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Cuitláhuac Pérez: a paso firme

Un exitoso empresario hidrocálido está decidido a escribir su nombre en la historia a través de una hazaña que se antoja imposible: convertir a su compañía en la primera en diseñar tecnología completamente mexicana. Debido a sus orígenes y a lo que tuvo que vivir para llegar hasta donde está hoy, su historia merece ser contada.

En su infancia, Cuitláhuac Pérez Cerros no tuvo muchos juguetes. Sus padres apenas podían cubrir los gastos para que a él y a sus hermanos no les faltara nada. Así que su padre, un maestro rural, le regalaba herramientas. Con ellas, construía las cosas con las que jugaba. Era tan obstinado que se encerraba en un cuarto a armar sus inventos y no salía hasta terminarlos. Su madre se veía obligada a llevarle la comida a su lugar de trabajo.

Sus primeros años de vida los vivió en el ejido Fresnillo, en Rincón de Romos. No había agua potable, ni luz; pero Cuitláhuac asegura que fueron tiempos felices.

Los niños de la comunidad crecen sabiendo que su porvenir tiene dos posibilidades: dedicarse al campo o, como casi todos, migrar a Estados Unidos. Él no quería ninguna de las dos. 

Cuando cursaba la secundaria, tenía que ir diario a la cabecera municipal. Para un niño que creció en una comunidad sin servicios básicos, esto le causó una gran impresión. Al instante su sentido lógico comenzó a comparar entornos y a sospechar que emigrar no era la única opción para él.

La experiencia se repitió cuando entró a la preparatoria y tuvo que irse a vivir a la capital. Cada vez se convencía más de que su futuro estaba en Aguascalientes y no en un país desconocido, en el cual tendría que trabajar jornadas extenuantes, lejos de su hogar.

Su espíritu creador lo llevó a estudiar Ingeniería Mecánica, en el Instituto Tecnológico de Aguascalientes. Perteneció al consejo estudiantil, lo cual le sirvió para relacionarse con muchas personas, aunque descubrió que ese ambiente no era lo suyo.

Poco antes de egresar, a los 21 años, consiguió su primer trabajo como becario en una planta de General Motors ubicada en Silao, Guanajuato. Encargado de mejorar los procesos de ensamble, pronto se convirtió en uno de los tres mejores de la planta.

Después de casi dos años de trabajar ahí y ganar un buen sueldo, se dio cuenta de que no estaba satisfecho. No sabía exactamente qué quería en ese momento; pero intuía que no debía quedarse ahí. “Veía las personas que llevaban años en la empresa, que tenían miedo de perder el trabajo. No quería eso para mí”, menciona.

Aceptó un trabajo en Texas Instruments por menos dinero. Ese aspecto no le importó, lo que le interesaba era aprender. Igual que en General Motors, comenzó a hacerse notar. Tenía una habilidad increíble para agilizar los procesos productivos, incluso los más complejos.

Pero la insatisfacción era latente. Cada vez que escalaba un puesto quería el siguiente y el siguiente, dice Cuitláhuac. 

Prefirió renunciar a la empresa y aceptó un trabajo en Indiana Cash Drawer (ICD), una compañía estadounidense dedicada a fabricar cajas registradoras, líder en ese mercado. Su planta de producción estaba en Aguascalientes, desde ella exportaban a Europa, Asia y Arabia.

A los pocos años de su llegada, se convirtió en director general; no obstante, su verdadero sueño aún no comenzaba.

La empresa que nació compartiendo un llanto

A mediados de 2006, Cuitláhuac recibió una llamada de sus jefes. La noticia lo partió en dos. Después de tres años de agonizar, la empresa se declaró en quiebra. Los dueños no darían dinero para liquidar al personal y él era quien debía notificar a los trabajadores.

Colgó el teléfono y convocó a su equipo. Tomó una silla, la giró y ocultó la frente entre el respaldo y sus brazos. Sus pensamientos daban mil vueltas. Un par de años atrás, había advertido a los dueños de ICD que sólo producir cajas registradoras y no diversificarse podría resultar contraproducente; pero no fue escuchado. La llegada de productos chinos más baratos los acabó.

Con el afán de ayudar, Cuitláhuac vendió una casa suya y la invirtió en la empresa. No hubo diferencia. Encima de todo pasaba por un divorcio. Esa madeja de ideas se retorcía dentro de él hasta que se dio cuenta de que su equipo ya estaba a su alrededor. Tuvo que comenzar.

Empecé, pero llorando. No me acuerdo bien qué les dije, hablé durante unas dos horas, cuenta el empresario.

Su llanto contagió a otros; lo habían perdido todo. Entonces, alguien recordó que meses antes, en uno de sus intentos por salvar la compañía, Cuitláhuac había conseguido un pequeño proyecto: la autorización para producir ensambles de soldadura y venderlos a Tachi-s, una firma japonesa que fabrica asientos de automóviles. Ya se trabajaba en los prototipos en un pequeño espacio de la planta.

Usted nos dijo que ese proyecto iba a funcionar, dijo el trabajador. Visiblemente molesto, el director le contestó: “¿No me acabas de escuchar? Ya se terminó todo, no tengo dinero para financiar nada.

Otro empleado zanjó la discusión: Mientras usted no se rinda, nosotros tampoco. Confundido, les dijo que no tenía dinero para pagarles; pero ellos estaban conscientes de eso. Si todo salía bien, el dinero llegaría.

