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La irreversible transición del campo

Hace ya varios números de Líder Empresarial, comenté que los programas públicos no lograron frenar, pese a sus intentos, la natural evolución del sector primario de la economía mexicana. La realidad pura y dura muestra que la actividad del campo pasó de 28 por ciento del PIB en las primeras décadas del siglo pasado a menos de 5 por ciento en la actualidad; el minifundismo pulverizó la tierra; la población rural disminuyó en términos relativos (de 70 por ciento en 1910 llegó a 21 por ciento en 2000), pero se duplicó en cifras absolutas (de 11 pasó a 21 millones de personas); el país se urbanizó y la mayoría de los más pobres aún vive en el medio rural. ¿Es esta una tendencia que llegó para quedarse? Muy probablemente, sí. Veamos.

Debido a la apertura comercial, México ingresó a una auténtica modernización de las actividades primarias en virtud de las reglas impuestas por una economía abierta, lo cual se acentuó con la desgravación arancelaria para el comercio agropecuario pactada en el Tratado de Libre Comercio. Aunque el campo pobre y rezagado lo siguió siendo, el valor de la producción nacional se incrementó. Según Sagarpa e Inegi, las exportaciones de este ramo han estado creciendo alrededor de 10 por ciento anual. Los aumentos más importantes se registraron en: camarón congelado, melón, sandía, papaya, frutas y frutos comestibles, ganado vacuno, aguacates, entre otros. ¿Por qué sucedió así?

Primero, porque la parte empresarial agrícola se volvió más productiva, introdujo innovaciones tecnológicas, se organizó mucho mejor, invirtió y se insertó eficazmente en las grandes cadenas de comercialización. Eso explica que las exportaciones mexicanas en este ámbito hayan alcanzado entre 23,000 y 25,000 millones de dólares entre 2014 y 2015.

Segundo, los productores exitosos entendieron bien el juego. La agricultura comercial y agroindustrial, las cuales reaccionaron de forma positiva a la apertura, aprovecharon el crecimiento de más de 110 por ciento de las exportaciones agroalimentarias a EUA en las últimas décadas. El vecino del Norte se convirtió en el mercado individual más grande para los productos agrícolas mexicanos; de hecho, absorbe 80 por ciento de las exportaciones agropecuarias del país.

Tercero, el proceso de redensificación urbana redujo la superficie cultivable y obligó a las empresas a ser más productivas en menor espacio. Hacia 1930, el país contaba con tres zonas metropolitanas, ahora tiene cincuenta y nueve; tenía 80 por ciento de su población en zonas rurales y 20 por ciento, en las ciudades; hoy, las cosas están al revés. En consecuencia, la innovación marcó realmente la diferencia.

Cuarta, las actividades primarias son parte del ámbito empresarial y por tanto, están sujetas a las leyes del mercado. Como el gobierno dejó de ser el controlador de los precios, las fronteras se abrieron al comercio internacional, surgieron competidores más eficientes, los sistemas de distribución cambiaron y los consumidores adquirieron otro perfil. Entonces, los ganadores fueron quienes se modernizaron y transitaron a un modelo de negocio del siglo XXI.

Si se quiere reactivar la agroindustria y multiplicar el éxito en ella, se debe partir de un diseño conceptual realista. El campo mexicano no volverá a tener la relevancia estratégica del pasado; pero puede convertirse en un sector más dinámico, el cual interactúe eficientemente con el resto de los ramos económicos. Este enfoque debe tomar en cuenta los efectos que una agricultura moderna, competitiva y abierta puede tener sobre el conjunto de los consumidores en términos de oportunidad, calidad, precio, cuidado ambiental y desarrollo regional equilibrado. Solo así, se beneficiará a más productores.

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