Icono del sitio Líder Empresarial

Las ciudades de oro de Cíbola

Por Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas históricas: México en llamas; México desgarrado; México cristeroTiaztlán, el fin del Imperio Azteca; Santa Anna y el México perdidoAyatli, la rebelión chichimeca; Juárez ante la Iglesia y el Imperio 

 

El primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, fascinado con la idea de encontrar otra Tenochtitlan, preparó una expedición para comprobar que las palabras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros fueran ciertas: existían siete ciudades de oro en el norte de la Nueva España.

Alvar Núñez y sus compañeros, víctimas de un naufragio en la Florida, deambularon por largos ocho años (1528-1536) por el norte de la Nueva España hasta que encontraron españoles en Sinaloa. Ansiosos por ver a su familia, decidieron regresar lo más pronto posible a su patria, lo cual obligó al virrey a comprar al esclavo Estebanico, quien conocía bien el camino hacia las siete ciudades de Cíbola, para llevar a cabo la exploración. Ésta fue encabezada por el fraile Marcos de Niza, fray Honorato y Estebanico; iban acompañados por algunos esclavos más, a quienes se les prometió darles su libertad tras este servicio.

Fray Marcos se reunió con el gobernador de la Nueva Galicia (Jalisco, Michoacán, Nayarit, Sinaloa y Zacatecas), Francisco Vázquez de Coronado, en Tonalá, el 20 de noviembre de 1538. Ahí, recibió instrucciones y compartió el entusiasmo que manifestaba el gobernador sobre la futura conquista de Cíbola.

Tras esta reunión, marcharon hacia Culiacán, y de ahí, después de afinar los últimos detalles del viaje, partieron el 7 de marzo de 1539. Al llegar al río Petatlán, fray Honorato cayó enfermo y no pudo continuar.

Fray Marcos mandaba por delante a Estebanico, mientras él esperaba buenas noticias instalado cómodamente en una fresca casucha de campaña. Por los caminos se encontraron con rancherías y aldeas insignificantes, que en nada indicaban la existencia de una nueva Tenochtitlan. Caminaron jornadas de días en las cuales no se encontraron con una sola persona en el camino. Estebanico acordó con fray Marcos de Niza que si las noticias eran halagüeñas, la cruz blanca que le había entregado para protegerlo sería más grande al regresársela.

Así ocurrió que un día soleado, en el que no se veía ni una sola nube en el cielo índigo, los esclavos acompañantes de Estebanico retornaron con una cruz blanca de madera del tamaño de un hombre para entregársela a fray Marcos, quien descansaba bajo la fresca sombra de un árbol. Aquello significaba que la avanzada había encontrado Cíbola y que el virrey seguro prepararía otra expedición más formal y mejor organizada para conquistarla. 

El esclavo enviado por Estebanico informó que habían hallado Cíbola y que eran siete ciudades enormes con casas de piedra, de uno a cuatro pisos, todas ellas adornadas con turquesas y oro según el rango de quien las habitaba. Los pobladores de aquel lugar llevaban oro que adornaba sus cuerpos y sus utensilios para comer eran de oro y plata. Esto era todo lo que fray Marcos necesitaba saber para coronar su expedición con éxito; pero debía ver las ciudades con sus propios ojos y no fiarse de las palabras de unos esclavos que debían decir algo positivo para justificar su libertad y su posible escape de manos del fraile.

Días después, regresó otro mensajero. Informó que Estebanico había muerto en manos del jerarca de Cíbola tras intentar entrar a la ciudad sin permiso. Fray Marcos, temeroso de correr con la misma suerte, solo se limitó a mirar una de las ciudades desde lejos y regresó a México para dar cuenta de que todo lo que Alvar Núñez había dicho era cierto.

Estebanico no fue asesinado por el monarca de Cíbola, sino que huyó. El negro sabía que tales ciudades solo existían en la mente distorsionada de los españoles, solo eran un sueño como el gran Dorado sudamericano y jamás serían encontradas. Estebanico pasaría el resto de su vida escondido en el norte de México con una mujer indígena; dejó su descendencia como el primer negro que pisó el suelo de los futuros Estados Unidos.

Fray Marcos regresó a México el 2 de septiembre de 1539 y dejó asentado todo lo descubierto en papeles oficiales del gobierno, lo cual dio paso a la siguiente y memorable expedición de Francisco Vázquez de Coronado en marzo de 1540.

A diferencia de la primera excursión, en la que no iba un número grande de soldados ni de indígenas, en esta no se escatimó en ningún detalle para asegurar el triunfo de la conquista de Cíbola. Esta vez partirían con armamento suficiente como para conquistar la Tenochtitlan de veinte años atrás o el Perú de Pizarro. Incluso, el virrey Antonio de Mendoza tuvo que prohibir tajantemente a Hernán Cortés que participara en el viaje, pues no quería compartir la gloria con nadie.

El virrey estaba dispuesto a ir él mismo hasta Cíbola, pero los consejos y presiones del rey y sus allegados lo hicieron desistir. Ante esto, decidió enviar al gobernador de Nueva Galicia, Francisco Vázquez de Coronado, en su representación. El punto de partida fue Compostela (Nayarit) y hasta allá se dirigió Antonio de Mendoza a despedir y dar aliento a sus hombres.

Otras dos expediciones por el Mar de Cortés acompañarían a la terrestre. Una, la financiada por Coronado, se adentraría por el Golfo de California hasta Yuma (Fernando de Alarcón nombraría al río Colorado como Nuestra Señora del Buen Guía y se le reconocería como el primer europeo en poner un pie en California). La otra, enviada por Hernán Cortés, a pesar de haberse adelantado por diez meses a Coronado, terminaría en un rotundo fracaso, dejando financieramente herido a Cortés, quien tendría que viajar a España a pedir de nuevo favores y concesiones al rey.

A Francisco Vázquez de Coronado, joven capitán de treinta años, lo acompañaban 350 soldados españoles, 850 indios aliados que fungían como tamemes (cargadores), ganado vacuno y semillas suficientes para no sufrir hambre durante el recorrido. Como máximo guía del grupo iba fray Marcos de Niza, quien supuestamente los llevaría a las ciudades de oro.

El resultado de esta expedición sería el descubrimiento del gran Cañón del Colorado, en Arizona. No encontrarían ninguna ciudad de oro, solo miseria en unos poblados con casuchas de piedra y barro, con habitantes que ni siquiera conocían el preciado metal. Fray Marcos huiría de regreso a la Nueva España ante el miedo de ser linchado como ocurriría con el Turco, quien insistiría en la mentira del fraile y sería ahorcado por el colérico Coronado en un árbol del camino en los límites del futuro estado de Nuevo México.

Salir de la versión móvil