Cuitláhuac tenía algo claro: no quería comenzar de nuevo, tenía que apostarlo todo por un resurgimiento. Ese fue el inicio de Maindsteel, una empresa que en menos de cinco años se convirtió en una de las más reconocidas a nivel local y nacional.

El crecimiento fue acelerado, pero no sencillo. Uno de los primeros obstáculos a los que se enfrentó fue al de hacer labor de ventas y búsqueda de clientes, algo que para un ingeniero como él resultaba un poco complicado.

Hubo dificultades, pero comenzó a identificar los mercados que le convenían y a rodearse de expertos para fortalecer las partes débiles de la compañía. Varias empresas confiaron en ellos. Una de las más importantes, y la cual ayudó a que crecieran más de lo esperado, fue Tachi-s. Cuitláhuac atribuye el éxito de esta alianza a que los productos de Maindsteel resultaron muy baratos y de buena calidad.

Marcado por la experiencia anterior, decidió diversificar su producción desde el principio. De hacer sólo ensambles de soldadura pasaron a fabricar racks, mobiliario para casinos, contenedores de basura para gobiernos municipales, entre otras cosas. Incluso, el mismo año que iniciaron operaciones, abrieron una empresa en Indiana, Estados Unidos, para atender el mercado que ICD había abandonado.

No quería depender de la industria automotriz solamente, es algo peligroso. Si ven otro proveedor, que es competitivo y les ofrece el mismo producto que tú por menos centavos, te cambian, menciona el empresario.

El viaje que le dio sentido a todo

Años después, una vieja sensación volvió a él. A pesar de los buenos números del negocio, no se sentía satisfecho. Maquilar no me va a hacer trascender, no va a poner mi nombre en la historia, pensaba. Su conflicto interno iba en aumento, pero la respuesta no parecía estar cerca.

En septiembre de 2015, recibió una invitación del gobierno estatal para asistir a un seminario en Japón. El tema era la vinculación entre empresas, gobiernos y universidades. Sin pensarlo demasiado, accedió.

Cuando le avisaron que había sido elegido y que su boleto de avión estaba listo, se arrepintió de haber dicho que sí. El seminario duraría cinco semanas y él no quería dejar tanto tiempo su vida familiar ni sus obligaciones en la compañía.

Con ganas de perder el vuelo, abordó el avión; pero no hubo ningún contratiempo. Se hospedó en el campus de la Universidad de Nagoya, en un cuarto minúsculo donde apenas podía estirar las piernas sin tirar nada al piso. Ese primer día casi acabó con sus ánimos: era el único empresario en el evento.

Decidido a irse antes de que terminara el seminario, Cuitláhuac habló con los encargados. Le pidieron que se quedara al menos una semana y él aceptó a regañadientes.

La falta de empresarios resultó ser una ventaja, pues funcionarios de algunos de los 16 países participantes vieron en él la posibilidad de aprender de su experiencia.

Ese día se me acercaron tres personas, de la India, Pakistán y Kazajistán. Me dijeron: ¡Qué afortunados somos de tenerte, ¡qué bueno que seas parte de este grupo porque vamos a aprender mucho de ti!, recuerda.

Entonces la experiencia comenzó a cambiar. Conoció un poco de la historia de Japón y su hazaña para convertirse en uno de los mayores productores de tecnología, aun con la desventaja de estar aislado geográficamente del resto del mundo.

Me cambió la forma de ver la vida y los negocios, cuenta el empresario.

Cuitláhuac comenzó a comparar entornos justo como cuando era niño. Se preguntó por qué en México no se desarrolla tecnología para la industria o por qué, a pesar de que en el país se ensamblan los automóviles de las automotrices más importantes, no existe una marca de vehículos mexicana, posicionada a nivel mundial.

La sensación de incomodidad que había sentido meses antes se convirtió en una necesidad de crear. Sabía cómo quería trascender y qué hacer para lograrlo.

Cómo dejar huella

De regreso en Aguascalientes, la maquila volvió a tener un sentido. Usaría esas ganancias para financiar investigación y desarrollo de tecnología. Igual que los japoneses, su empresa invertiría en el futuro.

En un pequeño espacio de la planta de Maindsteel, se instaló el Departamento de Investigación y Desarrollo. Si se ve por el lado contable, esta área se come el salario de 12 personas que no generan ingresos al negocio: ingenieros, un gerente y un administrador.

Sin embargo, cada uno retribuye más de lo esperado. En casi dos años, han desarrollado un auto eléctrico, incluyendo la ingeniería de la batería, carrocería, motores y funcionamiento. También un brazo robótico que puede manipular y soldar piezas, pensado para pymes que no pueden pagar por tecnología sofisticada y adaptado a su nivel de producción.

Si cambio esa realidad en México; si logro crear un vehículo mexicano, un tractor mexicano, un vehículo eléctrico mexicano, no sólo ensamblado, completamente desarrollado en México, es ahí donde lograría trascender”, asegura Cuitláhuac.

A veces el trabajo más difícil es convencer a otros de que se puede lograr. Hace poco, mientras impartía una conferencia, un estudiante le dijo que estaba perdiendo el tiempo, pues si no se ha desarrollado tecnología nacional, simplemente es porque no se puede.

Cuitláhuac respondió con la certeza a la que se aferra: está convencido de que lo va a lograr, así como hace muchos años estuvo convencido de que había más opciones que cruzar la frontera para trabajar.

Se puede decir que él sigue jugando, haciendo juguetes como cuando era niño. Solo que ahora, si logra tener suerte, quien tocará la puerta no será su mamá con la cena, sino el futuro con buenas noticias, diciéndole que por fin logró poner su nombre en la historia.

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