Jimmer A. Alba Gutiérrez
Cofundador de Marchetti
Hace tiempo, un día que por enésima vez escuché que “el dinero no nos hace felices”, algo en mi cabeza se movió. Fue como si de repente estuviera en desacuerdo con algo que al mismo tiempo tenía mucho sentido. Indagué. Volteé a mi pasado (un poco al más inmediato y un poco al que estaba un tanto más lejano) y me di cuenta de que muchos de mis mejores momentos en la vida habían sido aquellos en los que mis bolsillos estaban mejor abastecidos. Hice fast-forward algunos meses y vi la buena racha esfumarse: estaba en el extremo opuesto. Avancé en el tiempo y encontré un patrón claro: el asunto era cíclico. Tenía dinero, no tenía dinero, tenía dinero, no tenía dinero… un set nuevo de imágenes llegó a mi memoria y encontré el mismo patrón no sólo en mis finanzas personales, sino también en las cuentas del banco de mi empresa. Vi similitudes en mis relaciones personales, en mi peso y en mi apariencia. Estaba bien, estaba mal, estaba bien, estaba mal…
Ahí había algo raro… ¿Por qué demonios pasaba esto? Regresé al pasado, saqué la lupa para ver más de cerca (ejercicio, por cierto, nada fácil) y lo encontré: la clave no estaba en el dinero como tal, sino en cómo el dinero me hacía sentir. Descubrí lo siguiente: cuanto más cubierto estaba financieramente, más confiado estaba y aflojaba el ritmo; cuanto menos gorda mi cartera, más miserable me sentía y más trabajaba para mejorar mi rumbo financiero.
¿Qué ha cambiado desde mi pequeño ejercicio? Somos unas criaturas bien curiosas los humanos, tan inteligentes como estúpidos y tan sofisticados como simplones; al ser seres dinámicos, de contrastes y reprogramables… somos “hackeables”. Es muy difícil controlar el cómo el tener o no tener dinero nos hace sentir; pero no es imposible si aprendemos a gestionar nuestras emociones: se trata de aplicar un pequeño truco a nosotros mismos a través de cómo nos contamos la historia de lo que estamos viviendo. Imagina por un segundo un escenario hipotético en el que tienes dinero de más; ante una situación así, por ejemplo, puedes contarte la historia de que eres el más chingón de todos y que nada malo podría pasarte: por consecuencia, empezarás a esforzarte menos y tu bolsillo tarde o temprano lo va a notar. Esto puede aplicar también para los escenarios de decadencia: te sientes mal, te cuentas la historia de que eres un fracaso y de repente terminas comprobando que sí y es porque tú mismo te llevaste hacia allá. La clave es la historia.
He de confesar que no puedo hablar de todo esto aún con mucha autoridad, ya que yo mismo sigo tratando de dominar el arte de no engañarme a mí mismo. Pero con seguridad puedo dar el siguiente consejo: cuando tengas dinero, permítete sentirte bien, pero no demasiado; cuéntate una historia de humildad para mantenerte alerta; uno siempre puede estar peor de lo que está y tenemos que ser capaces de reconocerlo para mantenernos en el estado que nos gusta. Haz lo mismo cuando no tengas dinero y te sientas mal: cuéntate la historia de que es solamente temporal y vuélvete el David que venció al Goliat de la tarjeta de crédito topada, la factura vencida y los zapatos rotos.
Al final, lo que somos, y en lo que nos estamos convirtiendo, es sólo una cuestión de perspectiva.