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¿Aguascalientes ofrece una educación superior relevante?

El dossier de Líder Empresarial sobre el estado del arte de la educación superior en Aguascalientes plantea una pregunta clave: ¿está proporcionando el estado una oferta relevante en este aspecto central del desarrollo? La respuesta es inevitablemente ambigua: México parece haber llegado tarde a esta discusión, porque el modelo de la educación superior, como de la economía global, está transitando hacia un paradigma distinto que no podrá ser afrontado con visiones convencionales de solo captar más alumnos, tener más aulas, mejorar calidad y vinculación con el aparato productivo. Veamos.

Todos los países hicieron un gran esfuerzo durante la segunda mitad del siglo pasado para extender la cobertura universitaria. Según el Banco Mundial, hoy existen en el planeta 195 millones de jóvenes matriculados en una licenciatura o posgrado. En América Latina, el número alcanza ya 42 por ciento, mientras que 12 años atrás era la mitad, y en México la cantidad de estudiantes que acceden a las IES es hoy 80 veces mayor que hace 60 años. Además, el primer ingreso a las universidades privadas es ya tan importante como en las públicas. No obstante, a principios de los años noventa, las instituciones de educación superior mexicanas estaban produciendo legiones de desempleados y títulos inútiles para la movilidad social y económica de sus egresados. ¿Por qué?

Porque el paradigma vigente en la educación superior ya no sirve para la provisión de una educación flexible y realmente conectada con las tendencias actuales y futuras de la economía y el conocimiento, ni ejerce un impacto significativo en el crecimiento, el avance tecnológico o la  competitividad. Este es un primer problema grave que los rectores y directores entrevistados omiten.

El segundo déficit conceptual es que si las universidades quieren ser exitosas deberán migrar de ser fábricas de títulos a ser, como bien menciona de pasada el rector de la Panamericana, generadoras de conocimiento en sectores estratégicos para la economía nacional (v. gr. aeroespacial, energía, biotecnología, automotriz, servicios), lo cual supondrá reducir gradualmente la matrícula de licenciatura, suprimir algunas carreras y concentrarse más en el posgrado como fuente fundamental de desarrollo de talento especializado, investigación aplicada de alta calidad e innovación, las cuales son condiciones sine qua non para elevar la productividad y avanzar a una economía más sofisticada y de alto valor agregado.

En el futuro, las IES más potentes ya no arrojarán masivamente egresados de todas las carreras, sino que serán más selectivas, reclutando a los mejores alumnos, orientando sus programas a las prioridades de investigación, contratando profesores de muy alto perfil de otras instituciones o importando cerebros académicos de buenas universidades extranjeras en condiciones muy atractivas.

Como reducir licenciaturas supone reducir ingresos, también crea por tanto el incentivo de aumentar financiamiento por otras fuentes. Las universidades deberán compensar la caída mediante un recorte en la burocracia administrativa y docente y la generación de conocimiento en la forma de patentes, investigación, consultoría, donaciones, como ya sucede en otras partes. Por ejemplo, en Harvard 64 por ciento de sus ingresos provienen de donativos, investigación y su propio patrimonio, solo 36 por ciento de colegiaturas; en Princeton la proporción es de 79 por ciento vs 21 por ciento, respectivamente, y en el MIT es de 70 por ciento vs 30 por ciento. En México no: viven del subsidio público, de las colegiaturas o del cuento. Pero además, podrían abrir nuevos programas de técnico superior universitario (el exitoso modelo alemán y de algunos países asiáticos), la cual es una alternativa mucho más eficaz.

El tercer comentario tiene dos partes. Una es que hacia 2040 es probable que las universidades desaparezcan, al menos tal como son hoy, y no solo por los cambios demográficos. La mera transmisión formal de información y conocimientos –aula, profesor y estudiantes- ha sido reemplazada por las nuevas tecnologías que hoy proveen recursos educativos abiertos y flexibles, 24/7, a distancia, en un ambiente multicultural y adaptándose a las nuevas necesidades e intereses de los estudiantes, y esto no es un tema de más infraestructura física como sugiere el rector de la UAA.

El surgimiento de opciones como Khan Academy (que usan ya 10 millones de estudiantes) o Coursera (que ofrece cursos y programas de 33 universidades, y solo uno de ellos, impartido por Stanford, tiene 70,000 alumnos inscritos en 55 países), está demostrando acomodarse mejor a lo que quieren los estudiantes y la economía, pues son mucho más competitivos en costos que cualquier universidad tradicional y parecen ofrecer mejores herramientas para la empleabilidad. Pronto esos programas serán acreditables académica y profesionalmente, lo cual, además, producirá un impacto enorme e inédito en la gobernanza y la pesada burocracia de las universidades.

La otra, es que los empleadores masivos empiezan a preferir otros formatos educativos, más relacionados con el tipo de habilidades y competencias específicas que quieren en su personal, con más potencial para la productividad, y poco de eso encuentran ya en IES tradicionales y anquilosadas. El gigante indio de las TIC, Infosys, hoy tiene capacidad para ofrecer su programa de formación de 23 semanas a 14,000 empleados nuevos al mismo tiempo, lo cual le ha dado enorme ventaja y ha contribuido a su rápido crecimiento. Es decir, las empresas pueden recurrir a nuevas reservas de talento no explotado si utilizan la tecnología para salvar distancias geográficas y ofrecer condiciones flexibles de trabajo remoto a trabajadores a los que, de otra forma, no podrían contratar. ¿Para qué necesitan estas compañías una buena universidad tradicional? Salvo para reclutar al equipo de alta dirección, para muy poco.

En conclusión, ¿estas tendencias marcan el fin de títulos y universidades tradicionales? No necesariamente: como apunta Moisés Naím, no es “que un título universitario no sea deseable. Lo que quiere decir es que depende del título, de la universidad que lo otorga y del país. Y que en ciertos casos un título no es el camino a la prosperidad, sino una costosa pérdida de tiempo». Aguascalientes debe recordarlo.

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