El pensamiento convencional suele poner enorme atención en el papel que juegan los presupuestos públicos en el crecimiento de la economía nacional. Hasta aquí, el razonamiento es correcto pero insuficiente; el problema estriba en que los incrementos inerciales o relevantes, en términos reales, no son suficientes. Para que el uso del presupuesto sea eficiente es necesario superar la noción de que gastar más va a ayudarnos a ganar más; lo que tenemos que hacer es aprender a invertir de forma productiva y sostenida. Veamos.
Por lo menos desde hace dos décadas, México ha cambiado de manera significativa en casi todos los aspectos. Hoy vive en un régimen de estabilidad democrática y electoral, sus instituciones funcionan razonablemente, se basa en una arquitectura legal, y goza de un marco general de libertades y derechos. Su economía, que disfruta de grados muy importantes de apertura, es cada vez más sofisticada y compleja, razón por la cual exporta más que todos los países de América Latina y el Caribe. En los últimos cinco años ha creado 3 300 000 empleos formales y ha recibido alrededor de 162 000 millones de dólares de inversión extranjera directa. Entonces, ¿por qué aún no crece a tasas más elevadas y sostenidas?
La inversión, la productividad y la innovación suelen ser, por lo general, los factores típicos de crecimiento. Hasta ahora, la economía mexicana crece a tasas inferiores a otras naciones debido a una débil formación bruta de capital fijo, que es el porcentaje de inversión pública y privada sobre el PIB. En las últimas décadas este coeficiente ha permanecido relativamente constante, pero su contribución al crecimiento ha disminuido.
Entre 1960 y 1979, la inversión fue del 20 por ciento del PIB y el crecimiento promedio fue del 6.5 por ciento. Entre 1980 y 2002 la inversión se mantuvo en niveles semejantes, pero el crecimiento promedio fue menor al 3 por ciento. El porcentaje actual de inversión total es de 23 por ciento del PIB y el crecimiento de los últimos años ha estado apenas por encima del 2 por ciento anual.
Desde luego, las reformas estructurales ayudarán mucho para elevar el nivel de inversión, en especial en materia energética y de telecomunicaciones; pero, para aumentar la tasa de crecimiento, se debe observar su contribución a la productividad factorial global en México, que es la relación del valor agregado de los bienes y servicios que se generan entre los insumos utilizados, de manera que un incremento eficiente en el uso de esos recursos apoye el crecimiento sostenido y el círculo virtuoso que éste detona.
Por ejemplo, América Latina aumentó su productividad entre 1960 y 2010 en menos de 1 por ciento, mientras que EUA o China lo hicieron a tasas anuales de entre 1.3 y 2.3 por ciento. Esto permitió que, frente a la productividad estadounidense, China mejorara en 219 por ciento, Hungría en 136 por ciento, y Chile en 19 por ciento. En cambio, la de México cayó en 31 por ciento. Si la productividad está estrechamente relacionada con el ingreso per cápita, los países latinoamericanos podrían haber mejorado en 54 por ciento desde 1960, si hubieran seguido la misma dinámica de producción del resto del mundo.
Por otro lado, el aumento de la productividad está fuertemente ligado al tipo de productos que se hacen, la capacidad de innovación, la base tecnológica y el desarrollo de talento que sostiene a la estructura industrial de un país. Para ingresar a este nivel se requiere que la base de formación, investigación y desarrollo producido en las universidades y centros especializados, sea lo suficientemente robusta y cualitativa como para impactar positivamente en la fisonomía de lo que se produce. Esto es algo que no está sucediendo.
Según la OCDE, ocho de cada diez nuevos empleos se están generando en sectores tecnológicos de manufactura, computación y software, finanzas, desarrollo urbano, medicina, biotecnología, robótica o servicios; pero las universidades mexicanas no están formando capital humano ni elaborando investigación en estos campos; tampoco se están creando patentes, que son la manifestación más clara de la productividad académica. En 2014 se generaron 2.7 millones de solicitudes de patentes en el mundo. De ellas, sólo el 0.6 por ciento fue de origen mexicano (16 200), de las cuales el 8 por ciento fue de investigadores mexicanos residentes en México. Al año siguiente, de 16 503 solicitudes de patentes, sólo 1 060 fueron hechas por mexicanos, y, de éstas, 1 012 fueron concentradas por la UNAM, el ITESM, la UANL, el CINVESTAV, el Instituto Mexicano del Petróleo y el Centro de Investigaciones en Química Aplicada.
En suma, el reto para hacer crecer la economía mexicana no es gastar más, sino invertir mejor en los sectores clave.