Para los interesados en lo que pasa con la educación en México —que, por mero sentido de sobrevivencia debiera ser toda la sociedad, pero lamentablemente no es el caso—, el papel que desempeñe el próximo secretario de Educación Pública será clave para ver si hay decisión y capacidad para corregir, al menos en parte, el desastre que deja el gobierno saliente (o bien, si ante el precipicio, daremos un paso adelante).
Hay que recordar que una buena educación, una educación de calidad, no reside en quien ocupa la SEP, sino en cómo va a reconocer los graves problemas heredados y cómo va a afrontar los desafíos existentes, el primero de los cuales, el más importante, es saber si los niños están aprendiendo (y bien) en la escuela.
Es decir, una educación que funcione es un ecosistema integrado por un modelo y planes y programas efectivos; por docentes profesionales y de calidad; por una gestión moderna y ágil; por la disponibilidad de recursos didácticos, físicos y tecnológicos eficientes; por contar con padres de familia y sociedad comprometidos; y, desde luego, por la capacidad, la inteligencia, el mérito y el esfuerzo del alumnado. Todo se condensa en el objetivo superior: los logros de aprendizaje y las trayectorias escolares de los niños. Ese el primer reto.
Según el Banco Mundial, del 57% de los niños que padecían “pobreza de aprendizajes” —que es cuando un niño de 10 años no puede leer ni entender un texto simple— pasamos a nivel global al 70% por los factores preexistentes, la pandemia y la cancelación de buenas políticas nacionales. En el caso de México, se estima que ese porcentaje podría haber aumentado adicionalmente en 25% en los niños de familias de bajos ingresos y 15% en los de altos ingresos.
En segundo lugar, de acuerdo con MEJOREDU, en lectura, matemáticas y formación cívica y ética, los alumnos mexicanos desde segundo de primaria hasta tercero de secundaria solo aciertan en las pruebas cuatro de cada diez reactivos en promedio. Es decir, están reprobados. Hoy, uno de cada dos niños no comprende lo que lee a los 15 años y dos de cada tres no pueden realizar operaciones matemáticas simples.
En tercer lugar, en la prueba internacional PISA que levanta la OCDE desde el año 2000, en México el 34% de los estudiantes alcanzó el nivel 2 o superior (de 6) de competencia en matemáticas, significativamente menor al promedio de los países de la propia OCDE (que es de 69%), y muy lejos del 85% de los estudiantes de Singapur, Macao, Japón, Taiwán, Hong Kong o Estonia que lograron los mejores puntajes entre todos los países incluidos.
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En lectura, alrededor del 53% de los estudiantes alcanzaron el nivel 2 o superior frente a un 74% promedio de la OCDE y en ciencias pasó lo mismo: en torno al 49% de los estudiantes mexicanos alcanzaron el Nivel 2 o superior mientras que el promedio OCDE fue de 76%. En conclusión, entre los 81 países y economías participantes, México quedó, en matemáticas y ciencia, en la posición número 57, y en lectura, 49. Mala posición, aunque no hay que perder las esperanzas: siempre se puede estar peor.
El segundo reto va a ser enfrentar a los sindicatos, a los que como nunca antes el gobierno de López Obrador les dio todo lo que quisieron sin pedirles nada a cambio en términos del trabajo que hacen en el aula. Hoy, 900 mil personas han sido basificadas como maestros, es decir, les dieron plaza por dedazo, y hay 155 mil que ni siquiera tienen un título profesional para ejercer como docentes. Más aún: en el caso de esa delincuencia organizada llamada CNTE formalizaron incluso y por escrito sus “atribuciones” en la asignación de plazas.
El tercer desafío es que México ha hecho cambios, ajustes y reformas educativas por décadas y los resultados son los mismos: avances en cobertura con bajos logros de aprendizaje.
Por tanto, la SEP deberá esmerarse en romper ese círculo vicioso, y en diseñar y formular una nueva agenda para la gestión educativa de corto y mediano plazo (doce años) que permita completar la cobertura, en especial en preescolar, secundaria y, eventualmente, media superior, sobre todo en los estados más rezagados; en elevar de manera significativa los niveles de aprendizaje de los estudiantes, y en hacer mucho más eficiente el funcionamiento integral de la SEP y las secretarías estatales, entre otros objetivos importantes.
Un cuarto es que las escuelas funcionen, y funcionen bien. Al día de hoy existen casi 90 mil docentes que cobran en la nómina de las escuelas, pero no dan clases allí. Hay 26 mil 463 escuelas de educación básica y media superior que no cuentan con servicio de electricidad, 56 mil 109 operan sin agua, 43 mil 558 no tienen lavamanos y existen cinco mil 950 planteles sin sanitarios.
Ese es el panorama crudo y duro con el que se topará quien encabece, al menos en teoría, el sistema educativo nacional.
La situación actual de la educación en México, a la cual también ha contribuido, justo es decirlo, la complicidad o por lo menos el desinterés de la gran mayoría de los gobiernos estatales, no admite paliativos ni justificaciones.
Es una tragedia que, de no mitigarse ahora y empezar a revertir, será una catástrofe con un impacto muy negativo y doloroso en el abandono escolar y la pobreza de aprendizajes de esos niños que estarán muy probablemente condenados a tener menos oportunidades a lo largo de su vida, y padecerán, y con ellos la sociedad en su conjunto, otros efectos en inseguridad, delincuencia, desintegración familiar, pobreza, en suma, desigualdad y exclusión.
Los padres de familia y la sociedad en su conjunto tienen todo el derecho de saber exactamente cómo está hoy el sistema educativo mexicano, qué piensa hacer el nuevo gobierno para corregir el desastre, cómo va a lograr revertir la mala situación de los aprendizajes de los niños y con cuánto dinero contará para ello.
Ni más ni menos.