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Educar, ¿para qué?

Aun en estados relativamente exitosos como Aguascalientes, empieza a surgir una discusión acerca de los verdaderos fines de la educación y conviene, por lo tanto, tratar de pensar “fuera de la caja” para comprender, por un lado, cuál es la verdadera relevancia que ese bien tiene en un siglo tan cambiante y vertiginoso, y por otro, cómo enfocar la política pública relativa en los próximos años.

Para empezar hay que aceptar que, para un estado como Aguascalientes, la era de la “escolarización” ya pasó en la medida en que sus niveles de cobertura están muy cerca de la universalización, en especial en educación básica y, de hecho, en media superior. En consecuencia, sus aumentos porcentuales serán residuales y tener más o menos estudiantes en esos niveles o en las universidades ya no hará una diferencia. Lo relevante ahora será transitar de la provisión de servicio escolar a una educación real y sustantiva, lo que quiere decir que esta sea de calidad, pertinente y que genere movilidad social y económica. Naturalmente, este es un reto mucho más complejo. Veamos.

Como es bien sabido, desde las primeras aportaciones de Michael Porter al respecto, la competitividad de un país o un estado deriva de que ejecute políticas públicas con un enfoque holístico que produzca las condiciones necesarias para que la economía evolucione sobre bases firmes y con mayor valor agregado, la sociedad tenga niveles de cohesión elevados, se respire seguridad y confianza en la atmósfera comunitaria, y la entidad aparezca, en suma, en el máximo nivel de desarrollo en un contexto determinado.

La visión educativa tradicional suele conformarse con registrar aumentos en los renglones inerciales, es decir, en aquellos en que se crece prácticamente por default (cobertura, tasa de analfabetismo, escolaridad o rezago educativo) para deducir la eficacia en esa política pública. El primer defecto de ese razonamiento es que afirmar que las cosas están mejor porque la cobertura aumenta es una obviedad, debido a que la comparación de indicadores a lo largo del tiempo va a dar automáticamente un avance inercial (es decir, tendrían que estar las cosas muy mal o tendría que haber una inversión nula o incluso negativa para que no sucediera así). En la práctica, así ha sido a lo largo de toda la historia en casi todos los rubros.

El segundo problema es que para estados más o menos modernos y urbanizados, como Aguascalientes, progresar solo en escolaridad no representa valor agregado en términos educativos. La causa es que empieza a producirse el fenómeno llamado “devaluación educativa”, que consiste en la pérdida de importancia de ciertos niveles académicos cuando se generaliza su obtención y cuando se expande la cobertura. Aunque a nivel general esa evolución puede verse bien, la evidencia sugiere que para los individuos significa que deben cursar más años de estudios formales para acceder a ciertas ocupaciones o para obtener salarios similares a los que la generación precedente alcanzaba con menos escolarización; en suma, como lo demuestran algunos estudios de CEPAL, “el proceso de devaluación de la educación se traduce, para cualquier nivel educativo específico, en una reducción del nivel de bienestar”.

La mejor demostración de que ese es un camino agotado es que, si Aguascalientes se comparase con otros países, algo recomendable en un mundo global y en un país ya conectado a la dinámica internacional, entonces los avances locales resultan insuficientes si consideramos que los años de escolaridad que se requieren en América Latina para “tener buenas probabilidades de no caer en la pobreza” son 12, en promedio, y en Aguascalientes apenas se ha llegado a 9.7.

El tercer elemento es más preocupante aún, ya que se confunden precisamente escolaridad y cobertura con educación y calidad. Más allá de que en algunos países ya se empieza a hablar incluso de la necesidad de “desescolarizar”, justo para dar paso a una educación mucho más pertinente, oportuna, variada y vinculada con las exigencias del desarrollo actual y futuro, y de la transición deseable a una economía basada en el conocimiento; en el caso de Aguascalientes y otros estados de desarrollo medio-alto suele cometerse el error típico, como dijo hace tiempo el Programa de Promoción de la Reforma Educativa de América Latina y el Caribe, de seguir haciendo “énfasis en los insumos, en lugar de orientarse a los productos, midiendo el éxito primordialmente en términos de los incrementos de la matrícula y el gasto, en vez de medirlo en términos del aprendizaje de los niños” y, agregaría, de otros resultados a lo largo de la vida. En otras palabras: con esa orientación lo que se hace es ofrecer no mejor educación, sino mayor “escolarización” y, por lo visto, de baja calidad.

Finalmente, el cuarto aspecto, y en cierto modo el más importante, es saber si la educación que se proporciona está teniendo impacto en los niveles de movilidad social y económica. Por ejemplo, en 2017 el crecimiento del PIB per cápita en el estado fue de 2.3 por ciento, una cifra por debajo de estados como Guanajuato (4.2 por ciento) o San Luis Potosí (3.3 por ciento); pero por arriba de Jalisco, Yucatán o Chihuahua. Ese porcentaje en sí mismo es más o menos equivalente al promedio nacional, pero ¿por qué el PIB del estado crece a tasas cercanas al 5 por ciento y el PIB por persona solo a la mitad? La hipótesis más socorrida es que el fenómeno obedece a que el tipo de empleo que se genera en el sector formal de la economía estatal es de mediana e incluso de baja calificación, y por lo tanto, obtiene salarios medios de cotización menores al de otras entidades que cuentan con una planta productiva más compleja e innovadora y demandan personal de mayores calificaciones. De ser correcta esta apreciación, entonces hay un problema en el ciclo educativo que consiste, nuevamente, en que ya no basta escolarizar, ahora es urgente educar y formar capital humano en las modalidades, habilidades y competencias adecuadas, y que tenga mejor inserción laboral, mayor premio salarial y haga mayores aportaciones a la productividad de la economía local.

En síntesis, el nombre del juego ahora es educar, educar y educar.

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