Icono del sitio Líder Empresarial

Además de alimento, ¿qué te da un huerto?

Hay quienes aprenden a cultivar su propia comida por cuestiones de salud, interés en el medio ambiente o para encaminarse a la autosuficiencia alimenticia. Cada persona tiene un motivo distinto, pero una vez envueltos en la tarea de sembrar y cuidar sus plantas, se encuentran con algo que (tal vez) no esperaban: una sensación de tranquilidad, relajación y profunda conexión con la tierra.

Para los citadinos, el ruido interminable, la contaminación o los pendientes diarios, se convierten en estrés. Puede parecer extraño que alguien se relaje manipulando la tierra, pero tiene sentido cuando se conoce que entre más oxígeno llegue a los pulmones y el cerebro, más relajado se está. Así lo dice Jesús Muñoz Hernández, exprofesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y aficionado a los huertos urbanos.

“Entre más contacto tengamos con la naturaleza, más bienestar tendremos”, asegura. Aunque el psicólogo acepta que el trabajo en un huerto es relajante, advierte que se debe tener gusto por la tierra. De nada sirve si se va a sufrir escarbando.

Es común que las personas que viven en pequeñas o grandes ciudades no se detengan en pensar de dónde vienen los alimentos. Si no están relacionadas con la agricultura, actividad vital para la supervivencia, es probable que así sea. Para quienes eligen conectarse con la naturaleza, son varios los beneficios. En este artículo, se presentan cuatro testimonios.

***

Cuando Mariela Miasta deja de regar las plantas de su huerto, siente como si no hubiera desayunado. Cada mañana está atenta a ellas, revisa si les falta agua, sol o un poco de conversación para que crezcan fuertes. Desde hace un año, la horticultura arrancó el estrés de su vida.

Desde pequeña, gracias a su abuelo, un campesino originario de Chimbote (ciudad pegada a la costa norcentral del Perú), estuvo en contacto con los campos y el cultivo. Años después, cuando se mudó a Japón, vio de cerca la educación que en ese país se da respecto a las plantas: a los niños los enseñan a cuidarlas y a los trabajadores se les da unos minutos al día para regarlas.

Asentada en Aguascalientes, tuvo su primer contacto con los huertos urbanos y en especial con la agricultura biointensiva. Para Mariela, esta actividad se convirtió en un medio de acercamiento con sus vecinos, quienes poco a poco comenzaron a dejarle algunos regalos fuera de su casa: restos orgánicos para su composta.

***

Caruca Cuevas sintió una sanación que quiso compartir con otras personas cuando comenzó a estar en contacto con los huertos. Uno de sus proyectos ayudó a niñas de Comitán, Chiapas, a entender los cambios en su cuerpo a través de analogías con las semillas y la tierra.

El taller lo creó con su colega, una doctora con la cual trabajaba como dula, acompañante profesional de mujeres durante el embarazo, parto y lactancia. Ambas tenían hijas preadolescentes y querían informarlas sobre los cambios que estaban viviendo, pero desde una perspectiva más humana.

¿De dónde agarran fuerza las semillas para brotar? Era una de las preguntas que planteaba el curso. El fin era que las niñas respondieran según su sentir y creencia; varias de ellas concluían que la fuerza salía de sí mismas. Mientras aprendían a sembrar y cuidar las plantas, trataban temas fisiológicos y de autoestima. Cuando Caruca se mudó a San Cristóbal de las Casas, en el mismo estado, siguió con los talleres, los cuales imparte hasta la fecha.

***

La compañía de seres vivos silenciosos es lo que más le agrada a Isabel Luna, quien desde hace siete años comenzó con su huerto en casa por la necesidad de sembrar su propio alimento.

Vegetariana por 30 años, Isabel buscaba productos libres de contaminantes, pesticidas o nutrientes artificiales y encontró en esta actividad una forma de acceder a ellos. Al principio comenzó haciendo pruebas con semillas comunes hasta que se topó con las orgánicas y un método de cultivo biointensivo.

La agricultura biointensiva, en palabras breves, es un método de cultivo orgánico el cual no usa agroquímicos y permite sembrar distintas semillas a la vez, acomodadas de tal forma que el suelo se hace más productivo.

Aunque Isabel no buscaba relajarse o pasar el tiempo, encontró tranquilidad en ello. “Las plantas son una gran compañía, son silenciosas, te abrazan con sus aromas. Descubrir que tienes una planta nueva, que te dio flor, es una belleza”, cuenta.

Con el tiempo, su familia se fue involucrando: limpiaban la tierra, escavaban, sembraban y regaban. Considera que no es un trabajo sencillo, requiere disciplina, esfuerzo físico y tiempo. Ella le dedica una hora diaria (a veces un poco menos); por lo general, las tareas pesadas las hace los fines de semana.

***

Gerardo Tenorio sintió una conexión con la tierra desde que comenzó a formarse como politólogo. En 2011, la necesidad de aprender a cultivar lo llevó a iniciar su preparación en agricultura biointensiva y montar su propio proyecto en Aguascalientes años después: Huerto El Colibrí.

Fue en 2008, tras una lesión en la rodilla, que se dio cuenta de los otros beneficios de tener en un huerto. Una mala intervención médica lo hizo reducir la actividad física a la cual estaba acostumbrado, pero la horticultura le ayudó a liberar las endorfinas que necesitaba y a mantener la mente sana.

“El verdadero beneficio se llena paulatinamente. Si lo haces de forma continua, te das cuenta de que cosas que antes te aquejaban ahora ya no lo hacen. Es un cambio muy sutil”, menciona Gerardo.

El bienestar físico y psicológico no ha sido el único beneficio. Para Gerardo, también detona la cohesión social. Es un lugar donde niños y adultos tienen cabida, se fomenta la disciplina y el sentido de responsabilidad; además se comparten experiencias, consejos y hasta contactos para otros proyectos.

“Es un medio antes que un fin, por la sensibilidad y el trabajo que requiere”, asegura

Salir de la versión móvil