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La praxis del trato humano en la organización

En todos lados se cuecen habas, pues hasta en las organizaciones, sean empresas o dependencias gubernamentales, ocurren malostratos o actos violentos de cualquier índole, sobre todo entre las distintas jerarquías organizacionales. Obviamente, no se debe menoscabar el respeto al principio de autoridad que da orden a las estructuras y por el cual se cumplen los objetivos; pero este no está relacionado con actitudes déspotas o humillantes de los mandos superiores…

Hace no mucho tiempo, falleció de una rara enfermedad un multimillonario y ni aquí ni en Houston pudieron encontrar una cura a su mal. Poco tiempo antes de morir, reveló a un médico (amigo de él) que tenía meses sin dormir porque tenía miedo de ser robado o violentado por sus empleados. Cabe mencionar que el trato dado como patrón a sus obreros y ejecutivos era no sólo áspero, sino también ofensivo y denigrante.

Yo he sido testigo de cómo algunos empresarios se expresan de sus colaboradores de forma despectiva y vergonzosa. Estas conductas solo denotan actitudes contrarias a la tolerancia, respeto y dignidad humana; además de ignorancia, falta de educación y ausencia total de buenos modales. Dice el dicho popular: “Lo cortés no quita lo valiente”, y yo agregaría lo asertivo.

Este tipo de problemas van más allá cuando se ve inmiscuida la violencia y su impacto social crece, pues lamentablemente las denuncias de estos actos se realizan pocas veces. Recuerdo el caso de un joven junior que irrumpía en la planta de confección de la familia para acosar sexualmente a las empleadas, las amenazaba, forzaba y violaba; a la postre, este individuo se convirtió en un líder empresarial y de un movimiento religioso importante, pilar de la comunidad.

Otro empresario se vio envuelto en un escándalo al rentar una propiedad campestre a una compañía agrícola: en sus terrenos, se daba la más descarada práctica de esclavitud, con sueldos de hambre y condiciones infrahumanas para los trabajadores. Aunque no era él quien infringía la deleznable actividad, el delito se practicaba en su propiedad y desentenderse de lo que sucedía ahí sólo porque el lugar estaba en renta, lo hizo cómplice involuntario por omisión, tal como pasa con el fenómeno de rentar algún espacio a la delincuencia organizada. Si el gobierno se da cuenta de ello, aplica la “extinción de dominio”, quitando el derecho a la propiedad.

En una ocasión, expuse en una mesa de discusión con dueños de grandes factorías un caso de acoso sexual en el IPN, en el cual participó un insigne político de izquierda, el cual posteriormente se hizo famoso por un videoescándalo. Él, como maestro de esa institución, acosó y pidió favores sexuales a una alumna a cambio de aprobarla en una materia. Esto sucedió en los ochenta y no se esperaba la valiente reacción de esta estudiante que lo denunció ante el órgano correspondiente, lo que derivó en la expulsión del profesor. Aún no terminaba de platicar dicho acontecimiento, cuando un connotado empresario de la industria avícola, líder en la región, expresó que de seguro ella se lo buscó, pues eso pasaba por la forma de vestir de las mujeres y concluyó, en concordancia con otros de la mesa, en que se lo merecían. Esto habla del subdesarrollo ético y moral de las buenas personas en la ciudad de la gente buena, la cual vive una doble moral y no da un trato digno a sus trabajadores.

En los gobiernos, esta problemática se agudiza porque los dirigentes, en un 95 por ciento, no tienen las competencias directivas para gestionar el personal a su cargo.

La dignidad humana no es sólo para algunos, es para todos. Es inmanente, connatural a todo individuo, sin importar su condición económica, sexo, religión, raza, edad, nacionalidad, etcétera. Debe respetarse a los subordinados y estos a sus autoridades. Hacerse respetar es la única manera de fincar una sociedad avanzada, evolucionada y basada en una sana convivencia, la cual construya una civilización del amor en los hechos, no en los dichos o las apariencias.

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