Icono del sitio Líder Empresarial

La muerte en Aguascalientes: Una fiesta heredada y el desapego a los difuntos

 

Este es un lugar que no hace distinciones. Sus puertas están abiertas a cualquiera; aunque las personas no quieran llegar ahí, es muy probable que muchas terminen en un cementerio.

A lo largo de la historia, la muerte ha sido querida y odiada. A fines del siglo VI, casi todos los difuntos eran enterrados a las orillas de los centros religiosos, pues se creía que las almas eran vulnerables a muchos peligros y que estos sitios las protegían por estar cerca de Dios.

Con el tiempo, los poblados se hicieron más grandes y los decesos, más frecuentes. Cuando los muertos ya no cabían en los terrenos cercanos a las iglesias, los cadáveres se trasladaban a un lugar especial fuera del pueblo por cuestiones de higiene.

El rompimiento de la humanidad con la muerte

La relación del hombre y la muerte empezó a ser distante cuando las personas tomaron conciencia de lo efímero de las cosas.

Con esto en mente, el derroche y el placer se convirtieron en un estilo de vida para los más pudientes. No pasó mucho tiempo para que la frase “Todo en exceso es malo” cobrara sentido entre los adinerados, quienes entendieron que el desenfreno ponía a disposición de la muerte su tesoro más preciado: la vida.

Es así que la humanidad decidió encontrar un equilibrio entre el disfrute y los excesos para conservarse por más años en este mundo.

Una ciudad de paso que no se escapó de la visita de la huesuda

Aguascalientes siempre ha sido una ciudad de paso. Por ella cruzaba la Ruta de la Plata, por la cual miles de comerciantes viajaban. Gracias a esto, los aguascalentenses aprendieron a vivir con alemanes, franceses, españoles… con personas de diversas creencias religiosas. Muchos de estos visitantes se quedaron en la villa, haciéndola un punto de convergencia de distintas culturas, característica que se percibe en los panteones.

En el estado existe más de un centenar de cementerios. De injerencia municipal, hay doce en la capital. El Panteón de La Salud es el más antiguo de todos; se fundó en 1776 y en él descansan los restos de personajes importantes, como Jesús Terán Peredo, el actor David Reynoso, entre otros.

El Panteón de la Cruz, el cual fue unificado con el de Los Ángeles, es quizá uno de los más famosos. La primera parte se inauguró en 1875 por el gobernador Ignacio T. Chávez. Cuando el lugar ya no fue suficiente, se adquirió el terreno de al lado, en 1903, para construir otro cementerio. Posteriormente, en los años setenta, se derrumbó el muro que dividía a los dos sitios. Así, nació uno de los camposantos municipales más grandes de la entidad federativa; en él existen más de 10,000 tumbas.

“Para los aguascalentenses la muerte siempre fue un tema serio”, afirma Giovani Guerrero Ramos, coordinador de proyectos de la Dirección de Panteones Municipales del estado, quien considera que a pesar de la imagen de burla y fiesta que el país tiene sobre la muerte, en Aguascalientes ésta se relaciona más con el dolor y el sufrimiento.

“En el estado, el dejar de sufrir es un término muy arraigado. El concepto de la muerte está alejado del espacio material; nadie relaciona al panteón con cultura, con arte y es por eso que hoy los monumentos funerarios sufren el paso del tiempo”, reflexiona.

Tumbas descuidadas, montones de tierra y tradiciones olvidadas es lo que son muchos cementerios del estado en la actualidad. Poco queda de los rituales tradicionales, como el acompañamiento al muerto hacia el panteón en un desfile integrado por todo el pueblo, el paseo por las cuatro aristas del camposanto para guiar al alma en su travesía o los novenarios que ayudaban a las almas a encontrar su camino al paraíso.

En su lugar, se adoptaron costumbres de otras regiones del país. “Yo no recuerdo haber visto tanta fiesta, música; esas eran estampas más de la Ciudad de México o del sur del país, incluso abrir los cementerios después de las 6 de la tarde no se concebía”.

Con el pasar del tiempo, los pobladores aprendieron a picar papel y a sonreírle a la muerte. Los colores, las calaveras de azúcar y los festivales no eran comunes en Aguascalientes, pero hoy son tradiciones que cada año se adhieren más a la identidad hidrocálida.

Salir de la versión móvil