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Cristero que mata cristero

Victoriano Ramírez, "El Catorce"

Por Alejandro Basáñez

«¡Ya mataron al Catorce sus pendejos compañeros! No saben lo que hicieron; ya le cortaron la cabeza a la víbora, la cola que me la dejen a mí.»

Saturnino Cedillo

General de Ejército Mexicano

Victoriano Ramírez López, alias El Catorce, nació el 23 de marzo de 1892 en el rancho Buenavista, aunque hay quienes dicen que su nacimiento fue en Rincón de Chávez (ambos lugares ubicados en San Miguel el Alto, Jalisco). Su infancia, al igual que la de muchos campesinos alteños, fue la de ayudar a sus padres en la siembra, cuidar animales, treparse a los trenes, poner monedas en los rieles, mecerse en columpios, bañarse en el río y montar a caballo.

Carente de estudios, se empleó en la Hacienda Buenavista, donde conoció a Crescencia Macías, quien se convirtió en su esposa y le dio un hijo; sin embargo, la tragedia le arrebató a su familia en Durango, quedándose solo y devastado.

En Santa María de los Pinos, Jalisco, Victoriano consiguió un nuevo amor con el cual engendró a su hija Natalia. Entregado a sus faenas, regresó un día a casa y no encontró a su mujer. Los vecinos entre risas y burlas le dijeron:

–Tu vieja se peló a San Francisco del Rincón con un pelao de dinero.

A caballo y con rifle en mano, fue tras ellos y los sorprendió una noche. Pateó la puerta de la casa, amenazó al empleadillo, que de rodillas imploraba misericordia, mientras la que era su mujer se tapaba con una sábana. Entonces, preguntó:

–¿Dime, cabrona, estás aquí porque él te obligó o porque tú quisiste?

–Yo así lo quise.

El Catorce pasó junto al lloroso amante, ignoró a su mujer y tomó a su pequeña Natalia diciéndoles:

–Esto es lo único que me importa. En cuanto a ti, cabrón —apuntó al hombre con el rifle—, te la regalo. Ya tienes puta pa’ toda la vida.

Los amantes se abrazaron esperando la muerte, pero el alteño abandonó la casa perdonándoles la vida.

De ahí en adelante, se convirtió en un mujeriego apasionado, responsable de cuidar y mantener a su hija.

Así, los malos pasos lo llevaron a la cárcel de San Miguel, de donde hábilmente escapó para refugiarse en unas peñas. El presidente municipal José María López envió catorce hombres armados a traerlo de vuelta; pero Victoriano acabó con todos gracias a su excelente puntería. Reunió las catorce pistolas y las mandó de vuelta al presidente por medio de un mensajero, el cual también llevó el recado de que enviara más hombres porque catorce eran pocos para él. Desde ese día, le apodaron El Catorce, alias con el cual se convertiría en leyenda cristera.

Era valiente e implacable con los enemigos, amable con las mujeres y leal con los amigos. Su físico atraía mucho a las damas: era alto, fornido, de piel blanca, colorada por el sol; un grueso bigote adornaba su férreo rostro. En Santa María y pueblos cercanos, no faltaban las féminas que presumían haber tenido un hijo con él.

La persecución en su contra fue férrea hasta que el levantamiento cristero, ávido de héroes de su calibre, le dio la bienvenida.

El 15 de marzo de 1927, los soldados de Cristo lograron un triunfo histórico en San Julián, Jalisco. Después de resistir las cargas del general federal Espiridión Rodríguez durante todo un día, Victoriano y su homérico escuadrón Dragones del Catorce fueron respaldados por Miguel Hernández; juntos infligieron la peor derrota al gobierno en este conflicto, suceso que preocupó tanto al presidente Calles que consideró mandar a Joaquín Amaro y lo mejor de su ejército a sofocar la revuelta.

A pesar de su valor, el padre Aristeo Pedroza, en un diálogo que sostuvo con El Catorce, lo acusó de manchar la imagen de los jefes cristeros por tener varias mujeres, a lo cual él contestó que era buen católico, pues tomaba misa y luchaba por Cristo; además, nunca había tomado a ninguna dama por la fuerza porque las respetaba y adoraba.

–Ellas se me arriman, padre, y pus yo no puedo decir que no.

Hasta ese momento, el levantamiento cristero no tenía un jefe de gran inteligencia que le diera orden. Victoriano era empuje sin dirección: atacaba sin tomar plazas y poner en jaque al gobierno. Por eso, la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDR) promovió al experimentado general Enrique Gorostieta Velarde para encabezar el movimiento armado. Con Gorostieta se logró mucho, quitó noches de sueño tanto al presidente Calles como a Dwight Morrow, embajador de los EUA en México, quienes temían la toma de Guadalajara, Aguascalientes o Morelia.

Victoriano chocó de inmediato con el general de escuela porfirista. Gorostieta, al sentir menoscabado su liderazgo, lo relevó de su cargo y solo le autorizó rodearse de una pequeña escolta para su seguridad, mandato que desatendió el de San Miguel el Alto al hacerse de un pequeño ejército.

El padre Pedroza, con trescientos hombres bajo su mando, acorraló a El Catorce con su escolta de más de cien rebeldes. En un juicio por malversación de fondos, insubordinación y desacato a la autoridad fue condenado a ser fusilado; pero se atrincheró en su celda. Los hombres del sacerdote tiraron la reja con un ariete y cuando el sentenciado corrió para robar un rifle de sus enemigos fue herido en el corazón.

Su muerte causó divisiones y conflictos, pues era muy querido por los alteños. Para el general Enrique, este suceso fue una mancha que lo persiguió hasta su muerte en junio de 1929.

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