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¿Emprender? Sí, pero con innovación

Desde hace más de una década, en México se habla del papel central del emprendimiento, entendido como la capacidad de echar a andar un negocio o una nueva actividad productiva. Sobre esto, la metodología del Inegi tiene una categoría denominada “unidad económica”, mediante la cual provee información sobre cuántas nacen y cuántas mueren (entre otras cosas). También, las universidades han puesto énfasis en la formación de emprendedores porque asumen que es su misión actual. Se entiende, en síntesis, que tener más de ellos equivale a mayor crecimiento y competitividad. Pero, ¿es así? La evidencia muestra que no o no necesariamente.

En el sexenio de Felipe Calderón, se financió más de 400 000 emprendimientos y promovió otros 30 programas de apoyo; sin embargo, esto no tuvo un impacto significativo en los niveles de crecimiento económico, productividad y nacimiento de nuevas empresas, pues las Pymes (por cada mil habitantes) se mantuvieron a una tasa por debajo de la media internacional. De acuerdo con el BID, mientras que los países de alto ingreso tienen una tasa de 7.2 por cada mil habitantes y América Latina y el Caribe, de 2.52; México posee apenas 1.7. En cambio, Chile cuenta con 8.4; Costa Rica, con 3.5; Brasil, con 2.2. ¿Por qué ocurrió así? En parte porque la composición de la economía mexicana cambió y con ella, el concepto de emprendimiento que realmente hace una diferencia.

Las razones de esto son varias. La primera es que los emprendimientos modernos están asociados a los sectores más dinámicos y sofisticados de los servicios, la manufactura o la agroindustria. Y la segunda es que si bien los datos muestran una composición con gran valor agregado en algunos ramos (automotriz, autopartes, aeroespacial, electrónico o equipo de cómputo), estos aún son insuficientes para competir eficazmente con el resto del mundo, lo cual refleja un área de oportunidad enorme para generar producciones de mayor valor agregado e innovación, con más investigación, desarrollo tecnológico y mejor calidad educativa (características distintivas del empredimiento moderno).

Es decir, el emprendedor moderno entiende cómo funcionan los nuevos mercados y se centra en cómo insertarse en las cadenas tanto de valor como de innovación. Dicho de otra forma: si un emprendedor del siglo XXI quiere ser competitivo en la economía local, nacional o global, ¿puede hacerlo con una estructura de negocio tradicional, o bien, con otra más sofisticada mediante la cual genere bienes o servicios de mayor valor agregado, desarrollo tecnológico e innovación? Ese es el desafío crucial.

El problema está en que las economías, como los emprendedores tradicionales de buena parte de América Latina o de los estados mexicanos en el sur del país, están todavía fuertemente basadas en commodities, materias primas, bienes y servicios de mediano o bajo valor agregado. Esto suele ser así porque invierten poco en ciertas variables –como desarrollo de talento especializado o tecnología–, que son los prerrequisitos para innovar. Un estudio reciente del Banco Mundial (El emprendimiento en América Latina. Muchas empresas y poca innovación, 2014) encontró que “los emprendedores de éxito son individuos que transforman ideas en iniciativas rentables. A menudo, esta transformación requiere talentos especiales, como la capacidad de innovar, introducir nuevos productos y explorar otros mercados. Se trata de un proceso que también precisa la habilidad de dirigir a otras personas, priorizar las tareas para aumentar la eficiencia productiva y darle a los recursos disponibles el mejor uso posible”. Por lo tanto, el gran reto, pero también oportunidad de los mexicanos, consiste en reunir esas condiciones y saber participar en sectores donde la economía está mostrando más complejidad, crecimiento, dinamismo.

Desde luego, todas esas condiciones son necesarias, mas no suficientes. La evidencia internacional muestra que también es relevante la existencia de un entorno que propicie emprendimientos de ese tipo y genere las condiciones institucionales, crediticias y de competencia adecuadas para multiplicarlos. Los gobiernos deben organizar, de manera integrada y coherente, un círculo virtuoso mediante la instrumentación eficiente de políticas públicas clave, las cuales permitan al país no solo alcanzar altas tasas de crecimiento sostenido, sino también articularlas en una estructura económica e industrial diversificada que produzca y exporte tanto bienes como servicios de clase mundial.

Para facilitar esto, México y los emprendedores deben trazarse un mapa de navegación de mediano y largo plazo. En él, deben establecer prioridades económicas estratégicas; definir los sectores donde quieren ser competitivos; articular las políticas en materia de educación superior, ciencia, tecnología, emprendimiento e investigación, de suerte que todo ello permita formular una agenda común dirigida a transformar positivamente la economía. Así, se asegurará un crecimiento innovador y productivo, además de una posición mucho más potente en el cambiante mundo del siglo XXI.

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