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La gran cabeza chichimeca

Por Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas históricas: México en llamas; México desgarrado; México cristero; Tiaztlán, el fin del Imperio Azteca; y Santa Anna y el México perdido, de Ediciones B.

a.basanez@hotmail.com

Twitter @abasanezloyola

Que mejor manera de recordar la antigua presencia chichimeca en Aguascalientes, que con una colosal cabeza al borde de un acantilado en la carretera 70, Aguascalientes-Calvillo, kilómetro 33. La enorme escultura mide 12 metros de altura por 10 de ancho y 7 de fondo; tiene una masa de casi 2,000 toneladas. Esta gran roca, como las cabezas de los cuatro presidentes estadunidenses (George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln) en el Monte Rushmore, señorea los acantilados de la sierra; pero a diferencia de ellas, esta aún no se encuentra terminada, ya que le falta un águila que emergerá de la parte derecha del rostro del indio.

La colosal cabeza comenzó a ser esculpida al final del siglo pasado por Juan Justo Zarate, quien es oriundo del estado de Oaxaca. Para crearla, se inspiró en la conquista de Tenochtitlan y en la lucha de los indomables chichimecas. El entusiasta artista oaxaqueño cuenta ahora con ayuda para terminar su obra maestra lo más pronto posible.

Tanto los hombres como las mujeres chichimecas llevaban el cabello hasta la cintura, suelto o trenzado. Los guachichiles y guamares lo teñían de rojo, así como todo su cuerpo. Usaban adornos como collares y aretes. Vivían en cavernas, agujeros o chozas de paja. Las chozas, como nidos de pájaros, a veces estaban colocadas debajo de árboles o sobre las salientes de un acantilado. Los españoles solo podían ubicarlos por los humos de sus fogatas.

En la región, siempre escaseaban los alimentos; por ello, estos indígenas cultivaban maíz y algunos tipos de calabaza, pero por lo regular dependían de la miel de abeja, tunas, mezquites, bellotas, ciertas semillas y raíces. Los españoles quemaban sus maizales para crear hambrunas y obligarlos a negociar la paz.

Los chichimecas eran excelentes cazadores y no despreciaban ningún alimento, comían de todo: gusanos, víboras, ratas, ranas, conejos, aves, peces, ciervos, mulas, caballos, reses y cualquier otro animal. Por lo general, ingerían los alimentos crudos o parcialmente asados. Su gusto por la carne de res, introducida por los españoles, fue un factor importante tanto en la guerra como en la paz.

Al parecer eran grandes conocedores de plantas y semillas que funcionaban como drogas. Se embriagaban frecuentemente con néctares de maguey, tuna o mezquite. Los hombres quedaban tan afectados después de haber bebido, que las mujeres se escondían para evitar ser violadas o asesinadas. Afortunadamente, como medida de control, nunca se emborrachaban todos al mismo tiempo, siempre dejaban a un destacamento para prevenir el desorden y los ataques sorpresa de sus enemigos.

Los chichimecas creían que al comer hombres, animales y plantas podrían adquirir las cualidades de estos. La sangre era sagrada para ellos y tenía cierto significado ritual: al nacer el primogénito, los parientes y amigos hacían incisiones en el cuerpo del padre, con instrumentos agudos, hasta que quedara cubierto de sangre.

Para defenderse de los malos espíritus y las epidemias, rodeaban sus campamentos con arbustos espinosos. Temían a la brujería y tenían sumo cuidado de no dejar objetos ni cáscaras de tuna cuando pasaban por territorios enemigos.

Entre 1548 y 1589, la corona española arremetió con fuerza contra los chichimecas, iniciando una lucha sangrienta y sin cuartel, que fue conocida como la Guerra Chichimeca. Esta llevó a la ruptura definitiva del modelo de vida de este pueblo. Durante cuatro décadas, las tribus fueron perseguidas, disminuidas, desmembradas y casi exterminadas del norte de la Nueva España. Por fortuna, no desaparecieron por completo: hay pruebas de que esta lucha se extendió hasta el siglo XVII, cuando se consiguió la desaparición de sus asentamientos y los indígenas sobrevivientes tuvieron que adaptarse a la vida de las nuevas urbes españolas como Zacatecas, Aguascalientes y Lagos de Moreno.

Dadas las circunstancias en las cuales pelearon los españoles y sus aliados, se ha satanizado a los chichimecas como indios bárbaros, extremadamente belicosos y sanguinarios. Se ha dicho que solo vivían para la guerra; pero lo mismo podría decirse de la mayor parte de los pueblos de la tierra que han sido perseguidos hasta el exterminio.

Los chichimecas fueron tan buenos guerreros que estuvieron a punto de reconquistar parte de su territorio con la rebelión de Tenamaztle en Apozol, Zacatecas, en 1540.

Por eso, de ahora en adelante, cada vez que veamos esa monumental cabeza chichimeca en el camino, reflexionemos un poco sobre la grandeza de aquella raza que pisó estas tierras unos siglos atrás. De un modo u otro, los aguascalentenses contamos con sangre chichimeca y española en nuestras venas. Todos somos hijos de Pedro de Alvarado y Tenamaztle, acérrimos rivales en la Guerra del Mixtón.

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