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La noche negra de Encarnación de Díaz

Por Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas históricas México en llamas; Tiaztlán y México desgarrado de Ediciones B.

a.basanez@hotmail.com

Twitter @abasanezloyola

 

El martes 14 de agosto de 1973 quedó marcado como la noche de la inundación más trágica en la historia de Encarnación de Díaz, Jalisco.

La Chona, como es mejor conocida esta localidad, se encuentra a 50 kilómetros de Aguascalientes y a 44 kilómetros de Lagos de Moreno, por la carretera 45. La ciudad se ubica en el curso del río Encarnación, que por seguridad de los lugareños fue atrapado hace décadas en una enorme presa. Cada temporada de lluvias, el río amenaza con salir de su confinamiento y verter violentamente su caudal de agua, lodo, piedras y palos sobre los ingenuos moradores de la villa.

Antes de la gran inundación de 1973, hubo otras –como la de 1808, 1856, 1887, 1911 y 1944– que fueron meras advertencias del desastre que ocurriría. Entre todas ellas, destacan cuatro:

El martes 14 de agosto de 1973 superó a todas las anteriores tragedias. Amaneció como los demás días de gran actividad entre semana. Como de costumbre, los puestos de alimentos se abrieron temprano y las escuelas recibieron a los niños. Desde la mañana, se sintió un calor abrazador que alborotaba las nubes de moscas e insectos, los cuales hacen su agosto en la temporada de lluvias. José Romo Romo, el famoso Güero Romo, terrateniente local, advirtió que la presa estaba al límite y ya comenzaba a escurrir el agua por la cortina.

La tarde pardeó por la inmensa carga de nubes que, de pronto, como castigo bíblico, se aglutinó sobre la villa. El aguacero se soltó a eso de las 8 de la noche y, tanto su larga duración como su intensidad, alertaron a la gente. En medio de una oscuridad aterradora, los pobladores comenzaron a subirse a los sitios más altos de sus casas o a las lomas que rodean la localidad. Finalmente, los chonenses vieron cómo se reventaba la cortina de la presa dejando pasar el descomunal peso del agua. La corriente seguía el cauce natural del río y arrasaba con todo a su paso: personas, animales, autos, casas, cercas, piedras, lodo, basura, palos, etcétera.

La población aterrorizada miraba el desastre desde la seguridad de las alturas. El Puente de San Pablo fue totalmente cubierto por el agua, como si nunca hubiera estado ahí. Los muros y cimientos de muchas casas fueron dañados, lo cual causó su demolición días después. La vía del tren a Aguascalientes, que descansaba sólidamente sobre un compacto terraplén de tierra y rocas, quedó en el aire, como si fuera un puente colgante de una película de Indiana Jones.

El olor a muerte de los días posteriores se volvió insoportable. Los establos cercanos a la presa fueron arrasados. Alberto Orozco Romero, gobernador de Jalisco, asistió al poblado con brigadas médicas y de salvamento; aunque muchas de ellas tuvieron que ser compartidas una semana más tarde debido a la inundación, casi desparición, de Irapuato, el 18 de agosto de 1973 (el diluvio dejó a 95 por ciento de la ciudad guanajuatense cubierta de agua).

La bendita ayuda de los inmigrantes mexicanos fue también un bálsamo para los damnificados. Aguascalientes, en su medida, envió apoyo a La Chona. El 25 de agosto, el Club Rotario de Calvillo, por medio de Antonio Zermeño Loera, mandó ropa y medicinas a los vecinos en desgracia. El Club Rotario de Aguascalientes organizó el kilómetro de plata, mediante el cual consiguió recursos para cuarenta familias.


Muchas localidades del Bajío no están preparadas para soportar diluvios como los de Encarnación de Díaz, y Aguascalientes está en la lista. Prueba de ello, fue el aguacero que sufrieron los hidrocálidos del norte de la ciudad el 8 de agosto de 2016: un simple aviso de que este fenómeno natural, un poco más magnificado, puede convertir a Aguascalientes en una Venecia por varias horas. Después de todo, al igual que la urbe italiana, ya cuenta con un San Marcos.

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