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El día después

Hay un punto del que la nueva gobernadora debe partir y consiste en comprender —es decir: internalizar, racionalizar y practicar— algo sencillo: ejercer el cargo para el que ha sido electa no es un concurso de popularidad, un cuento de hadas, o la cueva de Alí Babá. 

La responsabilidad única y exclusiva del titular del Poder Ejecutivo del Estado es conducirse con base en tres principios muy claros: eficiencia, decencia, y absoluto respeto a la Constitución, las leyes y las reglas del juego democrático. Vayamos por partes, como diría Jack el Destripador.

El primer dato es que este período será atípico: concluye el 30 de septiembre de 2027. La gobernadora, para entonces ya de salida, tendrá que hacerse una sola pregunta: después de cinco años “¿dejé las cosas mejor que como las encontré?”. 

Aquí no caben explicaciones ni matices: la única respuesta es sí o no. Por tanto, el punto de referencia es dónde está Aguascalientes en este momento. En el Índice de Progreso Social ocupa la tercera posición a nivel nacional; en el de Competitividad Estatal está en el sexto lugar; en Estado de Derecho también en el sexto sitio; en quinto lugar en la entidad con mayor aumento en el ingreso laboral y en 1.4% su aportación al PIB nacional. Esos son, entre otros, los parámetros a junio de 2022.

La segunda variable: cualquier meta de mejora pasa obligadamente por reconocer el escenario en que se moverá la gobernadora los siguientes años. 

Hay una limitación presupuestal muy seria y es que los estados dependen de transferencias federales. Estas han bajado considerablemente y no se ve espacio fiscal para que crezcan. Por ejemplo, las participaciones (que ya están etiquetadas, sobre todo, a educación y salud) se han incrementado en 18.2% entre 2018 y 2022, por el aumento en los precios del petróleo. No obstante, otros conceptos de donde sale para acciones extraordinarias (infraestructura, seguridad, innovación) han caído entre el 16% y el 92% en ese mismo lapso; conclusión, dinero extra de la federación no llegará. 

En consecuencia, si el nuevo gobierno quiere hacer más cosas productivas que se reflejen en crecimiento y competitividad no le quedará más opción que reducir el gasto público, aumentar impuestos locales y/o contratar nueva deuda, para lo cual la administración saliente le dejará un cómodo margen de maniobra.

El tercer asunto es que todo gobierno exitoso se basa en tres pilares: el programa, el equipo, así como la capacidad de ejecución y gestión. Veamos.

Para que un programa sea eficiente es indispensable subordinar lo que se proyecta hacer a las metas por alcanzar; es decir, no es cuánto hago, sino lo que logro. 

Por ejemplo: ¿qué hacer para que la economía crezca al menos 4.5% anual? ¿Cómo reducir la informalidad por debajo del 30% y la pobreza laboral en el mismo o menor porcentaje? ¿Cómo crear como mínimo unos diez o doce mil nuevos empleos formales anuales? ¿Cómo elevar de 10.5 a 12 años la escolaridad promedio? ¿Qué hacer para que en Aguascalientes la percepción sobre corrupción se reduzca del 48.4% a, digamos, la mitad en el próximo quinquenio? Estas metas, y varias más, son los objetivos que realmente importan al ciudadano.

En este sentido, la agenda debe concentrarse en cinco ejes muy concretos: 

El siguiente acertijo (y el más difícil) es la selección del equipo. Para empezar, un gabinete local no es un equipo de cuates ni de cuotas, ni de parientes ni de amigos y compromisos; algo hay de todo eso, pero debe ser muy marginal. 

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Tampoco es un conjunto de querubines bajados de los cielos: modestos, simpáticos, capaces, preparados, experimentados, guapos y un largo etcétera con todas las virtudes imaginables. Eso, sencillamente, no se encuentra en ninguna parte del mundo (y qué bueno, porque sería ingobernable.) La condición humana es lo que es. 

Por tanto, el objetivo es articular un grupo que, en lo posible, reúna idealmente seis características: competencia, inteligencia, capacidad de ejecución, honestidad, confianza y adecuada reputación; de este abanico de cualidades, lo que se pueda —asumiendo que la mejor orquesta falla con una mala directora—.

La última condición es una gran capacidad de ejecución. En la administración, no hay más que dos clases de funcionarios: los que explican y los que resuelven. La gestión pública es farragosa y laberíntica. Las regulaciones son excesivas. La burocracia es lenta y pesada. Dentro de ello, el tiempo es poco, solo cinco años —y el dinero también—. Así que la habilidad y la astucia para hacer que las cosas realmente sucedan son requisitos indispensables de un gobierno exitoso.

Finalmente, hay un aspecto político y jurídico, aunque también psicológico y moral, que desde ahora debe considerar la nueva gobernadora. Su momento más difícil puede que no no sean estos cinco años sino el día después, es decir, del sexto año en adelante, cuando empiezan a caer los frutos podridos de la estación. 

Por regla general, buena parte de los ex gobernadores se ven tentados a seguir influyendo y a hacer política desde la periferia. Esto suele ser muy desgastante y, de hecho, frustrante; salvo excepciones, no produce impacto alguno. 

Entonces, se dan cuenta de que el poder allí sigue, pero ahora en las manos de otra persona. Es uno el que lo ha perdido y hay que reinventarse. Algunos políticos, quizá los menos, se dedican a otras actividades profesionales. Otros caen en el desprestigio total, traicionados por sus viejos aliados, guillotinados por el sucesor y viviendo a salto de mata con el temor de acabar tras las rejas, como ha sucedido en las últimas dos décadas con unos 20 exgobernadores de todo el país. 

Un tercer grupo son los que desaparecen literalmente del mapa público, se recluyen a rumiar la falta de poder, a padecer las ingratitudes o el aburrimiento ante un teléfono que ya no suena y un buzón al que ya no llegan invitaciones —es decir, van muriendo poco a poco—.

De modo que, si la próxima gobernadora quiere llevar una vida activa, productiva, respetada y tranquila, esto dependerá de la eficacia, la decencia y la honestidad con que se conduzca los próximos años. De lo contrario, aprenderá en carne propia que la política no es un cuento de hadas ni una fiesta interminable y que su gobierno habrá sido un fracaso.

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