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Educación y mentefactura

Si algún lector es de los que piensa que estudiar una carrera o adquirir una habilidad son suficientes para toda la vida, más le vale invertir mejor su tiempo y dinero, cambiar de idea o mudarse de planeta porque la economía, la educación y el empleo ya no son lo que eran. Veamos.

En el siglo XXI el conocimiento ha dejado de ser lento, escaso y estable. Richard Buckminster Fuller notó que hasta 1900 el saber humano se había duplicado aproximadamente cada siglo. Al final de la Segunda Guerra Mundial, esto sucedía cada 25 años. Hoy, la situación es más compleja: diferentes tipos de conocimiento tienen diferentes velocidades de duplicación; por ejemplo, en nanotecnología se estima que esto ocurre cada dos años y en el campo clínico, cada 18 meses. En promedio, el saber humano se duplica cada 13 meses. Según IBM, la construcción del «internet de las cosas» llevará a que esta multiplicación acontezca cada 12 horas.

En congruencia con esto, la clave para que la producción del conocimiento se consolide debe caracterizarse por su contenido selectivo y especializado; pero también introducirá una enorme presión en el diseño conceptual y curricular de las carreras y especialidades que ofrezcan las universidades y tecnológicos, pues el saber se volverá obsoleto en menor tiempo. En otras palabras, en el lapso que media entre el ingreso de un estudiante a la universidad y su egreso, unos 4.5 años, su área de especialidad podría haber cambiado significativamente.

Por el lado del empleo, esto ha tenido y tendrá un profundo impacto. La OCDE estima que ocho de cada diez nuevos empleos se están generando en campos que tienen un componente de innovación o de mediano y alto valor agregado. El capital humano, la innovación, la tecnología y el conocimiento serán factores clave para modelar el nuevo mercado laboral, pues permitirán generar valor agregado en la producción tanto de bienes como de servicios y, por consiguiente, desarrollar una mayor productividad.

El tercer elemento es discernir si el tipo de conocimiento que ahora compite y el tipo de empleos que ahora se generan están lo suficientemente vinculados con la oferta académica… Y todo indica que no. Por un lado, a mediados del siglo pasado, se atendían alrededor de 32,000 estudiantes inscritos en 40 instituciones de educación superior. Sesenta y seis años después, en el ciclo escolar 2016-2017, se contó con una matrícula de 4.2 millones de estudiantes que cursaron sus estudios en alguna de las 3,145 universidades existentes. Desafortunadamente, por el otro lado, los sistemas educativos de México y de otras partes han absorbido un gran número de estudiantes con escasa preparación académica para el trabajo; además de que es verificable que la matrícula se concentra en un número reducido de carreras, muchas de ellas saturadas en el mercado laboral.

Según datos del INEGI, en mayo de 2018, el 58 por ciento de las personas desempleadas (tasa de desocupación desagregada por nivel de instrucción) cuenta con estudios de tipo medio superior o superior; además, como ha propuesto Santiago Levy, “los retornos a la educación han caído debido a que, si bien la oferta de trabajadores con más educación ha aumentado notablemente y su calidad ha mejorado, la demanda de trabajadores más educados se ha rezagado”.

Esta situación es una seria advertencia, ya que de continuar la precarización del empleo será mayor el costo que el beneficio de haber estudiado una carrera, al menos desde el punto de vista estrictamente salarial. Asimismo, se desalienta la productividad y las mejoras en las remuneraciones salariales. En suma, contrario a lo que supone el pensamiento convencional, la brecha de la desigualdad social podría ser más marcada incluso entre aquellos que cuenten con más años de escolaridad.

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