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Allenza: Acapulco o la eterna historia de no pensar en el futuro

Por Andrés Díaz Larios, colaborador en Allenza

Maquiavelo planteó dos conceptos fundamentales: fortuna y virtud. El primero no es otra cosa más que las circunstancias donde se encuentra un país, es decir su geografía, sus recursos naturales o los fenómenos físicos por los que pasa; es lo que no se puede explicar de forma constante y no depende de ninguna acción humana. La virtud, por su parte, es saber adaptarse a las circunstancias, es decir a la fortuna.

Pero para que se entienda mejor, lo voy a citar:

Para que nuestra libre voluntad no quede anulada pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control. Yo la suelo comparar a uno de esos ríos torrenciales, que, cuando se enfurecen inundan los campos, tiran abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en aquella otra; los hombres huyen ante él, todos ceden a su ímpetu sin poder plantearle resistencia alguna. Y aunque su naturaleza sea ésta, eso no quita, sin embargo, que los hombres, cuando los tiempos están tranquilos no puedan tomar precauciones mediante diques y espigones de forma que, en crecidas posteriores, o discurrirían por un canal, o su ímpetu ya no sería tan salvaje ni tan perjudicial. Lo mismo ocurre con la fortuna: ella muestra su poder cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han  construido los espigones y los diques para contenerla

(El Príncipe, capítulo VI) 

Después de estas líneas, haré una sencilla pregunta ¿por qué nos resistimos a planear para el futuro? Y con esto me refiero específicamente a la imperiosa necesidad de saber dónde están los  recursos humanos, monetarios y la  infraestructura, cuando llegan Gilberto, Wilma u Otis; los temblores de 1985 o del 2017; las inundaciones en Tabasco -o en cualquier estado de la república- No importa cuando leamos esto, las devastaciones posteriores a los fenómenos naturales siguen arrasando en todos los sentidos: económico, familiar, psicológico,  de salud pública, laboral, entre muchos otros.

Pero parece que no solo los gobernantes no son virtuosos, la ciudadanía (la que puede tener acceso a cobertura de riesgos) y las empresas, tampoco invierten en seguros para desastres naturales. Según la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas (CNSF) el riesgo catastrófico, que incluye primas por terremotos y riesgos hidrometeorológicos, representó 1.8% del total del PNE a nivel nacional, con menos de 0.1% suscritos en Guerrero. 

Pero tampoco invertimos en acciones concretas, ni en tiempo para generar conciencia sobre el cambio climático. Otis, en 12 horas, pasó de vientos sostenidos de 64 km/hora a vientos de 270 km/hora, consecuencias del aumento de la temperatura de las aguas oceánicas, un fenómeno que nunca se había visto en esa zona del Pacífico. 

Las cifras son muy frías, pero necesarias para entender la magnitud de lo que pasó con Otis:  el daño asciende a 16,000 millones de dólares y en tiempo de recuperación, más de tres años. No es posible imaginar cuanto tiempo tardarán las zonas más encarecidas en recuperarse, si este huracán, solamente vino a seguir devastando lo que no se había reconstruido de los anteriores. 

Maquiavelo en el siglo XV, habló de la posibilidad que tenían los gobernantes para prepararse ante lo impredecible. ¿Cuántos siglos más necesitamos para entenderlo? 

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