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El Mayorazgo de los Rincón-Gallardo

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas históricas México en llamasMéxico desgarrado;  México cristeroTiaztlán, el fin del Imperio AztecaSanta Anna y el México perdidoAyatli, la rebelión chichimeca y Juárez ante la Iglesia y el Imperio.

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Ciénega del Rincón fue el nombre con el que por décadas se conoció a la hacienda Ciénaga de Mata. Esta hacienda no estaba dentro de la ciudad de Aguascalientes, se encontraba a escasos kilómetros al este, en la vecina Jalisco, pero en sus años de mayor esplendor llegó a ser tan extensa que ocupó por lo menos una tercera parte de la extensión de nuestro territorio.

En la búsqueda de los orígenes de la familia Rincón-Gallardo nos podemos remontar hasta principios del siglo XVII, pero en este anecdotario les hablaré particularmente del Marquesado de Guadalupe Gallardo, fundado el 27 de abril de 1810 por Fernando VII, a favor del marqués Manuel Rincón-Gallardo y Calderón, coronel del Regimiento de Dragones Provinciales de San Luis de Potosí.

Al morir Manuel Rincón-Gallardo y Calderón el 5 de julio de 1816, fue sucedido por su hijo José María Rincón-Gallardo del Valle.

Ciénaga de Mata fue un gran latifundio que creció enormemente hasta que en 1861, por presiones de las recientes Leyes de Reforma, su último dueño repartió sus haciendas entre sus hijos y muchos de sus terrenos fueron vendidos a sus arrendatarios. En el siglo XX el triunfo del agrarismo campesino en la Revolución Mexicana acabó con el régimen de haciendas, quitándole la mitad de su territorio y dejando la otra mitad en manos de tres propietarios.

Don José María se dio de baja del ejército en el nuevo México independiente y se dedicó de lleno al cuidado de sus haciendas, manteniéndolas unidas y produciendo ganancias, para así salir bien librado  de la turbulenta primera mitad del siglo XIX, llena de guerras y convulsión social.

Ciénaga de Mata era una de las haciendas más extensas y ricas de México. Su casa grande era como un palacio interior, con una hermosa iglesia, que bien podía compararse en belleza y tamaño con cualquiera de las de Aguascalientes.

José María creció con el siglo y se adaptó magistralmente a los cambios políticos que se le sobrevenían. Llegó al mundo en el ocaso del virreinato, y en 1821, apoyando a Agustín de Iturbide, ayudó a engendrar un nuevo país por el que él y muchos lucharon durante largos y sangrientos diez años.

Acompañó a Iturbide en su malograda monarquía y sufrió los enfrentamientos entre las nuevas repúblicas federales y centralistas, arrebatándose el poder una a otra, entre constantes golpes de estado. Sufrió la guerra contra los Estados Unidos y los humillantes tratados de Guadalupe, la guerra de Reforma y la llegada del imperio de Maximiliano, que él ingenuamente, como tantos mexicanos conservadores, apoyó. Hombre fuerte aún, tuvo vida para ver la nueva restauración de la república, la muerte de Juárez, la llegada al poder de Lerdo de Tejada y su expulsión del país por el ambicioso general Porfirio Díaz con el plan de Tuxtepec. Hombre carismático y de fácil trato, fue buen amigo de Santa Anna y consuegro del general  Tornel, también compadre de Santa Anna.

En 1835 se reincorporó al ejército, aceptando el mando del regimiento de Querétaro, y seis años después fue nombrado general de brigada. En 1844 alcanzó su más alto puesto en el gobierno, al ser nombrado gobernador y comandante militar del departamento de San Luis Potosí. El segundo marqués de Guadalupe Gallardo murió en 1877 a los 84 años, justo cuando Porfirio Díaz luchaba por traer la anhelada paz al país, negada por décadas desde la consecución de la independencia.

En 1861, por presiones del gobernador de Aguascalientes, Esteban Ávila, en querer fraccionar y vender las grandes haciendas, don José María se vio obligado a repartir Ciénaga de Mata entre sus doce hijos. El latifundio, al que los economistas de la época achacaban la pobreza de los campesinos, cubría una enorme  extensión de 3,606 km², un modesto ranchito muy cerca a los 5,616 km² del actual estado de Aguascalientes.

En Ciénaga de Mata había una combinación inteligente de ganado y agricultura. Se sembraba principalmente trigo, maíz y frijol, además de la gran cantidad de huertas que aprovechaban el gran caudal de agua con la que contaba la hacienda, 70 km² de terreno con agua en abundancia como para sembrar de todo con éxito, algo así como la superficie total de Calvillo.

Una vez repartidas las haciendas entre sus hijos, don José María vendió 46,000 ha de terrenos a los antiguos arrendatarios. Éstos trabajaban cien ranchos con más de 30,000 cabezas de ganado y pagaban  al marqués 20,000 pesos anuales. El hecho de venderles terreno los sorprendió sobremanera, al grado de dudar que fuera cierto que uno de los latifundios más grandes de México se vendiera. Con grandes sonrisas, los rancheros regresaban de Lagos o Aguascalientes con los títulos de propiedad en sus manos, de aquellas tierras que por décadas habían trabajado y ahora eran increíblemente suyas.

Aunque don José María les prohibió a sus hijos vender sus haciendas, esto cambió cuando él murió. Sus hijos carecían de ese apego y amor a la tierra, y poco a poco empezaron a venderlas. A fines del siglo XIX, los hijos y nietos de don José María contaban con sólo 180,000 ha, la mitad de lo que su abuelo poseía al inicio del siglo.

Rodrigo Rincón-Gallardo Rosso (1840-1909) fue gobernador de Aguascalientes (1875-76), y su hijo Francisco Rincón-Gallardo Doblado (1875-1913), nieto de don José María, se casó nada más y menos que con Luz Díaz Ortega, la hija de don Porfirio Díaz. Pedro Rincón-Gallardo Rosso, otro hijo de don José María, fue enemigo de los franceses en la intervención y terminó en la capital como diputado, senador y presidente del ayuntamiento de la Ciudad de México, un hombre entregado de lleno a  don Porfirio Díaz.

Al inicio del siglo XX vino la Revolución Mexicana, que con su reforma agraria y el ejido puso fin al enorme latifundio de los Rincón-Gallardo. Al inicio de la revuelta, Manuel Rincón-Gallardo Romero de Terreros se convirtió en una especie de revolucionario defensor de Aguascalientes. Esto cambió para peor en 1914, cuando los constitucionalistas marcaron como enemigos a todos los dueños de las haciendas en el país, comenzando su mortal persecución. Muchos de ellos fueros asesinados y otros lograron huir a los Estados Unidos. Si Villa no pudo hacer la paz con los Terrazas, ni Zapata con los Pimentel, mucho menos lo haría Carranza con los Rincón-Gallardo.

De uno de los latifundios más grandes de México, hoy en día sólo queda el ranchito La Cascarona, propiedad de uno de los descendientes de los Rincón-Gallardo, dedicados a la engorda de ganado en los agostaderos de Ciénaga de Mata, y a enaltecer el apellido de tan importante familia en la historia de la región. 

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