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El acueducto del Cedazo

Por Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas históricas de Ediciones B: México en llamas; México desgarrado; México cristero; Tiaztlán, el fin del imperio azteca; Santa Anna y el México perdido; Ayatli, la rebelión chichimeca; Juárez ante la iglesia y el imperio (julio 2018)

 

Hubo una época en la cual era tanta el agua que corría por Aguascalientes, que había lagos como el del Estanque de la Cruz (localizado en lo que hoy es la Colonia Primavera y que se desecó en 1947). Desde esta laguna, como en una postal, se contemplaba a la distancia el hermoso templo de San Antonio y el Castillo Douglas…

La historia del suministro de los recursos hídricos en Aguascalientes comienza con el descubrimiento de los manantiales del Ojocaliente, ubicados al pie de un pequeño cerro, al oriente del zócalo de la urbe. El estimado líquido era represado en un grueso tanque de mampostería, construido a un lado del arroyo que bajaba del Ojocaliente. La diferencia de 29 metros de altura entre el manantial y el Barrio de San Marcos hacía que el agua se desplazara por gravedad, abasteciendo a las huertas y haciendas durante su recorrido de este a oeste, recorrido conocido como “Camino del Ojocaliente” (actual Alameda o Avenida Revolución).

El vital líquido atravesaba los Baños del Ojocaliente (sitio para los pudientes); los Baños de los Arquitos (los del populacho) y, subterráneamente, seguía por la calle del Ojocaliente (actualmente Juan de Montoro) hasta llegar a la plaza principal y un poco más allá del Barrio de San Marcos. Tiempo después, debido a la creciente demanda de agua en la zona sur de la ciudad, le fue construida una segunda acequia para abastecer a los barrios de Triana y de la Salud.

Buena parte de los recursos hídricos eran utilizados como agua potable y para regar huertas. Se dice que en el siglo XVII había casi quinientas huertas en la Villa de Aguascalientes. Muchas de ellas eran regadas por inundación, lo cual ocasionaba que el remanente se concentrara en charcas que luego se convertían en pestilentes focos de infección en tiempos de calor.

Con este auge hídrico, la ciudad aumentó su tamaño, el número de huertas y, por ende, su consumo de agua. Triana se consolidó como un barrio de chileros. Los indios de San Marcos no dejaron de cultivar sus pequeños huertos, y en el casco antiguo las huertas siguieron floreciendo. A todo lo largo del estiaje, el riego de estos plantíos dependía exclusivamente del manantial del Ojocaliente y su red de acequias. Hasta 1730, no se propuso mejorar el abasto mediante la incorporación de nuevas fuentes ni modificar o mejorar el método de riego por inundación empleado por los agricultores.

Ya entrado el siglo XVIII, el nuevo alcalde mayor, Matías de la Mota, fue quien tuvo la iniciativa de estudiar el problema del agua. La villa no podía seguir sobreviviendo a base del temporal de lluvias y del afluente del Ojocaliente.

A menos de una legua al sur, se encontraba el manantial del Cedazo, que no surtía a la villa de su preciada agua, sino que la vertía en el arroyo del mismo nombre, vaciándola finalmente en el río San Pedro. Los arroyos del Cedazo y de Los Adoberos eran las principales vías de captación de aguas pluviales de Aguascalientes, lo que en varias ocasiones los convirtió en una amenaza por su alta probabilidad de desbordarse cuando las lluvias eran copiosas. Así, De la Mota concibió el proyecto de construir un acueducto o galería que uniera el manantial del Cedazo con una serie de pilas, las cuales debían acondicionarse en puntos estratégicos de la villa, fundamentalmente en el Barrio de Triana, el más inmediato al manantial.

La primera fase del proyecto fue construida durante la administración de Matías de la Mota, en 1730; pero por falta de fondos, fue pospuesta por varias décadas. La obra se llenó de tierra y escombros, lo cual se convertiría en un obstáculo al momento de retomar la construcción en 1891.

Bajo la dirección de Ignacio Muñoz, el acueducto del Cedazo fue completamente rehabilitado, lo que hizo posible que funcionara de la forma prevista por el alcalde De la Mota, su impulsor inicial. Durante algunos años, gracias a esta obra, el abasto de agua en el Barrio de Triana fue más óptimo que en el resto de la ciudad, la cual dependía de los manantiales del Ojocaliente y las viejas acequias.

De hecho, a principios de abril de 1891, Reyes M. Durón puso en servicio una nueva fuente pública, abastecida por el conducto del Cedazo. La obra fue costeada íntegramente por él y se construyó en las inmediaciones de su fábrica de textiles La Purísima, con el propósito principal de proveerla de agua. Se acordó que la fuente sería propiedad del ayuntamiento y que los vecinos de Triana podrían usarla sin ningún impedimento.

El acueducto del Cedazo estaba situado a unos cuatro mil metros de la orilla de la ciudad. Era de mampostería, situado al margen izquierdo del arroyo de los Macías. Era tan amplio en su interior, que podía recorrerse a pie; su extensión subterránea era de 3,792 metros. En el punto donde terminaba, iniciaba la parte exterior de cañería de barro que bajaba por las calles del Acueducto y la Alegría, llegaba a la fuente pública que había en la plaza del Encino y remataba en la pila del Obrador, del otro lado del arroyo del Cedazo. La cañería exterior medía 1,200 metros, lo cual le daba a toda la obra una extensión total de casi cinco mil metros.

La rehabilitación del acueducto, la cual se hizo durante la gestión del gobernador Rafael Arellano, coadyuvó a la mejora del servicio de agua: se introdujo nueva tubería de fierro, se abatió dramáticamente el desperdicio y se tuvo suficiente líquido para implementar, por primera vez, las tomas a domicilio. Incluso la pila del Obrador fue proveída por los manantiales del Ojocaliente.

El acueducto del Cedazo es una de las mayores hazañas de la ingeniería civil registradas en la historia de la ciudad. La próxima vez que pases por el Parque el Cedazo, echa un ojo al Caracol, el inicio del famoso acueducto aquí mencionado. Imagina recorrer cuatro sofocantes kilómetros por un angosto túnel situado bajo la húmeda tierra (el conducto de agua sigue ahí abajo, frío e incólume desde hace tres siglos), hasta que, preso por la claustrofobia, salgas a la luz del sol por una alcantarilla, allá por el célebre barrio del Encino o Triana, emergiendo como un topo ante el asombro de la gente.

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