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Intranquilidad nacional

“Vienen tiempos difíciles y un entorno volátil”. Fue la sentencia del presidente del Banco de México, Agustín Carstens, la cual se está cumpliendo actualmente, pues la devaluación del peso frente al dólar crece y esto forzosamente tendrá un impacto en la inflación.

Si bien la industria automotriz es, en estos momentos, la máquina que impulsa las exportaciones, también es cierto que para operar necesita de una serie de componentes importados (más de 50 por ciento), lo cual disminuye su margen de comercialización. Este hecho afectará a otros sectores (por ejemplo, al del procesamiento de alimentos para la producción pecuaria, el cual importa 90 por ciento de sus insumos), provocando una reacción en cadena que impactará directamente a la economía e incrementará la inflación.

A pesar de estos signos y de las advertencias de especialistas en materia financiera y económica, el discurso oficial sigue siendo que el país nunca había estado mejor y que las reformas estructurales están dando resultado; pero ¿cuál es el problema de reconocer que los niveles de estabilidad en México están cayendo?

Las reservas del Banco de México han descendido, pues son utilizadas para sostener la paridad del peso, lo cual no se ha podido lograr. Además, los capitales continúan saliendo y el nerviosismo de los inversionistas es constante, ya que si esto no se revierte, las reservas no alcanzarán para darles lo que invirtieron.

La falta de seguridad, el verdadero talón de Aquiles de esta administración, también abona a esta problemática. Varios estados de la nación han sufrido un fuerte impacto económico debido a que las bandas criminales se mueven libremente y como consecuencia de ello, se tiene un éxodo de ciudadanos atemorizados, los cuales cierran negocios, sacan sus capitales y, en algunos casos, abandonan propiedades.

El alza en los crímenes es señal de una autoridad rebasada, lo que podría desencadenar un incremento en la impotencia ciudadana, desestabilizadora de países cuando estalla y se manifiesta.

El colmo es que la empresa, la cual aportaba una buena parte del presupuesto federal, hoy se encuentra en quiebra: sus activos son menores y sus deudas, enormes; pero avaladas por el gobierno federal. Si las compañías no logran honrar los pagos de su endeudamiento, este terminará siendo cargado a los impuestos de los contribuyentes, lo cual se va a traducir en un quebranto similar o peor al FOBAPROA.

Otros signos negativos son las deudas contraídas por municipios y estados de forma irresponsable y sin control. De ellas, la única avalada por la federación es la de la Ciudad de México; el resto de las entidades está respaldada solo por el presupuesto correspondiente a cada una, que por la crisis sufrió recortes.

Es poco estar intranquilo ante este panorama, pero lo peor es que no se ve que el gobierno proponga una reducción en el gasto corriente, aunque sí ha reducido los recursos para programas sociales e infraestructura, lo cual solo empeorará todo.

México sigue funcionando gracias al pago de impuestos de la sociedad, que por lo visto es la única que actúa de forma responsable.

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