La violencia contra las mujeres, según las Naciones Unidas, constituye una “manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre el hombre y la mujer, que han conducido a la dominación de esta y a la discriminación en su contra”. Se trata de un fenómeno de carácter mundial que se esconde, produce y reproduce a través de las estructuras patriarcales mediante la cultura, usos y costumbres sociales.
Son múltiples las formas en que esta violencia se manifiesta y puede ocurrir tanto en el ámbito público como en el privado. La trata de mujeres, la prostitución forzada, los matrimonios forzados, la violación sexual, la violencia doméstica, los feminicidios y el acoso sexual laboral, son apenas unos ejemplos de la realidad a la que se ha enfrentado el 70 por ciento de las mujeres en el mundo (cifras de ONU).
La violencia contra las mujeres no son casos aislados; se trata de una pandemia mundial que no distingue fronteras, estratos sociales o culturales. Es el mayor obstáculo para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres.
Este 25 de noviembre se conmemora el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. La fecha es en honor a tres activistas políticas, las hermanas Maribal, que fueron asesinadas en 1960 por el dictador dominicano Rafael Trujillo. Desde 2008, la ONU lanzó la campaña “ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres”, para sensibilizar a la sociedad y aumentar la voluntad política para prevenir y erradicar todas las formas de violencia contra la mujer. Se invita a la sociedad civil y a los gobiernos a “pintarse” de color naranja como un símbolo de rechazo a esta violencia.
Su erradicación es una tarea colectiva. Por una parte, le corresponde a los Estados establecer políticas públicas, legislaciones y acciones afirmativas que prevengan, corrijan y castiguen esta violencia. Por otra, la labor de la sociedad civil es la de educar desde la equidad y la igualdad, romper con los estereotipos de género asignados desde el nacimiento, así como denunciar y alzar la voz cuando se es testigo de esta violencia.
Los empresarios también tienen un gran reto: pintar de naranja sus empresas y evitar, entre otras formas de violencia, el acoso sexual laboral. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) este consiste en el “comportamiento en función del sexo, de carácter desagradable y ofensivo para la persona que lo sufre”. Puede manifestarse como chantaje, cuando se condiciona a la víctima con la consecución de un beneficio laboral, o como ambiente laboral hostil, cuando la conducta da lugar a situaciones de intimidación o humillación de la víctima.
El acoso sexual laboral ha sido reconocido, tanto por Naciones Unidas como por la OIT, como una manifestación específica de violencia contra las mujeres que constituye un problema de salud y de seguridad en el trabajo. Es también, como toda forma de violencia de género, una violación a los derechos humanos de las mujeres.
Este 25 de noviembre sobran las razones para pintarse de naranja.