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Atentado fallido contra Obregón

El plan para matar a Obregón aparentaba ser sencillo. Lo seguirían a donde fuera y, en la primera oportunidad, si dispararle a quemarropa no era posible, aventarían dos o tres bombas caseras a su vehículo en movimiento. El estallido sería tan desastroso que después sólo tendrían que rematarlo entre los hierros retorcidos de su Cadillac.

Los participantes del atentado serían: Luis Segura Vilchis, quien armaría las mortíferas bombas caseras y se las aventaría al Cadillac; Humberto Pro, quien pondría el coche y conseguiría la comprometedora materia prima para construir las bombas; el padre Miguel Pro, quien prestaría la casa de Troya y los recursos económicos; Joselito, quien manejaría el Essex de Humberto el día del atentado; el padre Osvaldo Alcocer, Nahum Lamberto Ruíz, Manuel Velázquez y Juan Tirado Arias, quienes fungirían como letales pistoleros, en caso de encontrar a Obregón leyendo el periódico con un boleador en un parque, yendo solo al baño, o como sobreviviente entre los fierros chamuscados; así como la polémica madre Conchita, quien aportaría dinero, apoyo moral y la agenda de visitas de Obregón al llegar a México.

El día anhelado llegó: el domingo 13 de noviembre de 1927. Los terroristas partieron a las nueve de la mañana para recibir a Obregón en la estación del tren. Matarlo ahí fue imposible por la gran cantidad de acarreados que el Manco llevó a la estación para manifestar con gritos y banderolas su apoyo incondicional a la estrella refulgente de Sonora.

—Tendrá que ser cuando vaya a la corrida de toros de las cuatro, antes imposible —comentó Luis Segura a sus compañeros, afuera de la estación de trenes.

—¿Por qué no tirarle las bombas ahora que agarre la avenida? —inquirió el padre Osvaldo, disfrazado de trabajador del ferrocarril.

—Observa cuántos carros hay detrás del suyo, Osvaldo. Nuestro alineamiento con los otros carros nos delataría. Dejémoslo para la tarde. Estoy seguro de que contará con un carro de guardias nada más.

—¿Quiénes iremos en el carro que lo seguirá hacia el Toreo de la Condesa? —preguntó Nahum Lamberto.

—Iremos Nahum, Osvaldo, Joselito, Tirado y yo —repuso Luis Segura.

—¡Qué Dios guíe nuestras manos para liquidar al tirano! —dijo Humberto Pro—. Recuerden que morir y matar por Cristo es causa justa que nos dará acceso al cielo. Si me toca morir en este atentado, me sentiré engrandecido y digno de ver la luz del rostro del Señor.

—¡Qué Dios guíe nuestros pasos! —dijo Joselito persignándose.

Osvaldo no podía creer la determinación y la entrega de estos hombres. A pesar de ser un sacerdote, sabía que tenía sus limitaciones el atentar contra la vida de Obregón.

—Juremos todos ahora que, si nos atrapan, primero muertos que denunciar a nuestros compañeros.

—¡Lo juramos! —gritaron en coro.

—¡Viva Cristo Rey!

—¡Viva! 

A las tres de la tarde, el carro Essex de los católicos asesinos esperaba desde un extremo donde se veían las bocacalles por las que saldrían Obregón y su comitiva de dos coches: el de Obregón, conducido por el chofer Catarino Villalpando y el de los custodios, conducido por el teniente Juan J. Jaimes.

—¡Allá van! —dijo Luis mientras cerraba la puerta del Essex color verde con capota de tela con placas 10101. 

Joselito empezó a seguirlos discretamente. Todos esperaban la salida de Obregón un poco más tarde, ya que la corrida empezaba a las cuatro. Al ver que el Cadillac de Obregón se dirigía hacia el castillo entendieron que el candidato haría una visita a alguien del alcázar o daría un paseo dentro del bosque.

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Entonces, Segura Vilchis prepara los explosivos sobre sus piernas. A su derecha Nahúm y Osvaldo observan aterrados, temiendo que los artefactos les exploten en la cara. Adelante Juan Tirado orienta a Joselito dentro de las inmediaciones del bosque.

—¡Osvaldo! —Grita Segura Vilchis— Bájate aquí y espera al carro de Obregón en caso de que algo salga mal. Si lo ves venir de nuevo, sal de los árboles y vacíale tu pistola.

Osvaldo se baja del auto y se esconde en la arboleda. El Essex continúa su viaje de persecución hacia la calzada de los Filósofos.

Juan Tirado y Nahum Ruiz alistan sus armas para abrir fuego. Rebasan al auto de los custodios, sin despertar sospechas por ser un paseo escénico en que muchos curiosos acostumbraban emparejar sus autos para saludar a los presidentes.

Joselito se empareja junto al Cadillac y lo choca de lado. Luis Segura arroja la primera bomba sobre la ventana; no logra romperla y cae en el estribo trasero. El estallido sacude a ambos vehículos y revienta el cristal trasero del Cadillac. Nahum Ruiz arroja la segunda bomba, que explota en la puerta derecha del Cadillac. Los custodios, asombrados por la rapidez de los hechos, se acercan al Essex y abren fuego por detrás, mientras Tirado y Nahum intentan rematar a Obregón.

Los custodios Otero y Jaimes disparan sus armas con mejor puntería que los dinamiteros. Nahum recibe un balazo que le entra por la parte de atrás de la cabeza y le sale por el ojo izquierdo. Lo bota sobre el asiento y salpica de líquido sanguinolento a Juan Tirado.  

Joselito se olvida de Obregón; Jaimes y Osvaldo pasan a velocidad vertiginosa rumbo al Paseo de la Reforma. Osvaldo ve los dos vehículos, pero no el de Obregón. Da por hecho que el atentado ha sido un éxito. Como si nada, arroja su pistola a los arbustos y sale del lugar a pie.

Joselito, entre una lluvia de balas, aventaja a los custodios y estrella el Essex contra un Ford que asomaba en la calle de Londres. Joselito y Segura Vilchis aprovechan la confusión para huir. Nahum agoniza en el asiento trasero del Essex. Juan Tirado, manchado con la sangre de Nahum, pierde unos valiosos segundos en decidir hacia dónde ir, cuando es noqueado de un macanazo en la cabeza. 

Joselito se pierde hábilmente para siempre, salvando su vida. Segura Vilchis, por consejo de Miguel Palomar (amigo de la Liga), visita la Plaza de Toros de la Condesa para ser visto por varios testigos y así quedar libre de sospechas. Segura logra lo inverosímil: saludar de mano a Obregón en plena corrida. Dios parecía estar con los cristeros, después de todo.

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