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Envejecimiento, empleo y robotización: ¿qué sigue?

Al iniciar el siglo XXI, en buena parte del mundo, especialmente en la Unión Europea y Japón, y por razones distintas, como la política de un solo hijo que prevaleció por largo tiempo en China, se han combinado tres tendencias que muy probablemente van a generar enormes tensiones en el mundo de la economía, el empleo y los servicios de seguridad social, salud, vivienda y movilidad. Una es la transición demográfica hacia sociedades más longevas que, entre otras cosas, retrasarán la edad de jubilación y, por ende, afectarán la disponibilidad de empleo y la presión sobre los sistemas de pensiones; la segunda es el cambio en los patrones convencionales del mercado laboral en virtud de los procesos de innovación y mayor sofisticación de la planta productiva; y, por último, el efecto de la robotización y la inteligencia artificial sobre la economía. Veamos.

Para empezar, la transición demográfica global muestra que la población rural sigue migrando a las ciudades en busca de trabajo y oportunidades de vida, lo cual tendrá un impacto decisivo en el tipo de demandas que deberán afrontarse. Además, solo en 2018 tendremos poco más de 43 millones de personas adicionales que se sumarán a los 7,635 millones que hoy habitan el planeta. En segundo lugar, el aumento en la esperanza de vida es más acentuado; por virtud de las mejoras en la salud y la educación, este indicador, que entre 1975-1980 era de 62 años, se estima que en 2050 llegue a los 77 años en México, y a los 90 años en algunas otras naciones.

El tercer factor, como lo han anticipado diversos expertos (Jeremy Rifkin, Alec Ross, Lynda Gratton o los estudios de McKinsey), que es el cambio tecnológico, elemento indispensable para mejorar la productividad de las empresas y la competitividad de los países, tenderá más bien a destruir empleos que a crearlos. De hecho, algunos estiman que, dependiendo del sector específico, 47 por ciento de los empleos de hoy podrían desaparecer en menos de una década al volverse irrelevantes, ser ejecutados por máquinas o desarrollarse innovaciones como el “aprendizaje profundo” mediante el cual se podrán hacer cosas que hoy realizan seres humanos. En suma, el llamado big data, la inteligencia artificial o la robótica serán la clave en la economía del conocimiento hacia la cual México transitará más temprano que tarde.

Desde luego, todo esto es algo que ya ha sucedido en el pasado, particularmente con la automatización durante el desplazamiento de la agricultura y, más tarde, con la Revolución Industrial a finales del siglo XIX en Inglaterra; y si bien en lo inmediato la creación de empleó cayó, a mediano plazo se recuperó (esto es algo que ha pasado incluso en años recientes como lo muestra el caso de México entre 2013 y 2018). ¿Podría ocurrir algo así ahora? Es posible.

Según Luis Garicano, director del Centro de Economía Digital de IE Business School, hay algunos “efectos clave” que pueden llevar a que la demanda final de trabajadores aumente como el de la productividad, es decir, que “al reducirse el coste de producción, se reducen los precios de (potencialmente) un gran número de bienes y servicios, lo que aumenta la riqueza de las sociedades y su demanda. Este aumento se puede producir en el propio sector que ha experimentado un aumento tecnológico o en la economía en su conjunto” (El País, agosto 5, 2018).

Asumiendo entonces que en ese terreno habrá que evitar el alarmismo, hay otros en donde el problema del envejecimiento ya nos alcanzó. Uno es la crisis de las pensiones que ha ido creciendo de manera muy acelerada a consecuencia de diversos factores –jubilaciones muy tempranas, desorden e irresponsabilidad en la gestión de los fondos pensionarios, entre otras cosas-, los cuales han ido incrementando la carga de manera casi insostenible; algunos expertos hacendarios mexicanos calculan que cada año dicha carga aumenta entre 18,000 y 20,000 millones de pesos.

El otro es en el campo de la salud. En México no existe la suficiente capacidad hospitalaria y de seguridad social para los adultos mayores ni la cultura de manejo de una población de riesgo que demanda servicios muy especializados, llámese vivienda, ocio, alimentación, etcétera.

En suma, México debiera estudiar, con gran seriedad y en sentido integral, las mejores prácticas internacionales en materia de políticas de envejecimiento con el fin de empezar a diseñar, formular y ejecutar una que nos prepare para mejorar la cohesión social y económica entre todos los grupos etarios.

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