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Cómo acabar con el mal uso del correo electrónico

En 2008 Pixar, la compañía de animación filial de Walt Disney Company, estrenó Wall-e, una película que narraba la historia de una Tierra destruida por los humanos quienes deben abandonarla pues se ha vuelto inhabitable. En ella, solamente queda un robotito cuya función es recoger la basura y arreglar el desastre con la esperanza de que los hombres, quienes para entonces han sido evacuados a naves espaciales, puedan regresar y vivir nuevamente en el planeta.

Durante más de 90 minutos la cinta relata las aventuras de Wall-e y su encuentro con Eva, una robot exploradora de quien se enamora, cubriendo así la obligatoria historia de amor mientras toca también asuntos de mayor profundidad como la ecología, la sustentabilidad, el peligro que representa el hombre para el mismo hombre y el impacto de la tecnología en nuestra vida diaria.

Si bien, la película tiene diferentes aspectos sobre los que se puede profundizar, la imagen que me causó mayor impresión pues se me antoja agorera, es la del triste retrato que hace de los seres humanos del futuro: personas con obesidad mórbida, tecno-dependientes y ultra sedentarios que se mueven gracias a una silla transportadora y pasan los días frente a una pantalla. Algo que resulta preocupante pues, aún cuando se supone que la historia se desarrolla setecientos años en el futuro, ciertamente toca un punto sensible sobre nuestra relación con la tecnología.

Los peligros de ser tecno-dependientes

No niego que la tecnología sea de gran utilidad y que nos beneficia en muchos sentidos, baste mencionar el impacto positivo que tiene en todas las áreas del conocimiento. Yo me considero una persona afortunada por vivir en una época en la que la distancia ya no importa pues podemos estar en contacto con otros con solo un clic y a quien la computadora, el smartphone y otros gadgets le hacen la vida más sencilla.

Pero también reconozco que desafortunadamente, todo esto tiene efectos secundarios y uno de ellos es, paradójicamente, que corremos el riesgo de desconectarnos de los demás, dejando que la tecnología lleve el control en lugar de hacerlo nosotros.

En México es preocupante la cifra de obesidad y sedentarismo que existe. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, IMCO, México vive una epidemia de obesidad. El 73% de los adultos y el 35% de los niños y adolescentes tienen sobrepeso u obesidad, es decir, en total 60.6 millones de personas (el 52% de los mexicanos) sufren de esta condición.

Por su parte, la Asociación Mexicana de Internet, AMIPCI, en su estudio más reciente sobre hábitos de usuarios de internet en México 2 señala que el tiempo promedio de conexión diaria a internet es de 6 horas con 11 minutos, 24 minutos más que en el año anterior.

Estas cifras cobran sentido cuando pensamos en las veces que preferimos, en aras de la eficiencia, enviar un whatsapp o un correo electrónico pues lo consideramos más práctico que tomar el teléfono y destinar unos minutos a hablar con alguien. Incluso lo hacemos cando el destinatario del mensaje se encuentra a unos cuantos metros en lugar de levantarnos, caminar un poco y asomar la cabeza en su oficina para decírselo personalmente con el pretexto de mantener un registro de la ‘conversación’ y seguir la cadena de correos para guardarlo como expediente.

El mal uso del e-mail

Quien me conoce sabe que tengo casi una cruzada personal frente al correo electrónico. No contra su uso, pues es una herramienta magnífica, sino contra su utilización como alternativa a otras formas de comunicación que dan pie a enunciados como “mándamelo por mail para que no se me olvide” (que es el sinónimo de “mejor ni me lo digas, igual no te estoy poniendo atención”), o como pretexto práctico para no resolver asuntos con un popular “es que no me ha contestado el mail”, a lo que tengo la tendencia de dar seguimiento con un no tan popular “¿y ya lo buscaste personalmente? ¿Por teléfono al menos?” que usualmente reciben respuestas negativas.

No me niego a utilizar el correo electrónico o algún otro instrumento disponible gracias a la tecnología, al contrario. Lo que propongo es un uso racional de esta y otras herramientas para que se conviertan en auxiliares de la comunicación en lugar de anular la interacción personal. En una de esas podemos ir sumando los cinco o diez pasitos que nos toma ir de nuestra oficina a la del vecino a la meta de 10,000 pasos al día que se han puesto de moda como objetivo para un estilo de vida saludable y aprovechamos para compartir un ratito con otras personas, ¿no?

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