A lo largo de mis 25 años de carrera en el mundo corporativo, he sido testigo y protagonista de los avances y retrocesos en la lucha por fortalecer el papel de las mujeres en puestos clave. La equidad de género ha sido un tema recurrente en discursos y compromisos empresariales. Pero la distancia entre el dicho y el hecho sigue y seguirá siendo un desafío evidente que debemos abordar con determinación y acción.
He sido testigo de cómo muchas organizaciones adoptan políticas de equidad de género y se comprometen públicamente con la inclusión. Sin embargo, esas palabras no siempre se traducen en cambios tangibles.
Las mujeres seguimos enfrentando barreras invisibles que limitan nuestro acceso a posiciones de liderazgo. A pesar de representar una proporción significativa de los talentos más preparados, a menudo nos encontramos subrepresentadas en los espacios donde se toman decisiones cruciales.
Cambios necesarios para alcanzar la equidad de género
En mis primeros años de carrera, fui pionera en ocupar posiciones que en ese momento eran prácticamente consideradas exclusivas para hombres en cargos de alto nivel. Hoy, aunque la presencia femenina ha crecido, el progreso, a mi parecer, sigue siendo lento. Esto demuestra que, aunque las políticas están en papel, las estructuras culturales aún deben evolucionar para sostener una verdadera inclusión.
En este sentido, uno de los mayores obstáculos que he enfrentado es la cultura organizacional arraigada en estereotipos de género. A menudo, las mujeres debemos demostrar nuestro valor de manera constante, mientras enfrentamos un escrutinio mayor que nuestros colegas hombres. Además, el fenómeno de la «doble carga» es una realidad persistente: se espera que seamos firmes, pero no demasiado agresivas, competentes pero también cercanas.
Por otro lado, las redes de mentoría y patrocinio, esenciales para el avance profesional, no siempre están diseñadas para incluirnos. En mi caso, he tenido que construir esas redes con esfuerzo y, a medida que avancé, también me propuse abrir puertas para otras mujeres.
Una reflexión desde la experiencia
Escribir este artículo me ha llevado a reflexionar sobre mi trayectoria. Hoy entiendo con más claridad que el verdadero cambio no se logra con buenas intenciones, sino con acción sostenida. Cada compromiso necesita ser respaldado por medidas concretas, y cada política debe reflejarse en prácticas diarias.
He aprendido que liderar desde la coherencia, ser transparente en los objetivos y rendir cuentas no solo genera credibilidad, sino que también inspira a otros a seguir el ejemplo.
Para mí, el liderazgo femenino sano es clave para cerrar esta brecha. Se trata de liderar con empatía, pero también con firmeza; de cuestionar las normas, pero también de construir puentes. Cuando las mujeres en posiciones de poder demostramos que es posible generar resultados excepcionales desde una perspectiva inclusiva, abrimos la puerta a un cambio cultural profundo.
Errores comunes
Sin embargo, no podemos dejar de visibilizar que aun a pesar de nuestras mejores intenciones, incluso como líderes femeninas podemos cometer errores que obstaculizan el camino hacia la equidad de género. Uno de ellos es caer en la «exigencia excesiva»: imponernos un estándar casi inalcanzable por demostrar constantemente que merecemos nuestro lugar.
Esta actitud, aunque bien intencionada, puede generar agotamiento y perpetuar la idea de que las mujeres deben trabajar el doble para ser reconocidas.
Otro error común es replicar los modelos de liderazgo tradicionales que excluyen o desmotivan. Al intentar «encajar» en estructuras dominadas por hombres, podemos perder la oportunidad de introducir un enfoque más inclusivo.
También podemos caer en la tentación de competir entre nosotras, en lugar de construir redes de apoyo y colaboración. En este sentido, un error significativo es subestimar el poder del ejemplo, ya que, como líderes, debemos recordar que nuestras acciones tienen un impacto profundo en quienes nos rodean.
