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Consumiéndonos

Lyana Kahn 

Originalmente publicado por Editorial Hotbook 

 

¿Qué es el consumismo? ¿Acaso no sólo es una palabra lujosa o adornada para referirnos a ir de compras? No exactamente. ¿Se refiere al consumo básico de las personas para sobrevivir? Tampoco. 

El consumismo sitúa el consumo básico en la columna de la economía moderna, en la cual se incentiva a que las personas estén activamente comprando más y más cada día. 

Claro que todos somos consumidores en alguna medida. La sociedad no funcionaría y el progreso económico tampoco avanzaría sin un cierto nivel de consumo; pero en este caso, estamos hablando de la compulsión que se ha creado por adquirir excesivamente, y en gran escala, bienes innecesarios sin conciencia alguna. 

El consumismo nos vende una simple idea: mientras más consumamos, mejores serán nuestras vidas y seremos más felices. 

Quizá se pregunten cómo es que llegamos a esto y cómo es que evolucionaron estos patrones de consumo a su máximo histórico. Pues, existen varios factores, tanto del lado de la oferta como de la demanda, que han moldeado nuestros hábitos de compra. 

Empecemos por la publicidad que nos rodea. Parece prácticamente imposible escaparnos del consumismo, y más aún cuando notamos que estamos envueltos de medios, persuadiéndonos a cada momento para que compremos más. Internet, espectaculares, revistas, periódicos, televisión… pudiéramos pensar que toda esta propaganda reflejada en cada uno de los anuncios, sólo nos vende marcas y productos diferentes; sin embargo, nos vende un estilo de vida. 

Este estilo de vida, al cual posiblemente aspiramos, nos empuja a adquirir más y más, para algún día alcanzarlo y poder “ser felices”; pero, en su defecto, nos lleva a lo contrario por la imposibilidad de obtener algo inexistente. Esto transforma la situación en un círculo vicioso entre comprar para ser felices, la felicidad inalcanzable y comprar más. 

Por otro lado, la creciente ola de tecnología e internet en diferentes instancias produce el incentivo de consumir. Los avances tecnológicos han terminado con la dificultad para adquirir productos, convirtiendo lo inconveniente en conveniente y lo aplazable en urgente; han puesto a nuestra disposición una cantidad infinita de opciones, que propician la compra y aumentan el consumismo de forma inevitable. 

Cuando nos referimos a los avances tecnológicos, no solamente hablamos de nuevas formas de compraventa en línea (e-commerce), que ponen a distancia de un clic una enorme variedad de productos y servicios; sino también de otras tecnologías y medios, los cuales no nos imaginamos que pudieran cambiar nuestra frecuencia, hábitos y posibilidades de consumo. 

Por ejemplo, las redes sociales no sólo han creado nuevos canales de compra (como Facebook), sino también han dado la posibilidad a muchas personas de vender sin tener un gran capital o una infraestructura, lo cual aumenta la oferta e incentiva la demanda. 

Adicionalmente, las redes sociales se han vuelto un canal de comunicación para las marcas, en el que tienen un potencial de alcance infinito a través de dispositivos fijos, móviles y wearable technologyEs ahí donde entra en juego la publicidad invasiva, esa que nos recuerda cada segundo el estilo de vida que “tenemos” que alcanzar para ser felices, y lo que debemos de hacer para conseguirlo. 

Además de estas nuevas formas digitales que han incentivado el consumismo, existen avances tecnológicos especializados en cuanto a sistemas dentro de las tiendas de conveniencia y autoservicio de grandes formatos, los cuales surgieron durante la primera mitad del siglo pasado. Los sistemas desarrollados por cadenas como Walmart, 7-Eleven y otras tantas les han generado eficiencias en todos sus procesos: suministro, cobro, logística, entre otros. 

Todo esto ha dado pie a que puedan tener mayor rotación de productos, mejorando así la oferta ante el consumidor, y también les ha permitido reducir costos, ofreciendo cada día mejores precios, lo cual conlleva a que los compradores puedan adquirir una mayor cantidad de mercancías. Estos formatos de venta no sólo reconfiguraron la manera en la que compramos, sino también han modificado nuestra cultura y hábitos. 

