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El vino en los albores de Zacatecas. Gozos e inconvenientes

Por: Manuel González Ramírez, Cronista de Zacatecas.

Después del descubrimiento de las minas de Zacatecas (1546) su riqueza argentífera atrajo a toda suerte de gente a estas tierras. Primero llegaron mineros (trabajadores y dueños de minas), luego, como sucede en donde hay una gran concentración de gente, aparecieron los vendedores, los mercaderes y los comerciantes. Entre ellos, los que trajeron la posibilidad de distribuir entre los pobladores los buenos vinos de Castilla, a los que no mucha gente tuvo acceso, particularmente, los indios y la gente que pertenecía a otras castas inferiores.

Durante una parte del virreinato estuvo prohibido proporcionar o vender vino a los indios y a otras castas, pues le entraban duro al “chupe” y luego no iban a trabajar. Pero eso no era lo peor, ya que luego de ponerse tremendas “guarapetas” les salía lo valiente y se trenzaban en batallas campales en los que incluso, había muertos.

El padre jesuita Andrés Pérez de Rivas, a principios del siglo XVII, escribió unas crónicas que nos dan cuenta de los sucesos, aunque con algunas exageraciones como la de echarle la culpa al Diablo de los desmanes de los indígenas.

Cuenta el padre Pérez de Rivas que los jesuitas contemplaron una bárbara costumbre que los indios practicaban en Zacatecas a finales del siglo XVI, influenciados por el demonio. Al parecer, los indígenas que habitaban en este lugar aprovechaban cualquier pretexto festivo para formar sus escuadras y emprendían su recorrido hacia el cerro de La Bufa.

Allí se enfrentaban unos con otros usando todo tipo de objetos como armas, tales como hondas, piedras y cuchillos; siempre tiraban a matarse. En este tipo de trifulcas no entraban los representantes de la justicia, por exceso de prudencia ya que podrían convertirse en el blanco de las piedras de todos los indios participantes de la reyerta. Por lo tanto ningún ministro de la ley ponía en riesgo su vida y no había quien les pusiera un alto.

Dice el padre Andrés que la perniciosa costumbre sólo terminó con la intervención de los religiosos de la Compañía de Jesús quienes salían en procesión hacia el cerro de La Bufa, llevando por guión la Santa Cruz a cuyos extremos iban cantando  oraciones dos de los religiosos. Con el paso del tiempo fueron disueltas las bestiales peleas entre indígenas quienes realizaban ese tipo de encuentros violentos bajo el influyo del demonio mismo que habitaba en Cerro de La Bufa, lugar utilizado como campo de batalla.

No fue un remedio instantáneo si no que esta costumbre iría disminuyendo poco a poco hasta que desapareció por completo. Sin embargo, esa es la versión del padre Andrés quien trataba de asentar y destacar los principales méritos que la Orden Jesuita realizaba en las minas de Zacatecas. Era usual que en aquella época se generaran crónicas de acciones de misioneros de las diversas órdenes religiosas. Sus cronistas aportaban elementos para prevalecer por encima de sus competidores.

Sobre el asunto quiero decir que los verdaderos culpables no tenían cuernos ni cola, ni mucho menos olían a azufre; sino que eran algunos comerciantes, quienes promovían esos famosos “sasemes” o enfrentamientos violentos entre dos bandos. Los días de fiesta y domingos, los indígenas acudían al Cerro de La Bufa para emprender fieros combates o “sasemes”, allí consumían bebidas alcohólicas, tabaco, armas blancas, entre otros productos que ofertaban en el lugar algunos de los comerciantes de la ciudad. Además de la violencia se generaba ausentismo de mano de obra en las minas; hacían su San Lunes.

Por estas razones hubo restricciones en la venta de vino para los indígenas.  Además esto garantizaría que el vino no se acabara tan pronto en las minas de Zacatecas, ya que se escaseaba a menudo.

La razón era muy sencilla, en aquel tiempo, en particular en los siglos XVI y XVII, las flotas que transportaban los productos europeos, entre estos el vino, tenían que recorrer los puertos andaluces hasta llegar a Veracruz, casi 4,000 millas náuticas, tardando la travesía cerca de tres meses. El tiempo de retorno efectivo era muchísimo mayor, pues el aprovechamiento de vientos y corrientes marítimas demoraba más tiempo en el tornaviaje, registrándose un promedio de casi cien días hasta Sevilla. Esto significa que el viaje de Sevilla a México y regreso requería por lo menos un año.

Siendo Zacatecas un asentamiento que recién había estrenado su título de Ciudad, precisamente en el año de 1588, se registró una alarmante escasez de vino. Los señores regidores integrantes del recién constituido ayuntamiento de esta ciudad en una sesión de cabildo estaban sumamente preocupados y alarmados por la falta de esta apreciada bebida y en el documento quedó asentado el siguiente acuerdo con las medidas pertinentes:

Que se eche otra llave en la bodega donde se encuentra el vino, y que la tenga un regidor que se nombre y de las dichas bodegas se vayan sacando cada una semana dos pipas, las cuales se vendan por menudo en una tienda estando presente uno de los regidores que se señalare, y no de otra manera, para que se dé tan solamente lo que cada vecino hubiere menester, a cada uno conforme a su calidad y gasto […], y mandaron que luego que se eche la llave y candado, la cual tengan los dichos Pedro Venegas y Juan Delgado [abstemios con seguridad], regidores que están nombrados para el dicho efecto.[1]


[1] Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (AHEZ). Fondo: Ayuntamiento. Serie: Actas de Cabildo. Libro 2º. Año: 1588.

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