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El lado ilustrativo del fracaso: ¿En qué se parece tu empresa a un edificio?

Por Xicoténcatl Morales Hurtado, Director SELF México

Alguna vez el arquitecto Witold Rybcznski escribió estas palabras que se pueden aplicar sin duda a la realidad de la vida empresarial que hoy enfrentamos:

“Cuando todavía era un estudiante de arquitectura, un profesor me dijo: ‘Aprendemos más de un edificio que se derrumba que de uno que está en pie’. Lo que quería decir es que la construcción es tanto el resultado de la experiencia como de la teoría. Pese a que el diseño estructural sigue fórmulas establecidas, el funcionamiento real de un edificio se complica con el paso del tiempo”.

Para este perito en rascacielos el comportamiento de quienes habitan un edificio o los elementos naturales y no naturales que lo rodean son difíciles de simular. Su opinión es que sólo algunos componentes selectos de un inmueble de gran tamaño se prueban en hornos para medir su resistencia al calor, por ejemplo, o son analizados en plataformas vibratorias para comprobar su comportamiento ante los terremotos. A diferencia de los autos -continúa el autor-, “los edificios no se pueden estudiar mediante choques provocados”.

La analogía que usaremos en estas líneas es sencilla pero muy ilustrativa: se aprende más de una empresa que quiebra (o está a punto de hacerlo) que de una que se mantiene a flote

Todas las empresas son excelentes (en teoría)

Los coaches del mundo de los negocios raras veces admiten errores en sus planes de acción. Si se siguen los pasos establecidos, se cuenta con un adecuado marketing, se fijan costos alineados a estudios de mercado, se implementan procedimientos organizativos y adecuan ERP capaces de satisfacer a los clientes, la empresa, digamos, será… todo un éxito. 

El derrumbe progresivo de diversas firmas que hemos visto suceder en los últimos meses ha tomado por sorpresa a consultores y a dueños de iniciativas que llevan décadas cosechando logros en el mundo corporativo. Tal parece que los parámetros de prueba de los protocolos comerciales, así como los códigos que rigen el ecosistema empresarial fueron superados por el COVID-19 que se disparó globalmente.

Cuando se construyen las empresas se hacen para triunfar, por ello la variable del fracaso siempre es una excepción a la regla que nos cuesta trabajo digerir.

El lado ilustrativo del fracaso

Por fortuna, el fracaso tiene algo que nos hace abrir los ojos y admirar el verdadero desafío que enfrentan las personas. Los contratiempos empresariales que se traducen en bajas utilidades, los errores que se cometen al no capacitar adecuadamente los recursos humanos, la poca responsabilidad para saldar deudas ante socios comerciales (podría dar mil ejemplos más), son experiencias que dejan no sólo lecciones importantes, sino imborrables.

De alguna manera estas duras pero necesarias muestras de fracaso sirven para enderezar nuestro tipo de gestión, ser precavidos con respecto a decisiones cruciales y atender con mayor sentido de oportunidad los temas que por costumbre o distracción dejamos rezagarse hasta que finalmente estallan.

El fracaso es un maestro insuperable. Brian Tracy dijo alguna vez que uno de sus principales mentores le dio este consejo cuando iniciaba su carrera como asesor gerencial: «Fracasa rápido… fracasa lo antes posible para que aventajes en este terreno a tus competidores. Entre más urgente lo hagas más pronto aprenderás a reconocer las ideas que no te llevan hacia ningún lado.»

La verdad de estas palabras debería estar grabada en la mente de muchos emprendedores que hoy están abonando madurez y experiencia a su trayectoria gracias a los fracasos sostenidos en el tiempo de mayor asalto a la iniciativa privada.

¿Qué tipo de empresa estás construyendo?     

Atendamos la metáfora de este artículo y preguntemos con sinceridad: ¿mi empresa se parece a un edifico sólido o a una torre de naipes a punto de caer?, ¿estoy teniendo problemas con su estructura o mantenimiento?, ¿los cimientos fueron hechos al vapor y descuidaron la forma que adquirió su crecimiento?, ¿debo demolerla y empezar nuevamente?

Cada lector tiene la respuesta apropiada a estas interrogantes detonadoras. La combinación de estrategias, recursos y sinergias que hoy los empresarios están implementando para salir adelante no debe obviar la lección que nos da el fracaso. A veces los edificios deben ser evacuados antes de que una tragedia mayor los embargue, otras simplemente requieren que sus ocupantes corrijan serios hábitos de conducta.

Para cerrar, piensa en esto: una empresa se compone fundamentalmente de dos grandes dimensiones: estructura administrativa y dinámica organizativa. La primera está compuesta por activos y realidades duras: monto de inversión, flujo de efectivo, recursos para pago a proveedores y acreedores, planificaciones financieras y esquemas de negocio. La segunda se nutre de la cultura organizacional, la eficiencia del gobierno corporativo, interacción entre empleados y el resultado final que se ofrece al cliente.  

Tengo una última pregunta: ¿en qué dimensión necesitas hacer correcciones urgentes para que tu empresa no colapse?     

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