Él llevaba años jugando el Torneo de Golf (no evidenciaremos su nombre porque la labor que realizó fue incondicional y sin afán de protagonismo), por primera vez participó en la organización del mismo, aportando los conocimientos y experiencias que había ganado a lo largo de los años. Sería una muy grata experiencia, compartiendo y coordinando esfuerzos con personas generosas con ganas de ayudar. La misión era clara: lograr un Torneo de gran calidad en beneficio de quienes nos necesitan.
Se entregarían premios a los ganadores y habría un premio especial en rifa de un automóvil del año que los 150 participantes tendrían la misma oportunidad de ganar. La suerte lo definiría siendo el último y mayor premio otorgado de la tarde.
“Decidí ayudar porque sé que hay personas que lo necesitan y quise hacer mi parte, no quedándome de brazos cruzados. Además, me gusta mucho el golf y llevo años jugando así que qué mejor que participar en la planeación y organización del Torneo de Golf con causa a beneficio de los niños con discapacidad”.
¡Grande sería nuestra sorpresa cuando el premio del coche le tocó a Él!
Reflexioné en forma inmediata. Él nos había ayudado de corazón y sin así pretenderlo, se ganó un coche muy merecidamente. Pensé que así pasa en la vida: quien da de manera incondicional, es quien más recibe.
Esto no siempre se da de manera directa, ni materializado en forma de coche -evidentemente-, pero una y otra vez lo he constatado a lo largo de mi vida: dando es como se recibe y las personas que más dan son por lo general las personas más felices porque reciben en satisfacción y plenitud, a manera de alimento para el alma.
Venimos a este mundo a servir, a amar a nuestro prójimo, dejando a nuestra manera un mundo mejor. Así que siguiendo este ejemplo de entrega, la invitación es a hacer todo el bien que podamos al mayor número de personas que podamos.