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Internacionalizarse o morirse

Durante varias décadas, la vieja generación de economistas y, por consecuencia, los políticos y gobernantes que les hacían caso, repitieron hasta el cansancio la letanía de que había que impulsar el mercado interno y, en consonancia, las empresas públicas, la intervención del Estado, el control de precios, los aranceles altos, el control de permisos de importación y esa figura extraña que se dio en llamar “política industrial”. En suma, el secreto del “éxito” consistía en eludir las presiones de la competencia, la calidad, la productividad o la innovación, es decir, aislarse del mundo. Y así nos fue. Después del llamado “milagro” (una parte de los años sesenta del siglo pasado), en que México creció a tasas por encima del 6 por ciento anual, jamás se volvió a recuperar y se mantuvo por décadas en la mediocridad del 2.2 por ciento anual hasta que venció su propio récord en 2019 cuando… decreció 0.1 por ciento.

Si bien esa ha sido la historia reciente de la economía nacional, la de un cierto número de estados fue distinta, entre otras razones porque, aprovechando la apertura y los tratados de libre comercio, rápidamente entendieron que el nombre del juego estaba cambiando, atrajeron inversión  extranjera directa, potenciaron su sector exportador e impulsaron un dinamismo que, hasta la fecha, los ha preservado razonablemente del desastre nacional. Aguascalientes, por ejemplo, que tiene más o menos el 1 por ciento de la población nacional y aporta el 1.3 por ciento del PIB nacional, contribuye en cambio con el 2.5 por ciento de las exportaciones del país. ¿Cómo blindar este logro ante un panorama nacional tan incierto y regresivo y entender que la inserción internacional de un país, un estado o una compañía no es un certificado de duración eterna sino un reto cambiante, vertiginoso y cotidiano?

Lo primero es romper el provincianismo tradicional de los políticos. Salvo uno que otro, les interesa poco el mundo externo, lo conocen menos y, peor aún, le tienen un miedo que, para efectos retóricos, envuelven con la bandera de un nacionalismo obsoleto. Eso no puede seguir. Los gobiernos estatales deben tener en mente y ejecutar una estrategia internacional muy activa, focalizada y práctica que les permita consolidar sus vínculos económicos con el exterior, en particular con los países y sectores industriales (automotriz, aeroespacial, electrónico, TIC, etcétera) que tienen ya una presencia importante en sus territorios.

El segundo punto es darse cuenta de que, a diferencia de hace veinte años, hay nuevos, poderosos y desafiantes jugadores globales, y deben ser estudiados para diseñar una estrategia de aproximación. China y la India tienen ya una población acumulada de 2 mil 700 millones de habitantes. El producto nacional bruto chino superará pronto el de todas las economías occidentales, individualmente consideradas, con la relativa excepción de la de Estados Unidos que eventualmente seguirá siendo el mayor. Si pensamos que, de acuerdo con los expertos, la economía mundial será 80 por ciento mayor en el año 2020 que dos décadas atrás y que el ingreso per cápita crecerá, en igual lapso, 50 por ciento, entonces es posible  pronosticar que los beneficios no serán globales, sino que los principales ganadores serán -países, estados, compañías- quienes acumulen más fortalezas en los campos de la educación, la aplicación tecnológica, la innovación, y el desarrollo científico.

La tercera tendencia es, por consecuencia, relativamente sencilla de comprender. Si el mundo es más global, más elevada la diseminación de la información y más transversal la comunicación tecnológica, entonces las políticas públicas de un país no son ya, en sentido estricto, solamente nacionales. Aún para países menos poderosos o incluso para un estudiante o un ejecutivo, el razonamiento puede funcionar por analogía, lo cual significa que, al menos en el mundo occidental y en los países de Asia Pacífico, será cada vez más normal cambiar de trabajo y de país varias veces a lo largo de la vida productiva y, por ende, la necesidad de adaptarse a una educación multicultural y al trabajo en ambientes y equipos crecientemente heterogéneos, será una condición obligada de competitividad.

La cuarta cuestión es que la movilidad educacional es creciente: más estudiantes están ingresando a los colegios y universidades de países distintos al de su origen. Hay ya cuatro y medio millones de estudiantes universitarios fuera de sus naciones, más universidades están luchando por captar estudiantes extranjeros y más universidades, a su vez, están instalando campus en otros países para aumentar la oferta. En Aguascalientes debemos destinar más energía y recursos para impulsar la movilidad de estudiantes, profesores e investigadores, en ambas direcciones.

He aquí el meollo de la cuestión: ¿somos ya realmente internacionales o globales? A medias. Hay un avance en los aspectos económicos, financieros y comerciales, pero desde el punto de vista cultural y político aún somos un país cerrado. Estas son las asignaturas pendientes. Si los estados mexicanos quieren ser en verdad más competitivos, tienen que dar pasos mucho más radicales y rápidos en esa dirección, empezando, por supuesto, por derribar las fronteras mentales que aún nos distancian de lo exterior. 

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