Cuando pienso en las eficiencias que han logrado las grandes cadenas de tiendas, me viene a la mente el surgimiento de nuevos conceptos dentro del retailing, como el fast-fashionen el cual existe una alta rotación de productos dentro de las tiendas de moda y, por ende, se aumenta el número de colecciones por temporada. Algunos ejemplos clave de este concepto son Zara, H&M y Forever 21, cadenas que nacen a partir de la ideología de vender productos a la moda y a precios accesibles, poniendo en duda la calidad de los mismos. 

La alta rotación de productos y colecciones genera una percepción en la que todo pasa rápidamente de moda o se vuelve obsoleto (en el caso de dispositivos tecnológicos); mientras que la mala calidad impulsa el rápido desecho de los bienes, empujando a los consumidores a cambiarlos antes de que en realidad sea necesario. 

Otro elemento clave que ha venido moldeando nuestra costumbre y rutina de consumo es la percepción de que cada vez tenemos menos tiempo libre. Esto se ha generado gracias a las nuevas formas de trabajo y a la inclusión de tecnología en nuestro día a día, la cual nos tiene “atados” a la oficina o a otras personas, a través de smartphones y otros dispositivos. Esta percepción de estar en una carrera contrarreloj todo el tiempo, nos crea presión y eleva nuestra impaciencia, llevándonos a querer acabar nuestras actividades diarias lo más rápido posible. 

Las marcas se han aprovechado de esta apreciación para desarrollar productos que se adquieren y desechan muy rápido, generándonos una mentalidad de comprar-usar-desechar, misma que acelera el consumismo. 

Todos los factores mencionados anteriormente, causa de nuestros nuevos hábitos de compra, no serían relevantes si no tuviésemos los recursos necesarios para adquirir mercancías. Un elemento clave que entra en juego sobre esta premisa, es el fácil acceso a créditos y capital. En la actualidad, se ha facilitado la manera para pedir préstamos y créditos a diferentes entidades financieras. 

Dentro de esta rama, está jugando un rol importante la creciente tendencia de plataformas de fintech (servicios financieros en línea), las cuales incluyen peer-to-peer lending y crowdlending, que facilitan los préstamos entre particulares sin la intervención de instituciones financieras. Incluso en México, esta modalidad empieza a tomar forma con empresas como Kueski, la cual ha logrado desarrollar logaritmos especializados para analizar perfiles rápidamente y dar microcréditos en pocos minutos. Este tipo de alternativas que impulsan la inclusión financiera, serán en un futuro el motor del consumismo, ya que amplían las posibilidades adquisitivas de las personas. 

No podemos descartar que el consumismo ha dado pie al progreso económico y a grandes avances en el desarrollo de productos y nuevas tecnologías; sin embargo, tampoco podemos perder de vista los efectos que implica sobre la sociedad y, más que nada, sobre el medio ambiente. 

Regresando a lo mencionado acerca de la publicidad y cómo ha modificado la percepción de felicidad, el consumismo de alguna forma ha generado que las personas pierdan “individualismo” e “identidad”; confundiendo la esencia de quienes son con las marcas de los productos que consumen. Esto ha creado un estilo de vida ilusorio en el que se esconde la verdadera satisfacción debajo del consumo de productos materiales, mismo que ha generado una brecha entre clases sociales. 

Por otra parte, las sociedades consumistas contribuyen a un impacto negativo sobre el medio ambiente, pues no sólo consumen los productos a un ritmo mayor, sino también dan pie a que se generen desechos incansablemente, lo cual conlleva efectos desfavorables, como altos grados de contaminación y calentamiento global. 

Aunque existen nuevas tendencias y corrientes que intentan combatir el consumismo o al menos reducir sus efectos, es inevitable escaparnos de él. El punto es reflexionar si dejaremos que nuestro placer y felicidad dependan del consumo; si lo que compramos nos define como personas. Pensemos en las consecuencias que esta dinámica impone al medio ambiente y a la sociedad. Y más que nada, si esos placeres instantáneos que nos dan los bienes materiales valen la pena.

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