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AirSpace 

Por Lyana Kahn 

Originalmente publicado por Editorial Hotbook 

 

Si te consideras un viajero frecuente y usas un smartphone, seguramente te has topado con Foursquare o alguna otra aplicación que te recomienda lugares para ir a comer, tomar un café o salir por ahí. Conforme te vuelves un usuario recurrente de este tipo de plataformas, estas empiezan a saber con precisión lo que te gusta gracias a algoritmos especializados. 

Por ejemplo, cada vez que visito una ciudad, reviso la aplicación que enlista restaurantes, bares y recomendaciones de entretenimiento según mis gustos. Hace poco, me recomendó un cafecito cerca de la zona donde estaba y me topé con un fenómeno extraño que había estado sucediendo y no había notado hasta ese momento: todos los cafecitos que visitaba se parecían, tenían un aire de familiaridad. Los nuevos cafés se parecen a todos aquellos que te recomienda Foursquare, ya estés en Amsterdam, Seúl, Los Ángeles o Hong Kong. Las mismas mesas largas de madera, paredes de ladrillo expuesto, focos colgantes tipo Edison y bancos metálicos. 

No es que estos establecimientos sean parte de cadenas globales como Starbucks o Peet’s Coffee, con diseños que salen del mismo molde corporativo, sino que todos han decidido, independientemente, adoptar la misma estética moderno-artesanal. Plataformas digitales como Foursquare están produciendo una “armonización de gustos” en todo el mundo. Están generando que vayas al mismo lugar, una y otra vez. 

Es fácil ver cómo las redes sociales moldean nuestras interacciones en internet a través de navegadores, feeds y aplicaciones; pero la tecnología también está moldeando nuestro mundo físico, pues influye en los lugares a los que vamos y en la forma en que nos comportamos en ciertas áreas de nuestras vidas que no parecían ser digitales. Piensa en Waze, que envía autos a vialidades y vecindades que antes no eran concurridas; en Airbnb, que manda a grupos de turistas internacionales a comunidades y zonas residenciales; en Instagram, que esparce viralmente las mismas fotos de estilo de vida; o en Foursquare, que dirige a los viajeros al mismo café una y otra vez. 

A esta extraña geografía creada por tecnologías digitales se le llama AirSpace. Es el dominio de cafés, bares, oficinas de startups y espacios de coworking que comparten varios rasgos sea cual sea su localización en el mapa; una abundancia de símbolos de comodidad y calidad al menos para aquellas “mentes conocedoras”. Decoración minimalista, cerveza artesanal, avocado toasts, iluminación industrial, expresos e internet veloz. La homogeneidad de estos espacios significa que viajar entre ellos no genera fricción, un valor que los millennials y algunos de la Generación X valoran más que nada. Cambiar de lugar puede ser menos doloroso que esperar a que una página de internet se cargue; puede ser que ni te des cuenta de que no estás en el sitio donde empezaste. 

Es posible viajar por todo el mundo y nunca salir del AirSpace, y realmente muchas personas no salen. Un sinnúmero de viajeros y emprendedores itinerantes están abandonando casas por el nomadismo digital. El AirSpace se vuelve su hogar. 

Conforme este dominio se propaga, también lo hace una cierta igualdad e identidad en los espacios. Es, de alguna manera, un proceso en el cual las diferencias se alejan y la homogeneidad se acerca. Conforme un grupo de personas se mueve en lugares selectos y ligados por tecnología, ciertas particularidades se difunden y crecen. Esto, más que una teoría, es una realidad. Te puedes mover de un café a otro, en ciudades abismalmente distintas (piensa en Tokio y Copenhague), y encontrar los mismos sitios. Puedes pedir un café cortado o latte con un arte perfecto en la parte de arriba, ponerlo sobre la barra de mármol y postearlo en Instagram para compartir la misma estética a tus seguidores – lo cual ayuda a vulgarizar aún más el concepto-. 

Este estilo convergente está siendo acelerado por compañías que adoptan y difunden un sentido de “no saber dónde estás”, utilizando tecnología para romper barreras geográficas. Airbnb es un ejemplo prominente. Aunque promueve espacios únicos, en realidad ayuda a sus usuarios a viajar sin tener que cambiar de ambiente o salir del acogedor sentido del AirSpace. 

