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José Velasco, el Azote de Calvillo

Por: Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Santa Anna y el México Perdido” de Ediciones B y  “Juárez ante la iglesia y el imperio” y “Kuntur el inca” de Editorial Lectorum.  Facebook @alejandrobasanezloyola

El  Estado de Aguascalientes ha sido cuna de grandes héroes y personajes notables que aportaron su talento en la construcción de este gran país que es nuestro México. Durante estos seis años de anecdotarios históricos, he escrito mayormente sobre los buenos, pero hoy toca el turno para los malos. Qué mejor ocasión para escribir sobre José Velasco, el Azote de Calvillo, considerado después del bandolero Juan Chávez como el segundo peor azote del Estado de Aguascalientes.

José Velasco nació en 1902 en las Piedras Chinas, en las proximidades de Calvillo, cerca del pueblo de la Labor, entre la Panadera y la Sierra Fría. Su madre fue doña Sabina Delgado y su padre don Pablo Velasco, a quien perdió cuando apenas era un niño. Doña Sabina asumió el rol de padre y madre a la vez. Vivió hasta los noventa años.

Debido a la pobreza en que creció, José no pudo ir a la escuela y se dedicó de lleno a trabajar en las labores del campo. Ganó experiencia hasta convertirse a los veinte años en el joven caporal de la Hacienda de la Cantera, propiedad del acaudalado don Antonio Morfín.

Dos años después, en 1924, fue convencido por don Facundo Martínez, otro gran hacendado de la zona, para trabajar con él. La relación fue muy buena y Velasco fue tratado como un hijo más, con muy buena paga. Apoyaba a don Facundo en todo y en noviembre de 1926 lo convenció para que se uniera como soldado de Dios en la Cristiada.

Don Facundo, buscando ganarse el cielo, surtió a Velasco de armas y pertrechos. José nombró como su segundo a Donaciano Martínez, su gran amigo de la Labor. Al grito de ¡Viva Cristo Rey!, juntos se convirtieron en la cabeza cristera de Calvillo, que en unos cuantos meses puso en jaque a los federales de Plutarco Elías Calles.

Como muestra de poder asaltó violentamente el ayuntamiento de Calvillo. Se hace de dinero y pone en libertad a los presos, que en agradecimiento engrosaron sus fuerzas en la guerra contra el gobierno. El capitán Manuel Ramírez Oliva, jefe cristero del centro, lo incorpora como un elemento valioso en la guerra contra la opresión a la religión católica. En un lapso de dos años Velasco se convirtió en el terror de Calvillo.

Bajo el pretexto de buscar recursos para la guerra, secuestraba, asesinaba y extorsionaba a los hacendados más ricos de Calvillo. Una atenta carta como “invitación a cooperar” o la visita de un amable emisario realizando una “petición para su causa” eran un ultimátum de muerte. Si no recibía el oro, se cobraba con la vida del extorsionado.

Cuentan que, en ocasiones, Velasco al estar con su tropa se alejaba con uno o dos de sus hombres para enterrar su oro, y los que lo ayudaban a cavar terminaban días después en otra fosa para no dejar testigo del paradero del tesoro.

Los padres escondían a las mujeres para que no fueran raptadas por los cristeros. Por temor a este chacal, Calvillo y pueblos aledaños sufrieron un éxodo hacia la ciudad de Aguascalientes, dejando casas y ranchos en el abandono.

El capitán Ramírez como medida desesperada ordenó a su ex patrón Donaciano, que invitara a Velasco a una gran comida y ahí lo fusilara sin consideración alguna. Don Donaciano, fiel y temeroso, se negó a hacerlo, además de prevenirlo del enfado de los jefes cristeros por sus excesos.

Por estos meses el Azote de Calvillo se casó con Luisita Marín, bella dama de la Labor con quien tuvo un chiquillo del mismo nombre. Después de la paz pactada en 1929 entre la Iglesia y el gobierno, Velasco hizo caso sordo al cese de hostilidades y siguió con sus tropelías, como asesinar a sangre fría a un ferrocarrilero en un día de campo, delante de sus familiares y amigos.

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En el año de 1930 pide una fuerte cantidad de dinero por las vidas de los hermanos Serna, hombres mayores ya entrados en años. Los hermanos, no dispuestos a ceder tan fácil, lo citan para fingir pagarle y ahí mismo madrugarlo.

Velasco, hábil y escurridizo, huele el peligro. Junto con su asistente Juan de la Paz hacen una demostración de velocidad y puntería, asesinando a balazos a Refugio, David y Rosario. El episodio enciende de furia y odio a la comunidad de Calvillo, que pone un precio aún más alto por la cabeza del asesino de las Piedras Chinas.

Después del escandaloso incidente, José Velasco y Juan de la Paz, temiendo por sus vidas, se separan por un tiempo. Velasco se esconde en el puerto de Manzanillo y De la Paz consigue trabajo como peón en la construcción de la presa Calles.

En 1932, por abusos de la Reforma Agraria que atentaba contra la propiedad de los hacendados, surge la segunda Cristiada. Velasco y De la Paz, financiados por los hacendados, vuelven a tomar las armas en lo que mejor saben hacer: robar y matar. José Velasco, como jefe de guerrilla, vuelve a extorsionar, robar y asesinar a gente importante de Calvillo. 

Al final de sus días Velasco se alió con Jovita Valdovinos, la famosa guerrillera de Jalpa, que al igual que él en Calvillo, asoló Jalpa y sus alrededores en su lucha contra el gobierno.

Velasco, enfadado con ella por negociar su perdón con el gobierno, planea asesinarla en Aguascalientes. Hasta allá llega acompañado de Plácido Nieto, otro de sus sanguinarios guardaespaldas, para juntos ultimarla por supuesta traidora. Velasco no contaba con que la hija de su amante le informaría a su novio, soldado del gobierno en Peñuelas, el escondite de su supuesto tío.

Hasta allá llegó oportunamente el ejército y después de una feroz persecución por las calles del centro, Velasco fue acribillado en la calle por donde hoy se encuentra CANACINTRA. Su cadáver tuvo que ser identificado por la misma Jovita Valdovinos, quien al hacerlo, tuvo que ser protegida de ser linchada por el iracundo pueblo que no paraba de gritarle “perra traidora” por entregarlo al ejército.

Hasta el último año de su vida, 86 largos años, Jovita juró que nunca lo traicionó. Malas lenguas dicen que hubo un tormentoso romance entre ellos, y por eso entregó a Velasco. Otros dicen que jamás hubo nada y que fue coincidencia que lo encontrara el ejército. La verdad difícilmente se sabrá con exactitud.

Velasco murió a los 33 años, convertido en una leyenda del mal. Su cuerpo fue exhibido tanto en Aguascalientes como en Calvillo. Como broma del destino su cadáver reposa en Calvillo, frente al de los hermanos Serna, cuyas tumbas están rebosantes de flores, a diferencia de la suya, sucia y abandonada. 

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