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¿Cómo será la educación superior en 2030?

Si los gobiernos, rectores, estudiantes, padres de familia, empleadores y, en general, la sociedad, quieren que la educación superior que reciben nuestros jóvenes siga siendo una vía para mejorar sus trayectorias personales y profesionales, así como para que los países crezcan de manera productiva y sostenible, van a tener que cambiar de paradigma porque el futuro ya no será como lo conocemos.

No se trata solamente de los saldos que deje la pandemia en términos de deserción, pérdidas de aprendizaje, costos socioemocionales y contracción económica y del empleo, sino además, y quizá más relevante, porque desde hace unos años el modelo tradicional de provisión de estudios superiores ha venido cambiando de manera irreversible. Por tanto, todos los involucrados en este campo tendrán que emprender -o acelerar en su caso- la transición hacia lo que demandará la próxima década. Veamos.

¿Hay espacio para seguir creciendo la matrícula universitaria? 

Sí. En 2020 la cobertura en México alcanza casi 42% de los jóvenes en la edad típica (18-23 años) de manera que si se incrementa, conservadoramente, un punto porcentual anual, en 2030 estaríamos llegando a lo que Martin Trow define como la etapa de “universalización”, es decir, cuando dicha cobertura sea del 50%. 

¿Eso asegura las probabilidades de éxito para los egresados?

No. El tiempo en el cual la posesión de un grado o título universitario era el pasaporte para todo lo demás se ha ido. Por un lado, el retorno que este logro tenga dependerá de la especialidad cursada, la calidad y reputación de la institución educativa; además del desempeño, talento y capacidad del egresado. Pero, por otro, será decisivo el grado de absorción de este capital humano que muestre la economía, el cual estará sujeto a sus niveles de crecimiento, productividad y diversificación.

Para empezar, la tasa de empleabilidad de los egresados universitarios en México ha ido disminuyendo consistentemente desde hace dos décadas. Según el INEGI, el porcentaje de desocupados que tenían educación superior, parcial o terminada, ha subido del 16%, en el año 2000, al 30% en el primer trimestre de 2019. Tan solo entre enero de 2015 y febrero de 2020, este grupo pasó de 489 mil a 660 mil, respectivamente. ¿Porqué? Las razones son varias. Unos suponen que hay un exceso de oferta de egresados que el mundo laboral no puede absorber; otros plantean que hay brechas de calidad que dificultan emplearlos, y algunos más lo atribuyen a la falta de crecimiento y a la muy baja productividad de la economía mexicana. Lo más probable es que sea una combinación de todas esas causas.

El 56% de los egresados (Encuesta Nacional de Egresados, 2020) procede de carreras tradicionales como educación, artes, humanidades, ciencias sociales, administración y derecho, que son disciplinas que muestran menor empleabilidad que las ciencias exactas, naturales o duras,  ingenierías, TIC´s, salud y otras más de ese perfil. 

En segundo lugar, muchos de ellos entran al mercado laboral con brechas importantes de habilidades y competencias que las empresas deben subsanar y esto les cuesta tiempo y dinero adicional; de hecho, 7 de cada 10 de empresas (OCDE, WEF, Manpower, diversos años) identifica falta de personal calificado como “restricción significativa” y 75% de las empresas consultadas para un estudio reciente (OEI, 2020) dijo que tenían que implementar programas de “re-skilling”.

 En tercer término, todas las universidades y tecnológicos de México, sin excepción, ya sean públicos o privados, tienen problemas de calidad y ninguna de las más de 4 mil que existen son competitivas a nivel global. En el  ranking del Times Higher Education 2020, por ejemplo, que evalúa a casi 1400 universidades de 92 países, no hay una sola institución mexicana que aparezca entre las primeras 600, y de las 17 mexicanas incluidas, las “mejores” tres están en el intervalo de las posiciones 601 a 800; el resto debajo del lugar 1001. 

¿Qué se puede hacer?

Frente a ese panorama, es muy orientador lo que dicen los empleadores porque ofrecen pistas de la realidad laboral. En el reporte de la OEI, las empresas declararon que los perfiles más difíciles de encontrar son ingenieros en sistemas, tecnologías digitales, analistas de datos, programadores, especialistas en ciber-seguridad y en transformación digital; en cambio, los más fáciles son los administrativos, financieros, comerciales y legales. Otro estudio de la OCDE señaló que ocho de cada diez nuevos empleos se ubican en áreas como tecnólogos manufactureros, expertos en TIC´s, finanzas, desarrollo urbano, big data, salud, biotecnología, robótica y servicios.

En suma, las instituciones de educación superior deberán promover cambios profundos si quieren sobrevivir en un siglo XXI incierto y desafiante. El futuro perfila una sociedad del conocimiento. En la forma de educación, destrezas, habilidades, competencias, tecnologías e información, el conocimiento será el recurso clave en el desarrollo de las personas; y los trabajadores del conocimiento serán la fuerza dominante en el universo laboral.

 Una sociedad así tendrá una extraordinaria movilidad ascendente y no conocerá fronteras porque el conocimiento corre y se comparte mucho más rápidamente que el dinero. El valor agregado que esa sociedad arrojará sobre la economía, no estará compuesto por la cantidad de activos físicos de los que se dispongan sino por el volumen, oportunidad y sofisticación del conocimiento invertido en un sistema productivo. 

La educación del mañana tenderá a dar mayor flexibilidad y atención a las características personales del alumno y menos a los títulos; a desarrollar las inteligencias múltiples de cada uno; fomentará las habilidades para trabajar en equipo y comunicarse en ambientes laborales crecientemente tecnificados; formará destrezas bien desarrolladas así como la iniciativa y creatividad personales.

 Será una educación multicultural, adquirida a toda hora y en cualquier lugar, dentro o fuera de las aulas, de manera presencial y a distancia; a la medida de las particularidades e intereses del individuo. Preguntará más por las causas de las cosas y las razones de los hechos, que por la memorización de fechas o acontecimientos. 

Las carreras universitarias serán menos especializadas que ahora y tenderán más bien a mezclar contenidos de diferentes disciplinas curriculares para acomodarse a necesidades sociales y productivas más flexibles y complejas, o a la solución de problemas multidisciplinarios como el medio ambiente, el agua, el funcionamiento de las ciudades, la energía y las ciencias de la vida. Los grados escolares habituales serán meras referencias formales, pues la gente cambiará de área de conocimiento y de trabajo varias veces durante su vida útil y requerirá, por lo tanto, aprender a lo largo de toda ella.

En suma ¿cómo será la educación de las próximas décadas? ¿Están preparados nuestros sistemas de educación para hacer frente exitosamente a esta panoplia de retos y desafíos? La disyuntiva no es entre vieja o nueva normalidad, sino entre seguir con la inercia de una educación deficiente o avanzar hacia otra que aporte claridad, confianza y esperanza en el poder de la educación como instrumento de transformación.

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