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Alfonso López Monreal: el artista zacatecano de la casualidad

Una de las características del arte es que estimula los sentidos, ya sea uno o varios a la vez. Ya que la percepción de un niño es nueva, ágil y hasta cierto punto inocente, el espíritu curioso puede verse atraído con más facilidad por la música, los colores, las formas, los significados, las texturas u otras tantas particularidades del arte.

Ése es más o menos el caso de Alfonso López Monreal, artista plástico originario de Zacatecas, quien siendo un niño pasaba por el jardín, que estaba en lo que ahora es la Plaza de Armas, y ahí fue que algo llamó su atención:

“Yo pasaba por ahí rumbo a mi casa con mi abuelo y él se sentaba en una de las bancas del jardín a fumarse un cigarro y a platicar con amigos, mientras yo jugaba, corría y hacía travesuras. Fue al oír la música y ver salir al balcón a las muchachas que estudiaban ballet, que yo entré al Instituto por curiosidad, sin saber que entraba a algo que me iba afectar para el resto de mi vida”.

Aquí el artista se refiere al Instituto Zacatecano de Bellas Artes (IZBA), que dejó de existir hace tiempo, pero al cual, a los 8 años, entró el niño que era Alfonso López Monreal a tomar en un inicio clases de piano, disciplina que luego cambiaría por otra que lo acompaña hasta la actualidad:

“Entré al espacio que era el de pintura, y todavía, como si te estuviera hablando de ayer, conservo el olor de las pinturas, de los disolventes, el olor característico de ese salón pues, y lo tengo muy grabado. Es algo que ni siquiera sabría cómo describir. Y es que te sientes tan en lo tuyo, que dices: ‘pues ya, de aquí soy’. En ese momento no era tan consciente, pero ahora lo soy, de que fue un momento clave de mi vida”.

Recuerda que los pintores que trabajaban en ese lugar lo recibieron de buena manera. Señala, además, que en el IZBA tuvo como maestros a José Manuel Enciso González, Cutberto Galván y Antonio Pintor. Con este último, trabajó ayudándole, por una parte, en varios de sus murales, y por otra, hasta en la fabricación de las sillas para las reinas de la feria.

“Esa fue una forma de empezar a entender que se podía vivir de esto, porque él (Antonio Pintor) era quizás el único del grupo que sí, efectivamente, vivía de su trabajo como artista. Pero ese trabajo era: a veces hacer perspectivas a los arquitectos y otras labores por el estilo”.

Acerca del IZBA, de Zacatecas y de sus inicios López Monreal comenta: “Como dice el poeta Seamus Heaney: ´Ahí donde cae la gota en un estanque crea ondas que se van agrandando´, entonces esa gotita que cae en el estanque es el lugar donde uno nace y a partir de ahí va uno creciendo en conocimiento. Y esa gotita que fui yo, quizá cayó por ahí; nací en el barrio del Indio Triste en el centro de Zacatecas y el IZBA quedaba a una cuadra de mi casa, imagínate”.

Europa y el grabado

Luego de esta experiencia inicial, López Monreal siguió su rumbo por la vida, el cual lo llevaría a París donde se interesaría por el arte del grabado. Pero no todo fue fácil ni de un día para otro. Recuerda el artista que:

“Nunca fui a una escuela como tal, yo me hice en talleres. Cuando llegué a París traté de contactar a todos los artistas, preferentemente mexicanos, que supe que vivían ahí o estaban de paso por ahí. Y entonces me empiezo a dar cuenta de que no es nada fácil, de que estaba muy joven, y ellos no tenían el tiempo ni la responsabilidad”.

“Y curiosamente el que dejé al final, porque tenía la fama de ser el de carácter más complicado de todos, fue José Luis Cuevas. Entonces él me recibe y casi de manera casual terminamos platicando por horas. Entonces me dijo: ‘sabes qué, yo siempre quise ser grabador’ y me recomendó: ‘Vete al taller de William Hayter’, un reconocido grabador del siglo XX. Me presenté, le dije que era amigo de Cuevas y me puso a trabajar inmediatamente”.

Irlanda y la encáustica

En Barcelona López Monreal conoció a la madre de sus tres hijos. Ella de origen irlandés y él mexicano. Él sin hablar inglés y ella sin conocer el francés, al principio lo único que atinaron a decirse fue el nombre de las ciudades de donde eran originarios, sin que ninguno de los dos entendiera lo que el otro estaba diciendo, aunque el artista zacatecano añade bromeando: “Tan nos entendimos que terminamos teniendo tres hijos”.

“A Irlanda llegué como llegué a París, sin hablar el idioma, sin conocer a nadie”. Ya en aquel país, a donde fue por el nacimiento de sus hijos, primero dio clases de español conversacional en varias escuelas y después de ello dio clases en la Universidad Nacional de Dublín y en la Universidad Ulster del Norte.

A raíz de la convivencia con los maestros de cerámica, escultura y otras artes fue a dar con la técnica conocida como “encáustica”, la cual fue perfeccionando y elaborando a su modo, hasta volverse una parte esencial de su obra pictórica.

“Empecé a hacer mis pininos en la pintura y a investigar diferentes técnicas.  Conviviendo con artistas irlandeses pues me pasaban tips, y uno de ellos me enseñó los pasos básicos de cómo hacer encáustica. Y entonces mi taller se volvió una cocina, así le llamo yo: ‘mi cocina’, y comencé a hacer experimentos, creé mi propia técnica”.

Después de vivir más de 20 años en Irlanda, cuando sus hijos son ya mayores y trabajan fuera de ese país, es el momento en el que decide volver a Zacatecas y quedarse hasta la fecha: “por un lado, ya  no tenía a qué regresar a Irlanda, y por otro, sentía, románticamente, que tenía mucho que aportar en Zacatecas”.

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