Si no somos coherentes con los valores de equidad que promovemos, enviamos un mensaje contradictorio que socava nuestros propios esfuerzos.
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Pero… ¿Cómo acortar la brecha?
Desde mi rol como líder, he aprendido que el cambio verdadero comienza con acciones concretas y sostenidas. Algunas estrategias que he implementado y promovido incluyen:
- Transparencia y rendición de cuentas. Impulsar la creación de sistemas de medición claros para monitorear el progreso en equidad de género. Esto incluye revisar periódicamente las brechas salariales y las tasas de promoción de perfiles de mujeres en posiciones clave.
- Mentoría. He sido mentora de muchas mujeres a lo largo de mi carrera, alentándolas a aspirar a roles de liderazgo y proporcionándoles herramientas para superar barreras. Además, he procurado utilizar mi posición para patrocinar a mujeres talentosas, asegurándome de que tengan acceso a oportunidades clave.
- Políticas de conciliación. Desde hace varios años he abogado por esquemas de trabajo flexible y licencias parentales equitativas. Estas políticas no sólo benefician a las mujeres, sino que también promueven un equilibrio saludable para todos los colaboradores.
- Transformación cultural. A mi gusto, una de las más difíciles de lograr, ya que sólo es posible a través de una clara alineación de propósito, que requiere del compromiso de ser trabajada día con día. Una manera de fortalecer este punto es a través de talleres y campañas para desafiar los prejuicios inconscientes y promover una cultura donde las mujeres sean valoradas y respetadas por su talento y contribuciones.
Elementos clave para cerrar las brechas de desigualdad
Un elemento clave para cerrar las brechas de desigualdad es promover la colaboración entre hombres y mujeres, trabajando juntos más allá de las diferencias de género y enfocándonos en el talento y las habilidades individuales.
En mi experiencia, los equipos diversos que valoran tanto las perspectivas masculinas como las femeninas generan mejores resultados y fomentan un ambiente inclusivo, por lo que es fundamental invitar a los hombres a ser aliados en esta causa.
La equidad no es una lucha exclusiva de las mujeres. Es un esfuerzo colectivo que beneficia a toda la sociedad. Esto implica desafiar las normas tradicionales de género que también limitan a los hombres, permitiéndoles participar plenamente en roles que promuevan la igualdad, como el cuidado familiar o el liderazgo inclusivo.
He sido testigo de cómo las iniciativas que fomentan la colaboración entre géneros —como programas de mentoría cruzada y talleres de sensibilización— han transformado la dinámica organizacional. Cuando hombres y mujeres trabajan codo a codo con un objetivo común, las barreras comienzan a desmoronarse, y la equidad deja de ser un ideal para convertirse en una realidad palpable.
El liderazgo no tiene género
Mi experiencia me ha enseñado que el liderazgo no tiene género. Liderar con propósito, empatía y autenticidad son cualidades que trascienden las etiquetas. El verdadero cambio ocurre cuando reconocemos que el progreso no se trata de sustituir un modelo dominante por otro, sino de construir un entorno donde cada persona tenga la oportunidad de brillar según su talento y contribución.
La equidad no es sólo una cuestión de justicia. Es un factor crítico para el éxito organizacional. Los equipos diversos son más innovadores, resilientes y productivos. Pero lograr esta diversidad requiere valentía, persistencia y un compromiso genuino de traducir las palabras en acciones.
Creo firmemente que el liderazgo compartido entre hombres y mujeres es la clave para catalizar este cambio. Liderar con propósito y autenticidad inspira confianza y motiva a otros a unirse a la causa.
Cerrar la distancia entre la palabra y la acción es un desafío complejo, pero cada paso cuenta. Desde mi posición, seguiré trabajando incansablemente para construir un futuro donde hombres y mujeres ocupemos los espacios que merecemos y donde nuestras voces sean escuchadas y valoradas.