y se debe elegir entre buenas y malas, entre malas y peores (lo cual es regularmente impopular). Los gobernantes exitosos se sitúan por encima del coeficiente promedio de la sociedad, saben dirigir y no ser dominados por la telaraña de intereses locales y caprichosos que atenazan su acción.

Y, por último, la capacidad de ejecución. La administración pública mexicana, en todos los niveles, es en general ineficiente, llena de regulaciones excesivas, lenta, burocratizada, opaca, muy tentada a desperdiciar los recursos, poco dada a la planeación estratégica de mediano y largo plazo.

Por tanto, y en eso Aguascalientes tiene la ventaja de ser un estado pequeño con un gobierno más o menos pequeño, hay que saber moverse con extrema agilidad no solo para empujar a la gestión estatal en su conjunto y hacia una dirección concreta, sino también para saber negociar con el poder federal, que se cuece aparte. Y este es un tema de alta capacidad ejecutiva porque de buenas intenciones está sembrado el camino del infierno.

Hace más de veinte años, Peter Drucker, el gran gurú de la administración, publicó las reglas que, según él, debía seguir todo presidente para tener éxito. Recomendaba no obstinarse en hacer lo que se desea, sino reconocer la realidad; concentrarse y no dispersarse; entender que no hay una política libre de riesgos; no tener (o reducir al mínimo) amigos en el gobierno y, la última, aquel consejo que Harry Truman dio al recién electo John F. Kennedy: «Una vez que uno resulta electo, hay que dejar de hacer campaña».

Todo nuevo gobierno es una incógnita. Nunca se sabe cómo la condición humana y el uso del poder determinan el comportamiento de los gobernantes, influyen en las decisiones y afectan a la colectividad. Esta vez, no será la excepción.

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