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Chernobyl y una sociedad de riesgo: La respuesta de los tres cochinitos ante la pandemia

Por Antonio Martín del Campo, Chairman 02X y Venture Studio

“Todos los gobernantes de todas las épocas han tratado de imponer una visión falsa del mundo a sus seguidores”. George Orwell

La sociedad del riesgo, según Wikipedia, es la forma en que la sociedad moderna se organiza en respuesta al riesgo. El término está estrechamente asociado con varios escritores clave sobre la modernidad, en particular Ulrich Beck y Anthony Giddens. El concepto fue acuñado en la década de 1980 y su popularidad durante la década de 1990 se debió tanto a sus vínculos con las tendencias al pensar en una modernidad más amplia, como a sus vínculos con el discurso popular, en particular las crecientes preocupaciones ambientales durante el período.

Con el tema del COVID y su fuerte impacto durante este 2020 y gran parte del próximo año, este artículo trata de dimensionar el impacto social y político de esta crisis. Esto es de suma importancia para los tomadores de decisiones, para emprendedores y empresarios. A continuación, analizamos la crisis actual con el prisma de la sociedad de riesgo de Ulrich Beck (La sociedad del riesgo global: hacia una nueva modernidad) y su segunda modernidad, publicado poco antes del desastre atómico de Chernobyl de 1986 descubriendo algunas implicaciones de su teoría.

La segunda modernidad se refiere al período posmoderno, que comienza después de mediados de la década de 1970, cuando en las sociedades industriales avanzadas el sector terciario se convirtió en el dominante y las tendencias económicas y culturales de la globalización comenzaron a transformar las economías nacionales y crear un mercado global con fuertes interdependencias y un fuerte aumento en los contactos interculturales, que borraron las fronteras nacionales.

Hoy, en un mundo totalmente globalizado, nos cuesta entender aquellos tiempos donde viajar en un avión a largas distancias era un privilegio de muy pocos y donde el mundo era muy grande al estar muy poco interconectado y estar atrapado en silos y fronteras, un verdadero viaje al pasado.

Una de las principales tesis dentro de este concepto es la de producción del riesgo. Estos riesgos son provocados por el hombre y ponen en peligro a toda nuestra civilización porque no se detienen en las fronteras nacionales, como las consecuencias nucleares que, en el caso de Chernobyl, pudieron cruzar incluso el “Telón de acero” impuesto por la antigua Unión Soviética. Regresando al futuro, estos enemigos invisibles los encontramos en forma de virus que tampoco se detuvieron ante las fronteras nacionales.

Según el libro de Ulrich, donde define la sociedad del riesgo, escribe: “Por riesgos me refiero sobre todo a la radiactividad que evade por completo las capacidades perceptivas humanas, pero también las toxinas y contaminantes en el aire, el agua y los alimentos, junto con los efectos a corto y largo plazo que lo acompañan en plantas, animales y personas. Inducen daños sistemáticos y a menudo irreversibles, generalmente permanecen invisibles, se basan en interpretaciones causales y, por lo tanto, inicialmente sólo existen en términos del conocimiento (científico o anticientífico) sobre ellos. Por lo tanto, pueden modificarse, ampliarse, dramatizarse o minimizarse dentro del conocimiento, y hasta ese punto están particularmente abiertos a la definición y construcción social. Por lo tanto, los medios de comunicación y las profesiones científicas y jurídicas encargadas de definir los riesgos se convierten en posiciones sociales y políticas clave”.

Saliéndonos un poco de esta lectura y regresando al mundo de nuestros negocios, bajo este prisma nos encontramos en un mundo lleno de contrasentidos donde todos los días nos despertamos con diferentes pronósticos de cuánto durará la crisis, de qué efecto tendrá en la economía nacional y, por defecto, en nuestras empresas, y en conclusión nos dejamos llevar por uno de los peores consejeros que existen: la poderosa emoción del miedo. Y es que pareciera que, adentrándonos en la sociedad de riesgo, cualquier reflexión debemos comenzarla con el tipo de mente que vincula nuestras circunstancias personales con la experiencia pública.

