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Calles le declara la guerra a la Iglesia

Guerra cristera

Fuente: Relatos e historias de México

Los incidentes entre cismáticos y católicos en el Templo de la Soledad de la Ciudad de México dieron origen a una reacción defensiva por parte de los católicos, al fundar en marzo de 1925 la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR).

El objetivo de la Liga sería defender al culto católico y no permitir ningún atropello o violación por parte del gobierno y nuevas iglesias como la de los cismáticos —que pretendía funcionar sin el aval del Vaticano—. 

Desde el inicio de su gobierno, el presidente Plutarco Elías Calles presionó a los gobernadores de los Estados a que aplicaran con estricto apego los artículos 3º, 5º, 24º, 27º y 130º de la Constitución, que hablaban sobre la separación entre la Iglesia y el Estado. 

Al iniciar el año de 1926, las provocativas declaraciones del arzobispo Mora y del Río al periódico El Universal, en que rechazaban rotundamente los artículos de la Constitución que afectaban sus intereses, obligarían a Calles a tener una reacción enérgica contra el clero mexicano.

Arturo Murrieta no daba crédito a la declaración del arzobispo mexicano en el periódico El Universal. Con cuidado, se ajustó las gafas para leer detenidamente el artículo que el presidente Plutarco Elías Calles le mostraba. 

“La doctrina de la Iglesia es invariable, porque es la verdad divinamente revelada. La protesta que los prelados mexicanos formulamos contra la Constitución de 1917, en los artículos que se oponen a la libertad y dogmas religiosos, se mantiene firme. No ha sido modificada, sino robustecida, porque deriva de la doctrina de la Iglesia. 

La información que publicó El Universal, de fecha de 7 de enero, en el sentido de que emprenderá una campaña contra las leyes injustas y contra el derecho natural, es perfectamente cierta. El episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3º, 5º, 27º y 130º de la Constitución vigente. Este criterio no podemos, por ningún motivo, variarlo sin hacer traición a nuestra fe y a nuestra religión”.

—Esto es una declaración de guerra, Plutarco— dijo Murrieta, al terminar de leer el artículo. El ministro de Gobernación, Adalberto Tejeda los miraba inquieto, como esperando la respuesta de Murrieta y Calles para entrar en acción.

—Vaya que sí lo es, Arturo. La indiscreción del arzobispo ha inflamado a los feligreses. Lo toman como un grito de guerra hacia mi gobierno. 

—Creo que usted, hasta el día de la declaración, había sido prudente y discreto, señor presidente— comentó el ministro Tejeda.

—Estoy de acuerdo con Adalberto, Plutarco. Siento que durante tu primer año de gobierno te hiciste un poco de la vista gorda en cuanto a atacar a la Iglesia con la aplicación de los artículos 3º y 130º.

Plutarco dio un sorbo a su café, que estaba más caliente de lo habitual.

—Estoy de acuerdo con ustedes. Presioné a los gobernadores para que aplicaran los artículos referentes a la iglesia desde que asumieron sus cargos. Sé que la mayoría manejaron este asunto con guantes. Lo sé y le di tiempo al asunto, pero este padrecito se me acaba de adelantar soltando la primera bala. Ahora sí, no me voy a tentar el corazón. Mi respuesta será rígida, como lo exige la situación. 

—¿Qué sugiere que hagamos, señor presidente?—, inquirió Adalberto Tejeda. 

Plutarco Elías Calles se incorporó de su silla presidencial y caminó alrededor de la mesa para declarar con mirada álgida lo que procedería:

—Quiero que envíes al Procurador General de la República la consignación del arzobispo Mora y del Río por las delicadas declaraciones hechas a la prensa el día de hoy. Como presidente de México, ordeno la inmediata aplicación a nivel nacional del artículo 130, con la debida clausura de templos y centros religiosos donde los católicos practican su culto.

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—Señor presidente, son muchísimas las iglesias y centros religiosos por clausurar— comentó el ministro de Gobernación con gesto de preocupación.

—Lo sé, Adalberto. Esto es un reto al Gobierno y no estoy dispuesto a tolerarlo. Querían guerra, ¡pues guerra tendrán! 

—¿Y qué con todos los sacerdotes, Plutarco? No se quedarán cruzados de brazos viendo cómo les cierran sus templos.

Calles miró a Murrieta con furia contenida. No era nada personal contra ellos. El señor presidente estaba desbocado de coraje.

—Ordeno la inmediata expulsión del país de todos los sacerdotes extranjeros. Se pueden quedar, si se dedican a trabajar de otra cosa que no sea predicar y contaminar al pueblo con sus ideas sediciosas. Ninguno de ellos en su vida se ha ganado el pan con el sudor de su frente. Ya es tiempo de que lo hagan y trabajen por primera vez en algo útil, y no vivir como parásitos del dinero de los pobres feligreses.

Murrieta y Tejeda se miraron, como intercambiando telepáticamente opiniones sobre la tormenta que se vendría.

—Tendremos que prepararnos para la reacción del clero, Plutarco. En mi opinión personal, acabas de encender la mecha del barril de pólvora y el chisporroteo ya va avanzando hacia el violento estallido— comentó Arturo.

—Despreocúpense, que con el cierre de las iglesias se irá perdiendo el culto un 2% a la semana, hasta que nadie se acuerde más de ir a misa. Pobres padrecitos. Sin las limosnas, ahora sí se morirán de hambre.

—Pues que Dios nos agarre confesados porque ya no habrá con quien confesarse— secundó sarcásticamente Tejeda. 

—De todas maneras, tú ya ni con la ayuda del presidente te salvas del infierno, Adalberto— repuso don Plutarco, con una carcajada, a su fiel ministro.

••

Con la llegada al poder del grupo sonorense encabezado por Álvaro Obregón, se inicia un gobierno de catorce años ininterrumpidos, dirigidos por este y por Plutarco Elías Calles. Obregón preside de 1920 a 1924 y Calles del 1924 a 1928. Luego del asesinato de Obregón, Elías Calles, tras bambalinas, controla el poder de 1928 a 1934 como Jefe Máximo, con sus peleles incondicionales: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez.

El violento México cristero, que se desata tras la promulgación de la Ley Calles en 1927, nos deja como enseñanza que no existe gobierno que pueda controlar a un pueblo que desee sacrificarse por Dios. 

Calles tomó a la ligera su afirmación, tras decir que una vez cerradas las iglesias, el culto se iría perdiendo un 2% cada semana. Lo que comenzó como un movimiento pequeño e insignificante, tuvo que ser controlado y pacificado con la sensatez del Vaticano, la resignación del gobierno mexicano y la oportuna intervención de los Estados Unidos (por medio de su embajador Dwight Morrow). 

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