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Antonio Rojas y Alfred Berthelin, azotes de Occidente

Por Alejandro Basañez Loyola
Autor de las novelas históricas México en llamas, Tiaztlán y México desgarrado de Ediciones B.
a.basanez@hotmail.commailto:a.basanez@hotmail.com
Twitter @abasanezloyola

El bandido liberal Antonio Rojas llegó a la Villa de San Juan del Teúl en Zacatecas, el 26 de enero de 1860. Con una fuerza que sumaba mil hombres, se dispuso a tomar a sangre y fuego la villa que era defendida por trescientos vecinos, entre los cuales se encontraban pobladores y soldados conservadores, fieles a la defensa de la Iglesia.

La resistencia de la villa del Teúl fue menguándose en horas. El ejército de Rojas comenzó a tomar casa por casa, matando a todos los varones y formando tanto a niñas como a mujeres para distribuirlas entre las hordas vencedoras. Al finalizar la tarde, los pocos conservadores sobrevivientes se refugiaron en el templo parroquial, pensando que alguna ayuda celestial los liberaría de La Hiena de Jalisco. Los hombres de este liberal, como retando a Dios, desnudaron a todas las féminas y comenzaron a violarlas repetidas veces en el templo, sin importarles lo sagrado del lugar y cuál de ellas perteneciera a quién. Como bultos sin conciencia ni resistencia, las mujeres pasaban de un militar a otro con las piernas empapadas en líquidos fétidos, hasta desfallecer en el suelo por horas de abuso.

Al día siguiente, La Hiena de Jalisco se dispuso a tomar la parroquia y ejecutar a los doscientos refugiados que estaban ahí. Todos fueron sacados al patio, aunque en la toma del edificio murieron cuarenta. Los restantes 160 fueron desnudados completamente y fusilados en masa como si fueran animales. Antonio Rojas gritaba hecho un demonio al escuchar a hombres, mujeres y niños rezar o cantar al Señor.

—¡El Señor no existe, pendejos! El Señor ahorita soy yo. Si existiera no me dejaría matarlos como perros. Griten: “Viva la constitución o muera la religión”, y a lo mejor dejo vivos a algunos—, decía montado sobre su brioso caballo. Sus ojos brillaban con fulgores rojos como si encarnara al mismo Satanás. La cabeza de una niña de cuatro años explotó como un melón al recibir la descarga de los fusiles de los liberales asesinos. Los soldados remataban en el suelo con sus bayonetas a los que aún estaban vivos o no habían recibido bala alguna. El patio de la iglesia se anegó de sangre al taparse uno de los canalones con orines, materia fecal y lodo. Al día siguiente, los criminales partieron rumbo al sur, llevándose a las mujeres como sus meretrices. Muchas de ellas, como burla a Dios, vestían con las albas (ornamentos de los curas) del templo recién saqueado. Años y años tendrían que pasar para medio borrar la cicatriz de este detestable genocidio, cometido por uno de los más despreciables líderes militares del bando juarista.

Cuando La Hiena de Jalisco tomaba una ciudad, acostumbraba mandar una carta bien redactada al desdichado padre de familia de la jovencita de sociedad que le hubiera agradado. El padre, desesperado, optaba por huir, entregarla o morir entre las balas de los sicarios del temible bandido. Rojas decía que prefería pedirlas decentemente, a robárselas y violarlas.

San Juan del Teúl no fue el único pueblo que arrasó este personaje. Por años, cometería todo tipo de asesinatos y robos en nombre de los juaristas en Jalisco, Michoacán, Aguascalientes y Zacatecas. El oro y riqueza acumulada por sus robos lo convertirían en una leyenda viviente de la Guerra de Reforma.

Santos Degollado, jefe del ejército juarista, apenado por las atrocidades de su polémico general, ordenó que se le detuviera; pero sus triunfos sobre los conservadores le daban un toque de inmunidad con el cual Juárez y sus generales no podían. El único modo de que muriera esta víbora era que fuera atacada por otra de mayor tamaño. Este áspid conservador fue un general francés conocido como La Hiena Roja, quien al igual que Rojas, se convirtió en el azote de los juaristas y los pobladores del Occidente.

Alfred Berthelin era un hombre de tipo afeminado, joven, de piel blanca, ojos azules y fino bigote. Cuidaba escrupulosamente cada parte de su cuerpo, a pesar de andar en campaña en la sierra. Vestía joyas y prendas que le daban un toque estrafalario. Su cuerpo olía a perfumes y pomadas importadas que lo distinguían a decenas de metros de distancia.

El 28 de enero de 1865, el coronel Antonio Rojas, el azote liberal de Jalisco, el asesino de doscientos conservadores en San Juan del Teúl, Zacatecas, se encontró con su destino en el rancho Potrerillos en Unión de Tula, Jalisco. Huyendo de Colima, ciudad que había atacado por sorpresa, fue acorralado por el ejército francés del capitán Berthelin. Sorprendido sin su montura, en un descanso en terrenos de la hacienda, él y cincuenta de sus aliados fueron tomados en fuego frontal. Rojas fue balaceado por Berthelin, La Hiena Roja, otro homicida igual o peor que él.

El cadáver de La Hiena de Jalisco fue exhibido por un par de días ante el asombro de la gente, pues no podían creer que un criminal así pudiera estar muerto.

El bandidaje de la Guerra de Reforma y de Intervención fue una consecuencia lógica en un país dividido entre dos gobiernos en pugna, donde los dominadores eran los que poseían las armas y los hombres.

Antonio Rojas fue el más temible bandido de esta época. Admirado y temido por otros bandoleros como Manuel Lozada, el Tigre Álica en Michoacán, a quien derrotó dos veces, y Juan Chávez, su contemporáneo y azote de Aguascalientes.

La Hiena Roja, Alfred Berthelin, solía matar un mexicano cada día para sentirse bien y demostrarle al país que estaba formado por una raza inferior. En su diario personal, se encontró la escalofriante cifra de más de 500 mexicanos asesinados a sangre fría. La Avispa, como también se le conocía, fue derrotada en 1866 en Coalcomán, Jalisco. Su cabeza fue cercenada después de un gallardo duelo a espadazos con el jefe republicano Julio García. Para que la gente supiera que el asesino franchute había muerto, su apestosa testa, empapada en perfume, fue clavada en una pica para escarmiento de los franceses, quienes aún seguían peleando en México.

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