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Gobernar bien no es (solo) ganar elecciones

Cuando este número se encuentre en circulación, el nuevo gobierno estatal ya habrá tomado posesión y con ello, se habrá iniciado un nuevo periodo de expectativas, avances, interrogantes, fracasos, decepciones. La historia política, en Aguascalientes y en todas partes, es cíclica y la distancia que suele haber entre el principio y el fin es abismal, para bien o para mal. Recordemos.
Cuando uno lee las declaraciones de quienes ganaron las elecciones a gobernador del estado, se queda con la impresión de que se trata de personas hábiles, efectivas, vigorosas y tal vez con deseos de hacer bien las cosas. Es muy raro, como bien lo dijo Enrique Peña Nieto, que un gobernante se proponga deliberadamente a hacer las cosas mal. Desde luego, sucede; pero no porque así se quiera, sino por razones de otro tipo, como los cambios de conducta que se sufren a lo largo del mandato, o bien, por tendencias casi demenciales como las que tal vez expliquen la escandalosa corrupción de muchos políticos.
Pero a estas alturas, los problemas son tan complejos que las prendas positivas no bastan para gobernar con eficacia. La realización de esta tarea exige algo mucho más sofisticado que la hiperactividad mediática, la buena voluntad o los arreglos partidistas. Los nuevos gobernadores harían bien, por ejemplo, en leer un artículo muy agudo que Peter Druker, el gran gurú de la administración, publicó en 1993 en The Wall Street Journal. En él, da a conocer las seis reglas para los presidentes. De manera resumida, se las presento a continuación:

1. ¿Qué hacer?

Es lo primero que un mandatario debe preguntarse. No debe obstinarse en hacer lo que desea, aunque eso fuera el centro de su campaña. Negarse a aceptar esto, es rechazar la realidad y condenarse a ser ineficaz. Una cosa son las promesas de campaña y otra, muy distinta, las decisiones de gobierno.

2. Concéntrese, no se diversifique.

Hay media docena de respuestas correctas a la pregunta de la regla número uno; pero a menos de que se haga la arriesgada y polémica elección de llevar a cabo una sola tarea, no se conseguirá nada.

La primera prioridad de un gobernante tiene que ser algo que realmente deba hacerse. Y si lo eligido no es demasiado polémico, probablemente se está escogiendo la opción equivocada. Es necesario que sea factible, con un objetivo concreto y también muy importante, para que marque la diferencia si tiene éxito.

3. No apueste jamás sobre una cosa segura.

Siempre falla el tiro. Un mandatario efectivo sabe que no hay política libre de riesgos.

4. No microadministre.

Las labores de un gobernante son muchísimo mayores que las que una persona, aun la más enérgica y mejor organizada, pueda posiblemente lograr. Por consiguiente, cualquier actividad que un presidente no tiene que hacer, no «debe» hacerla.

Los primeros mandatarios están muy alejados del campo de acción, son muy dependientes de lo que otras personas les cuentan o prefieren no contarles; están demasiado ocupados para estudiar la letra chica, para poder microadministrar con éxito. No hay ninguna forma más rápida de desacreditarse que ser su propio jefe de operaciones.

5. No tenga amigos en la administración.

Fue la máxima de Lincoln. Quien hace caso omiso de esta regla, vive para lamentarlo. Nadie puede confiar en los amigos del presidente: ¿para quién trabajan?, ¿en favor de quién hablan?, ¿a quién informan? En el mejor de los casos, se sospecha que colaboran con sus superiores y con su gran amigo; en el peor, se les conoce como espías.

Lo más malo sucede cuando esos individuos se ven tentados a abusar de su posición y poder, lo cual daña seriamente la imagen del gobernante.

6. ¿Y la sexta regla?

Es el consejo que Harry Truman dio al recién electo John F. Kennedy: «Una vez que uno resulta electo, hay que dejar de hacer campaña».

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