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“Debes amar el proceso”: Javier Hermosillo Schmidt, Ironman

No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible”, exhorta el poeta lírico Píndaro en una de sus frases más célebres. Deportivamente hablando, esa máxima puede aplicarse al referirnos al Ironman, una de las pruebas más duras (física y mentalmente) a las que puede someterse una persona: tres mil 800 metros de natación, 180 kilómetros en bicicleta y 42.2 kilómetros en carrera.

Con 21 años, la vida de Javier Hermosillo Schmidt parece regirse por esa filosofía. Tras superar maratones, triatlones, fondos de bicicleta, apostó por competir en el Ironman de Cozumel.

Me gusta llevar mi cuerpo y mi mente al límite”, dice. En un trayecto lleno de sacrificios, que dejan al cuerpo tiritando de dolor y cansancio, ha aprendido una filosofía de vida: “Debes de amar el proceso”. Esta es su ligera ventaja.

En la cena de Año Nuevo para dar la bienvenida a 2022, Javier se preguntó qué querría hacer el próximo año. La celebración continuó su curso y a la mañana siguiente, al despertar, se percató que se había inscrito al Ironman de Cozumel, lo que abrió las puertas a una preparación más rigurosa y exigente que cualquiera otra competición en la que había participado previamente.

-¿Cuál es tu motivación para llevar tu cuerpo y mente al límite?

-En el momento [de la competencia] generalmente lo sufres, no siempre vas disfrutando, pero es en esos momentos de yo considero que mentalmente creces muchísimo, porque tienes que aprender a abrazar y amar a tus demonios interiores, que son los que más difícil te lo van a poner. 

Para Hermosillo Schmidt, esas sombras en la competición aparecen en forma de dudas y pesimismo. “Le empiezas a ver el lado negativo a todo, comienzas a preguntar qué estás haciendo ahí, cansado, solo, quieres llegar a tu casa y no volver a saber nada de esto”, señala entre risas.

Podría pensarse que los momentos más duros y exigentes se desarrollan en la carrera, pero esas horas son solo la culminación de un trajín que inicia muchos meses atrás. Javier comenzó con su preparación cinco meses antes del Ironman.

Aproximadamente, los entrenamientos se repartían por 15 horas a la semana; los sábados y los domingos eran los días a las que les dedicaba más horas pues entre semana sus estudios y su trabajo ocupan gran parte de su agenda, por lo que no podía destinar el tiempo suficiente. 

Más o menos, el sábado eran dos horas de entrenamiento y el domingo podía llegar hasta las siete, ocho horas: seis horas pedaleando y otra hora y media corriendo. Entonces salía a las 8 de la mañana y regresaba a mi casa a las 4, cansado, únicamente con ganas de bañarme y dormir”, comenta.

Tuve que decirle adiós a las reuniones con mis amigos, a las fiestas, porque por más que quería estar con ellos, me encontraba cansado. Era asumir tener poco tiempo para mí, por lo que lo utilizaba para descansar: salía de la universidad a las 2, entrenaba un poco, entraba a trabajar de 4 a 7:30 y de ahí para la casa”, detalla.

Tras un periodo prolongado de ejercicio físico intenso, los deportistas suelen descansar dos semanas antes del ‘Día D’. Podría decirse que llegan revitalizados, con el ánimo de comerse la competencia. “Te sientes muy fuerte, empiezas a nadar como no naderías normalmente gracias al descanso, pero debes guardar tu ritmo porque si no te quemas”, sostiene.

La mesura y el autocontrol juegan factores muy importantes en la carrera. Al momento de iniciar el tramo en bicicleta, el peso del esfuerzo empieza a hacerse notar. “Uno requiere muchísima paciencia; yo iba concentrado en los paisajes, pero también externo mi dolor”, manifiesta.

La recta final es aún más difícil, naturalmente. Correr los poco más de 42 kilómetros del maratón suponen el último esfuerzo del cuerpo en una prueba titánica, pero también exigen a la mente mantenerse centrada en el propósito de terminar la carrera.

Es lo más difícil, porque empiezas a ver a las personas caerse, desmayarse, vomitar, ves muchas ambulancias…Ahí lo que hago es apoyar a los demás, si veo a una persona cabizbaja le digo que va bien, aunque el mensaje no sea para él sino para mí, nos ayuda a ambos”, relata Javier.

Pero a veces eso no resulta suficiente. Para Javier, la familia y sus seres queridos son el clavo ardiendo al que se aferra en los momentos más agobiantes de la carrera.

Siempre intento dedicarle muchos kilómetros a mi familia, a mi abuelo que falleció hace poco y voy pensando en actividades bonitas que hacía con él, a mi mamá, a mi papá…Pensar en ellos, dedicarles kilómetros lo hace más llevadero”, confiesa.

Javier cruzó la meta tras trece horas 41 minutos de someter a su cuerpo y mente al límite. El éxtasis al finalizar la carrera fue total, pues todos los sacrificios valieron la pena en una competición en la que no se dejó doblegar por los ‘demonios’.

Es una adrenalina total cuando llegas a la meta o a la cima, porque son procesos que no son cortos. Para culminar el Ironman me tomó 13 horas de ejercicio ese día, pero es prácticamente el 5% de todo un proceso que duró meses, el 95% restante es entrenamiento, cansancio, sacrificar salidas. Pero la satisfacción es total, te dice que el trabajo da, no hay otra manera que trabajar para llegar ahí. Te llena. Los sacrificios valen la pena”, reflexiona.

-¿Qué sigue para ti?-”Uno siempre tiene metas. La mía siempre había sido un Ironman y ya lo complete…El Everest. Me gustaría mucho subir el Everest. Si se me da la oportunidad, yo me lo aviento”, finaliza.

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