Y esto no puede ser más que una falacia. Si el Producto Interno Bruto (PIB) del país va a bajar en determinado porcentaje, entonces damos por sentado que esa disminución impactará de igual manera en nuestra empresa, siendo esto una completa locura, pero así la compramos y así vamos cediendo nuestra inteligencia individual ante una conciencia colectiva de desinformación y paranoia. En la sociedad del riesgo, nos volvemos radicalmente dependientes del conocimiento científico especializado para definir qué es y qué no es peligroso antes de enfrentar los peligros mismos.

Luchamos contra mitos, contra pronósticos, contra percepciones, de los que no sólo no estamos seguros, sino que ni siquiera entendemos, como si de espíritus se tratará, tememos a lo incorpóreo, a una idea misma.

En la práctica hay muchas empresas que están viviendo realidades completamente distintas y están tomando ciertas decisiones, las cuales, desde la desinformación, o peor desde el miedo que antes comentábamos, y es que, como en el caso de Chernobyl, nos convertimos, como dice Beck, en “incompetentes en los asuntos” de nuestra “propia aflicción”, y es que tanto la crisis, como la radioactividad o el virus, no los podemos ver, sólo podemos sentirlos y cuando lo hacemos es porque ya es realmente tarde para reaccionar.

Esta nueva realidad nos alejan de nuestras facultades de evaluación, perdemos una parte esencial de nuestra “libertad cognitiva”, incapaces de evaluar con datos concretos que nos permitan delimitar una línea de acción, nos entregamos a lo peor de la inteligencia: la colectiva. Lo dañino, lo amenazante, lo hostil está al acecho en todas partes, pero si es hostil o amigable está “más allá del propio poder de juicio”, es por esto que apelamos al efecto rebaño, cedemos nuestra identidad para convertirnos en parte de la manada donde nos sentimos más seguros en la ignorancia del futuro de nuestra propio destino.

Pero aún dentro de nosotros, según esta teoría, tenemos tres respuestas principales ante estos riesgos. En temas de negocio, me tomé la libertad de hacer una analogía con la fábula de los tres cochinitos porque, además de dejarnos llevar por el rebaño, tenemos estas tres opciones: la negación, la apatía o la transformación.

Por negación, nos comportamos como si el riesgo no existiera, reaccionando en temas de negocios como jugadores que recogemos nuestras fichas del tablero o, como las avestruces, enterramos la cabeza esperando a que pase el temporal. Jugábamos donde pensamos que es lo más seguro, es decir, con riesgo cero, un efecto que se intensifica con la edad y que apuesta al status quo, el efecto rebaño se da con una gran intensidad buscando siempre la seguridad. Parálisis por análisis, por seguir la estrategia de menos riesgo… aparente.

La segunda respuesta es ser apático, uno puede reconocer el riesgo respondiendo con timidez, haciendo pequeños grandes cambios desde nuestros estándares pero sin comprometernos demasiado. Algunos ajustes en gastos, algunas iniciativas en el ahorro, de preferencia no invertir porque es mejor no apostar por nuestra empresa en estos momentos y, al igual que el primer caso, esperar a que pase el temporal.

Dada la realidad y la gravedad de la situación, ninguno de esos dos puede salvarnos. Esto nos deja con la tercera respuesta: la transformación. Y como los tres cochinitos, el constructor es el que se pone a hacer la tarea, el que se sale del pánico colectivo de la sociedad de riesgo, deja de creer en las mismas fuentes que diseminan fake news y empieza a hacer cosas diferentes, a contracorriente.

Hoy más que nunca tenemos que reclamar nuestra libertad cognitiva y actuar como verdaderos emprendedores, apostar por generar las competencias y habilidades que nos permitan salir fortalecidos de esta pandemia. Hoy es el momento de escalar la empresa, el momento de dejar de luchar contra espíritus chocarreros y reinventar la empresa, adecuándonos a los meses por venir desde la ofensiva, desde la proactividad, como arquitectos de nuestros propios destinos.

Por cierto, recomiendo ampliamente la serie Chernobyl, en HBO, que podemos ver desde la comodidad de nuestras casas. Que nos sirva de recordatorio que los únicos que podemos trasformar nuestras empresas somos nosotros, dejando de lado la poderosa emoción del miedo que simbolizan las mascarillas que todos los días usamos, y decidiendo activamente no participar en esta crisis dando la respuesta del tercer cochinito constructor.

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