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José Guadalupe Posada, el Goya mexicano

Por Alejandro Basáñez Loyola
Autor de las novelas históricas México en llamas; México desgarrado; México cristero y Tiaztlán, el fin del imperio azteca, de Ediciones B.
a.basanez@hotmail.com
Twitter @abasanezloyola

“Tan grande como Goya, Posada fue un creador de una riqueza inagotable. Ninguno lo imitará; ninguno lo definirá. Su obra es la obra de arte por excelencia.”
Diego Rivera

“La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera.”
José Guadalupe Posada

Germán Posada Serna y Petra Aguilar Portillo tuvieron ocho hijos, de los cuales cinco fueron varones. A todos, curiosamente, les pusieron como primer nombre José. El 2 de enero de 1852, en el Barrio del Encino, nació uno de ellos: José Guadalupe Posada Aguilar, quien mostró un talento natural para el dibujo.

Apoyado por su hermano José Cirilo, aprendió a leer y escribir, para luego explotar su habilidad en la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes. Y aunque estaba en constante pleito con su padre porque este consideraba al dibujo como entretenimiento de bohemios que solo lo haría pasar hambre, al cumplir dieciséis años, Lupe ingresó como aprendiz al taller litográfico de Trinidad Pedroza, donde iniciría la aventura del genio aguascalentense que retrató la vida de los mexicanos a finales del siglo XIX y principios del XX.

Posada realizó sus primeras caricaturas de carácter crítico contra el gobernador de Aguascalientes José Gómez Portugal, las cuales fueron publicadas en El Jicote. Presionado por el molesto mandatario hidrocálido, decidió cambiar de aires y se mudó, junto con Trinidad Pedroza, a León, Guanajuato. Ahí consiguió una plaza de maestro de litografía en la Escuela Preparatoria de León y abrió un taller de litografía, teniendo como socio a su antiguo maestro.

En 1873, regresó a Aguascalientes y se casó con María de Jesús Vela en 1875. Al año siguiente, se fue de nuevo a León y le compró su parte del taller a Trinidad Pedroza. De 1875 a 1888, colaboró exitosamente con los periódicos La Gacetilla, El Pueblo Caótico y La Educación.

El 18 de junio de 1888, la más espontosa tromba recordada por los leoneses (2 000 casas destruídas, 250 cadáveres, 1 450 desparecidos, 5 000 familias en la miseria, y el centro de León bajo 2.50 metros de agua) hizo que José Guadalupe perdiera su taller.

Comenzando de cero, se mudó a la Ciudad de México, donde comenzó a dibujar sus caricaturas para periódicos como El Ahuizote, Nuevo Siglo, Gil Blas, El hijo del Ahuizote, La Patria Ilustrada y la Revista de México. También experimentó con una nueva técnica de grabado con planchas de plomo, zinc y acero.

El regordete hidrocálido, moreno, de cara ancha, con bigote de cerdas de cepillo, mal encarado y parco fue criticado y envidiado por los artistas capitalinos del momento. En ese momento, su obra no fue tan reconocida; sin embargo, después de su muerte, sería sacada del anonimato por su admirador Diego Rivera, quien logró que Posada se volviera inmortal y se le equiparara con artistas como Francisco de Goya y Pablo Picasso.

Algo que caracteriza su obra es la representación de escenas cotidianas de la vida mexicana con calaveras de distintos tipos, algunas de ellas asociadas con el Día de Muertos. Don Lupe más que temerle a la muerte, la ridiculizaba en cómicas caricaturas y la hacía su amiga. Sus personajes muestran satíricamente las diferencias sociales entre ricos y pobres en el boyante México de Porfirio Díaz.

Sus caricaturas de calaveras, borrachines, prostitutas, homosexuales (como su famosa viñeta de los 41 jotos detenidos por la policía en plena fiesta en la cual se encontraba el yerno del presidente Díaz), ricos echando la casa por la ventana o cortejando damas con ropas de lagartijo en la Alameda, porfiristas rateros… arrancaron risas a los mexicanos y pusieron en aprietos al caricaturista, quien visitó varias veces la cárcel debido a ellas.

Además, tuvo una activa participación durante la Revolución Mexicana como dibujante, grabador y litógrafo. Desde antes del estallido social en 1910 hasta su muerte (antes de la Decena Trágica), Posada invadió las calles con volantes y panfletos que apoyaban a los trabajadores explotados. Hizo dibujos de batallas, fusilamientos, trenes, zapatistas, villistas, adelitas, obreros, políticos y líderes del movimiento; aunque también tocó las fibras religiosas de los feligreses ilustrando milagros, apararecidos, curas y santos.

El prodigioso grabador alcanzó a su Catrina el 20 de enero de 1913, a los sesenta años. Murió tan pobre como vivió toda su vida. Pero años más tarde, otro importante mexicano le haría justicia a su talento.

Su Calavera Garbancera o Catrina, rescatada y engalanada por Diego Rivera en 1947, apareció en el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, en el cual Diego se declara como hijo de Posada y la Catrina al pintarse junto a ellos con ropa de niño. Para el muralista, esta calavera representa al mexicano que se hizo rico con la Revolución y ahora desprecia sus orígenes y costumbres, por eso trata de lucir como un europeo ataviándose con ropas francesas. Gracias a este rescate, la obra del aguascalentense influyó en artistas como José Clemente Orozco, Francisco Díaz de León, Leopoldo Méndez, entre otros.

Actualmente, su arte es atesorado en el Instituto Nacional de Bellas Artes, Museo José Guadalupe Posada en Aguascalientes y Museo de Artes Gráficas en Saltillo, Coahuila; aunque también hay particulares que presumen alguno de los miles de grabados que el caricaturista regaló en vida.

Si José Guadalupe viviera en esta época seguramente arrancaría risas con sus memes de políticos, artistas, deportistas, Obama y el güero antimexicanos Donald Trump. Nada escaparía a su genialidad y ojo avizor.

Por esto, y con motivo de estas fechas de calaveras de azúcar, hay que rendir honores a don Lupe, contemplando concienzudamente a su Catrina en la avenida José Ma. Chávez. La calavera es de metal pintado de negro, con un fondo blanco, una obra maestra que pasa desapercibida por muchos de los automovilistas que pasan a diario por ahí.

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