Airbnb se fue convirtiendo en evangelizador del AirSpace. En sus inicios, en el año 2008, simplemente era una plataforma que permitía que personas rentaran habitaciones, casas o departamentos no ocupados. Solía ser una opción más conveniente y económica para visitar un lugar y, de cierta manera, experimentar la vida local. Hoy, más que ser una alternativa más para hospedarse, es una opción donde a cualquier usuario le encantaría vivir de por vida. Poco a poco, dejó de tratarse de personas reales y de autenticidad local para convertirse en una extensión del AirSpace: predomina la decoración producida en masas, pero con “buen gusto”. El Airbnb ideal se ha convertido en algo no familiar, pero completamente reconocido; un sitio geográficamente lejano, pero cercano en apariencias. 

Actualmente, esta plataforma tiene más de 2 millones de lugares de alojamiento en más de 190 países. El credo bajo el que la compañía vive es “experimenta un espacio como si vivieras ahí”, pero en realidad lo que intenta comunicar es “un mundo donde perteneces en cualquier parte”. La experiencia de Airbnb pasó de genuina a genérica sin importar en qué parte del mundo estés. De esto, no habría que culpar a la firma, pues fue una creación paulatina guiada por la demanda de los usuarios. 

Muchas otras startups, a través de sitios digitalmente interconectados, están creando este sentido global de paralelismo en diferentes industrias, un estilo de vida holístico de AirSpace. La homogeneidad estética es un producto que los usuarios están pidiendo y es algo a lo que los inversionistas de capital de riesgo le están apostando. Un sentido de familiaridad en medio de la diversidad. 

¿Por qué está sucediendo esto? Una de las respuestas es que el internet y sus creaciones, como Facebook, Foursquare, Instagram, Airbnb, son para nosotros lo que solía ser la televisión en el siglo pasado; pero con cierta habilidad de transmitir y aplicar capas de su influencia en la sociedad. Por ejemplo, hay 1.6 billones de usuarios activos en Facebook, actuando e interactuando más o menos en el mismo espacio; aprendiendo a ver, sentir y querer las mismas cosas. 

La red emocional conformada por las redes sociales es lo que conlleva al sentimiento de querer AirSpace. Si los gustos se globalizan, entonces el punto lógico final es un mundo en el que la diversidad estética decrece. Se parece a un tipo de gentrificación o rediseño, uno que pasa recurrentemente en centros urbanos globales. Conforme se renuevan edificios y remodelan las fachadas de tiendas, las zonas económicas se empiezan a parecer alrededor del mundo. En realidad, estamos viviendo un aislamiento de estilo versus uno político o de geografía física, aunque cae en las mismas líneas económicas. Entonces, en conclusión, o perteneces a la clase del AirSpace o no. 

La estética del AirSpace, a la que han contribuido varias plataformas digitales, y la geografía que genera limitan las experiencias de la diversidad. Se ha convertido en una “alucinación de lo normal”. Es la ilusión de que tanta tecnología y cultura tecnológica perpetúa; y si no encajas en sus estructuras predeterminadas, seguramente estás haciendo algo mal. Es una burbuja que se está fortaleciendo por varias partes y que tiene consecuencias como el sentido de despersonalización y falta de identidad. 

Sí, es difícil decir que no a un espacio con estilo, buen gusto, moderno y limpio; pero pensar en sus raíces y los impactos sociales que puede tener quizá nos hagan reconsiderarlo. Muchas veces es difícil identificarte con algo tan vacío en su interior, pero se ha vuelto la opción más cómoda y fácil. Buscar diferentes opciones es importante, y más cuando la tecnología hace tan fácil evitarlo. 

La iluminación tipo industrial, las barras de mármol y las mesas largas de madera pueden ser una tendencia en el diseño de interiores, la cual probablemente desaparecerá con el tiempo; pero la estética insensibilizada, divulgada por plataformas globales, es el síntoma de una condición más profunda. Las personas ahora siempre están y nunca están en casa. Entonces, si podemos estar en casa en todos lados, ¿no significa también que en ninguna parte estamos en casa? La pregunta es: ¿nos importa?

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