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La ilusión de las empresas familiares

En el siglo pasado, había en Aguascalientes un conocido empresario que entre sus reglas de operación incluía no contratar profesionistas, asumiendo que lo mejor era el conocimiento práctico –lo cual en la antigua Edad Media era la única opción para aprender oficios en los talleres de los artesanos-, y dejar las empresas en manos de la familia. Las cosas han cambiado mucho desde entonces y ninguno de esos dos supuestos es válido hoy.

El surgimiento de los llamados negocios familiares tuvo en su origen dos explicaciones muy lógicas. Por un lado, los hijos eran la fuente más inmediata de mano de obra y su colaboración en la firma se entendía como algo natural no solo para hacerla crecer, sino por razones de sobrevivencia generacional. Por otro, hay un factor cultural muy arraigado, sobre todo en Occidente, que supone que el ámbito de mayor confianza para todo efecto práctico reside en la familia. En otras palabras: “La sangre es más espesa que el agua”, dice un proverbio alemán al parecer del siglo XII.

Sin embargo, por una enorme variedad de razones, el crecimiento, el éxito y, sobre todo, la sostenibilidad de ese modelo de negocio se agotó. De hecho, si se miran las empresas relevantes de Aguascalientes en los años sesenta y setenta asociadas a apellidos conocidos, todas ellas fracasaron y desaparecieron, con acaso un par de excepciones. Hoy, son otros factores los que hacen toda la diferencia.

El primero es admitir que los empresarios están perdidos si piensan que sus hijos, sobrinos o yernos siempre son los más indicados para dirigir la compañía. La evidencia indica que las organizaciones familiares que se mantienen en la vieja tradición cerrada desaparecen, máximo, en la tercera generación. Por ende, ahora es crucial la calidad y la preparación del capital humano, y la cantidad de innovación y conocimiento que este produzca.

El segundo factor es dual. Por una parte, las empresas exitosas de origen familiar suelen hacer dos cosas. Una es integrar un equipo técnico, administrativo y logístico compuesto por profesionales debidamente reclutados por perfil y mérito; y no a la parentela que como no sabe hacer otra cosa, entonces hay que darle trabajo; para estos efectos, sale mucho más barato ponerles un salario y pedirles que se mantengan al margen. La otra es articular un gobierno corporativo formado tanto por personas pertenecientes a la firma como por consejeros independientes, en donde los familiares ocupen una posición minoritaria y, desde luego, no ejecutiva. Esto garantiza tomar las mejores decisiones.

El tercer elemento es la apertura no solo comercial o económica, sino también la cultural. Durante décadas, los negocios familiares se acostumbraron a crecer y ganar dinero en una economía cerrada, premoderna, protegida y ficticia. Los que lograron cierto éxito, fue en buena medida porque operaban en una economía que no era, estrictamente, una verdadera economía de mercado, sino otra caracterizada por escasa competencia, consumidores cautivos, nula inversión en capital humano o tecnológico, una estructura de costos distorsionada y un contubernio cotidiano entre empresarios y políticos bajo la forma de subsidios, aranceles altos, créditos relacionados, contratos amañados o permisos varios, los cuales no reflejaban la actividad real de las compañías.

Así las cosas, la apertura y una mayor competencia derivada de los tratados comerciales debilitaron seriamente el modelo seguido hasta entonces. Unos sobrevivieron y otros no.

Con estos antecedentes y con una buena interpretación de la realidad económica nacional e internacional, las nuevas generaciones de empresarios debieran aprender la lección para no cometer los mismos errores. Dicho de otra forma, aun con la mejor política de desarrollo económico ejecutada por el mejor gobierno, si no hay una clase empresarial innovadora, moderna, audaz, agresiva y preparada, México no retomará el crecimiento elevado y sostenido.

En suma, la moraleja es que deben ser empresarios de verdad. Verdad de Perogrullo, pero aún existen empresarios –y no pocos- que siguen queriendo que el gobierno les haga la tarea. Les gustaría que de pronto se cerraran de nuevo las fronteras a todo producto o servicio, y que se impusieran aranceles desorbitados a cualquier importación que signifique competencia. Un empresario real sabe muy bien que ahora hay una economía crecientemente abierta; que su competencia lo mismo está en Chile, Taiwán o Polonia; que tiene que jugar en un mercado libre; y que si le va bien o no será gracias a su talento, disciplina y creatividad.

La segunda conclusión es que los negocios son cosa seria y no basta con las ocurrencias ni la suerte. A veces esas cualidades sirven; pero la dedicación, planeación, orden o intuición son indispensables para hacer buenos negocios. En suma: hay que profesionalizar las empresas. Con frecuencia, los empresarios no tienen idea exacta, por ejemplo, de cuáles son sus costos de producción, entre otras cosas, porque compran insumos en el mercado informal o el contrabando, porque no están en el régimen laboral formal o porque eluden todo el tiempo sus obligaciones fiscales, salariales o las prestaciones sociales. Por ende, mientras no asuman que la economía real empieza por ellos, siempre encontrarán justificaciones para culpar a otros de sus fracasos.

La tercera lección es entender que el nombre del juego se llama “consumidores”. En un mercado libre y agresivo, los principales agentes no son los propios empresarios ni el gobierno, sino el consumidor, quien tiene ahora un poder inédito para decidir sus opciones de compra como le venga en gana. Esa es una realidad que nadie puede cambiar, ni las regulaciones ni los subsidios, sino solamente la sagacidad de las compañías para ganar clientes.

No todo está perdido, por supuesto. Hay ejemplos exitosos y no son pocas las empresas familiares mexicanas que están haciendo las cosas de manera distinta; pero si la mayoría desea algún día ser verdaderamente importante dentro o fuera del país, tiene que profesionalizar sus operaciones, entender el mundo económico actual, trabajar mucho, contratar talento, innovar y competir agresivamente.

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