Por Cuauhtemoc Torres Cruz, consultor financiero y Director de Soluss, Soluciones Empresariales y Patrimoniales.
Frente a un escenario inédito, fuera de toda planeación y cálculo, debemos tomar una decisión: usar el mucho o poco ingreso disponible para invertirlo de manera usual, o reducirlo a lo mínimo indispensable para enfrentar una posible radicalización de la crisis del COVID-19.
Vale la pena considerar la experiencia de la Gran Depresión de 1929 originada en los Estados Unidos a partir de la caída de la bolsa de valores de Nueva York el 29 de octubre de 1929, y a partir de ese evento una profundización paulatina y constante de la economía de todo el mundo. Se requirieron planes desafiantes y 11 años para superarla.
¿Pero cuál fue la causa de esa gran crisis? Entre muchos tecnicismos económicos, destaca la prolongada duración. La falta de esperanza y confianza de los inversionistas y de la sociedad en general provocó una retención excesiva de dinero en manos de la gente.
Está en redes un video, “guan jondred dollar”, donde se muestra el efecto benigno y multiplicador de circular el dinero. Este requisito indispensable para la economía global va acompañado de una actitud optimista, de esperanza y confianza en un futuro mejor por parte de la sociedad.
Hoy día, la contingenci nos lleva a la necesidad de tener una fuerte ancla emocional y espiritual que nos impulse a confiar en que el futuro será mejor…
George S. Clason, en su libro “El hombre más rico de Babilonia”, señala que: “la riqueza de una nación es la suma de la riqueza de cada uno de sus ciudadanos”, hoy debemos de decir que, el futuro de nuestra familia, estado, nación y mundo será tan brillante como la confianza y esperanza de cada uno de nosotros.