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El sitio fundamental de la docencia en la sociedad

El personaje de John Keating en "El Club de los Poetas Muertos", interpretado por Robin Williams, es uno de los profesores más reconocidos en la cultura popular.

Escrito por Francisco Javier Avelar González, rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes

El nueve de mayo, en la Universidad Autónoma de Aguascalientes llevamos a cabo una ceremonia para reconocer a los docentes que cumplieron 10 a 50 años como catedráticos de nuestra Institución. En el evento, tuve la oportunidad de dirigir unas palabras a la comunidad académica; como éstas son extensivas para todos los docentes y, dado que hace un par de jornadas celebramos su día, comparto con ustedes este mensaje en las siguientes líneas…

Sin desestimar la herencia genética, con todo lo que ella implica, podemos aseverar que -para bien o para mal- nuestra manera de comportarnos, de relacionarnos con los demás y de enfrentar los retos y conflictos que se nos presentan cada día, son fruto de un largo aprendizaje académico, afectivo y psicosocial, en el que los docentes que han incidido en nuestra vida han sido medulares.
Por supuesto, los primeros educadores suelen ser nuestros familiares (madres y padres, abuelos, tíos, hermanos); pero los docentes tienen el mismo grado de trascendencia e importancia social, porque desde muy temprana edad las personas comienzan sus procesos de formación integral en instituciones académicas. Desde las preprimarias hasta las universidades, los centros educativos se han consolidado como los grandes constructores de las civilizaciones contemporáneas. No son simplemente lugares de instrucción técnica, sino también baluartes de los valores éticos, actitudinales y cognitivos en los que se asienta la sociedad. Por ello, me atrevo a plantear las siguientes dos afirmaciones:

Primero, si bien el fin esencial de las instituciones de educación es formar estudiantes (dado que son nuestra razón de ser), lo cierto es que el núcleo de los centros educativos reside en su profesorado. Los docentes son los encargados de poner en marcha la maquinaria académica para dar cauce y sentido a la inteligencia y las aspiraciones de los alumnos. En consecuencia, uno de los factores cardinales para determinar el nivel de una universidad reside en la calidad de sus académicos.
Un buen maestro no sólo guía y potencia a los alumnos destacados, sino que además ―y sobre todo― es agente de cambio e impulsor de estudiantes con carencias académicas, desventajas socioeconómicas o desinterés en su propia formación. Éste es, de hecho, el más grande reto de nuestra vocación como educadores; porque ser agente de las dinámicas de enseñanza-aprendizaje no se trata sólo de transferir conocimientos y descartar a los alumnos que no parezcan suficientemente capaces o interesados en aprender; por el contrario, consiste en desarrollar la sensibilidad, estrategias y empatía necesarias para entender los contextos específicos de nuestros alumnos y fungir -en términos de Jean Piaget- como andamiajes en la construcción de personas íntegras, éticas y bien preparadas.

Esto me recuerda las palabras de George Steiner, cuando afirmó que un maestro “irrumpe” y revoluciona las dinámicas de sus alumnos “con el fin de limpiar y reconstruir”. En otros términos, el escritor francés expresa que enseñar con seriedad es involucrarse a fondo “en lo que tiene de más vital un ser humano”. De estas palabras se deriva la segunda afirmación que comparto con ustedes:

Estoy convencido de que la vocación más honorable e importante de cualquier comunidad es la docencia, pues de ella dependen todas las demás, sin excepción. No habría buenos médicos, estadistas, constructores, filósofos, científicos, abogados, ingenieros y, en fin, especialistas de cualquier área del conocimiento; ni mucho menos ciudadanos críticos y partícipes en la construcción de una mejor sociedad, si detrás no hubiera un núcleo de maestras y maestros bien preparados y con una generosidad digna de encomio.

Hay en los verdaderos docentes una transferencia y una ampliación racional de eso que denominamos instinto materno o paterno, pues aceptan, educan y se interesan genuinamente por niños y jóvenes con quienes no tienen vínculo sanguíneo o parentesco alguno, y a quienes al cabo de unos meses o años soltarán con aún mayor generosidad (a pesar del apego generado), para dar cabida a nuevos educandos y continuar con esta intensa e incesante labor formativa.

Si aterrizamos lo dicho al caso particular de nuestra casa de estudios, que año con año suma reconocimientos tanto nacionales como internacionales, podemos concluir que tenemos una planta docente admirable: capaz, generosa y comprometida con su vocación. El bien ganado prestigio que ahora gozamos –amparado, por ejemplo, en la acreditación del 100% de nuestros programas de grado evaluables ante CIEES, o en la ocupación de los primeros lugares en los rankings del Consorcio de Universidades Mexicanas- se lo debemos en buena medida a nuestros docentes, quienes han hecho de este trabajo su proyecto de vida, como lo muestran los años que han prestado su voz, su atención y sus conocimientos al arduo ―monumental― ejercicio de formar personas.

Además de felicitarles, deseo invitar a todos los que nos dedicamos a las actividades educativas, a renovar nuestra vocación con entusiasmo, ética y compromiso, adaptándonos a los nuevos tiempos y respondiendo con creatividad e inteligencia a los retos que nos plantea el mundo contemporáneo y a las necesidades e inquietudes de las nuevas generaciones de estudiantes. Recordemos que, junto con los madres y padres de familia, los docentes son piedras angulares en las que descansan los valores de nuestra sociedad. Redoblemos pues nuestros esfuerzos, para continuar construyendo un entorno educado, equitativo, justo y libre de violencia.




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