Icono del sitio Líder Empresarial

El más grande pintor de Aguascalientes

Por Alejandro Basáñez Loyola/Autor de las novelas históricas de Ediciones B: México en llamas; México desgarrado; México cristero y Tiaztlán, el final del Imperio Azteca

El 9 de julio de 1887, nació en Aguacalientes el genio de la pintura indigenista: Saturnino de Jesús Herrán Guinchard, hijo del dramaturgo y escritor José Herrán y Bolado, y Josefa Guinchard, de ascendencia suiza-francesa.

Herrán inició sus estudios en el Colegio de San Francisco Javier, donde se distinguió por su habilidad y afición a la pintura. El hecho de que su padre fuera el dueño de la única biblioteca del estado le abrió las puertas a las artes, no solo porque tenía libre acceso a los libros, sino también porque el lugar era visitado por literatos y artistas de renombre.

Estudió la preparatoria en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes. En ese periodo, se reencontró con grandes amistades de su niñez, como Enrique Fernández Ledesma y Ramón López Velarde (algunas de ellas, como el poeta zacatecano y Pedro de Alba, se convertirían con el tiempo en importantes personalidades del mundo literario). En esta escuela, continuó desarrollando sus habilidades como dibujante de copias al natural bajo la tutela de José Inés Tovilla, famoso paisajista chiapaneco que radicaba en territorio hidrocálido.

En 1903, la vida de Saturnino dio un vuelco importante debido al fallecimiento repentino de su padre, quien en lugar de herencia, dejó un cúmulo de deudas y compromisos que obligarían a su hijo a emigrar a la Ciudad de México, donde se emplearía en Telégrafos Nacionales para sacar a la familia adelante. A pesar de esto, nunca abandonó la pintura, pues se inscribió a los cursos nocturnos de la Escuela de Bellas Artes.

En ese momento, el arquitecto Antonio Rivas Mercado (diseñador de la Columna de la Independencia) fue nombrado director de la Escuela de Bellas Artes. El puesto de subdirector lo ocupó el pintor catalán Antonio Fabrés, quien en 1906 renunciaría al cargo porque no comulgaba con la forma de enseñar del arquitecto.

Herrán logró ingresar a las clases de dibujo –desnudo y modelo vestido– del maestro Fabrés en la famosa Academia de San Carlos. Ahí, se especializó en dibujo artístico y, rápidamente, fue ganando fama. Su dedicación fue recompensada en 1905 al ser nombrado alumno meritorio en la Inspección de Bellas Artes y Artes Industriales. Al año siguiente, fue meritorio de la Inspección de la Enseñanza Musical. Para 1907, realizó diferentes trabajos como dibujante en el Museo Nacional.

Entre 1908 y 1911, se dio la fase de maduración profesional del aquicalidense. En este tiempo, tuvo una gran influencia de su maestro Germán Gedovius, quien enseñó a Herrán “el gusto por una materia pictórica densa y rica, trabajada con una soltura y un brío neobarrocos”, dice Fausto Ramírez. Este desborde artístico comenzaría con su cuadro Labor y a partir de éste, sus pinturas reflejarían el interés que tenía por la clase obrera y la vejez. Así, pondría mayor énfasis en las formas humanas, en los rostros desiguales de jóvenes y viejos.

En 1909, fue nombrado profesor interino de dibujo de la Academia de Bellas Artes. En ese mismo año, presentó Molino de vidrio, Vendedoras de ollas y el fantástico tríptico La leyenda de los volcanes.

Para 1914, contrajo matrimonio con Rosario Arellano, con quien tuvo un hijo. El pintor ya se encontraba en el clímax de su creatividad y estaba obsesionado con la decadencia del cuerpo, tema que logró representar con maestría en sus lienzos. En 1915, obtuvo el cargo de profesor titular de dibujo al desnudo en la Escuela Nacional de Bellas Artes, lo cual combinó con las clases que impartía en la Escuela Nacional de Maestros. A pesar de su carga de trabajo como docente, Herrán nunca descuidó su producción personal. Pintó Herlinda, su colección Criollas y una de sus obras monumentales, Nuestros dioses.

Los expertos en arte mexicano han calificado la pintura del hidrocálido como modernista costumbrista. Gracias a su dominio de la técnica y su capacidad para plasmar diversos estados de ánimo, pudo capturar las tradiciones y formas de vida de los mexicanos, las cuales habían pasado desapercibidas hasta entonces por otros pintores.

Debido a un mal gástrico que le impedía digerir la comida, la salud de Saturnino fue deteriorándose. Para mejorar su estado, se sometió a una operación; pero por complicaciones en la intervención quirúrgica, murió el 8 de octubre de 1918, a los 31 años de edad (una muerte prematura igual que la de su amigo López Velarde).

Entre sus obras destacan: Labor o El Trabajo, Molino de vidrio, Vendedoras de ollas, La leyenda de los volcanes, La cosecha, Vendedor de plátanos, La criolla del mantón, La ofrenda, El jarabe, Tehuana, Mujer con calabaza, El cofrade de San Miguel, la serie Criollas y el tríptico Nuestros dioses; las cuales se inspiran básicamente en la gente del pueblo, las costumbres populares y el México precolombino.

La siguiente vez que pase por la Avenida Gómez Morín, preste atención a la Puerta Saturnina, un monumento hecho por el escultor Sebastián en honor a Saturnino Herrán, el más grande pintor de Aguascalientes: un pilar imprescindible del arte mexicano, uno de los precursores del muralismo.

*Con información de www.aguascalientes.gob.mx/Estado/Aguascalentenses/saturnino_herran.aspx

Salir de la versión móvil